Mas asume que Convergència se desvanece como partido

La falta de dirección, los procesos judiciales y el proyecto independentista dejan a CDC en una delicada situación

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El proceso soberanista está por delante de todo. A pesar de que Convergència Democràtica nunca ha sido un partido monolítico, porque siempre fue más un movimiento político alrededor de la figura imponente de Jordi Pujol, CDC es ahora una fuerza política netamente soberanista. Lo son sus máximos dirigentes y sus cuadros intermedios. Pero el partido se deshace, se desvanece por diferentes circunstancias.

El horizonte está claro: la independencia de Catalunya, pero el principal instrumento político para lograrla se cae a pedazos. CDC tiene la sede embargada, y el fiscal pide penas para su ex tesorero, Daniel Osàcar y el ex diputado Jaume Camps por el cas Palau.

Algunos dirigentes de Convergència, los más veteranos, se lo han hecho saber al President Artur Mas. Y el también presidente de CDC lo ha asumido. “Es consciente de ello”, apuntan diversas fuentes. Pero no puede hacer mucho. Mas, siempre dispuesto a “dar la cara por todo”, no puede dedicar mucho más tiempo al partido.

Y la impresión es que “nadie lidera”.

Ausencia de liderazgo

El cargo de secretario general de un partido es esencial. Lo fueron Miquel Roca y el propio Artur Mas. Tras la dimisión de Oriol Pujol, imputado por el caso ITV, que se alarga más de lo esperado por el propio interesado y por Convergència, el partido ha quedado en manos de Josep Rull y de Lluís Corominas. Y los dos “hacen lo que pueden”, según fuentes del partido. Ese “lo que pueden”, implica que hay una ausencia de liderazgo, de credibilidad, tanto interna, como externa ante la opinión pública.

Lo mismo ocurre en el Parlament, porque Oriol Pujol también renunció a su condición de portavoz del grupo, que asumió Jordi Turull. Se trata de un “soldado” de la causa soberanista que tampoco ofrece una imagen de liderazgo. Oriol Pujol nunca acabó haciéndose con el partido, pero trabajó de forma incansable por todo el territorio. Ahora “ayuda”, pero está muy condicionado por su situación judicial.

Trasvase de votos a ERC

Y, aunque es cierto que esa erosión enorme está afectando a todos los partidos –el PSC busca con Maurici Lucena una imagen externa ante la opinión pública que todavía aparece muy borrosa– en el caso de Convergència es muy visible. Las encuestas muestran a Esquerra Republicana por delante de CiU, con su presidente, Oriol Junqueras, como dirigente mejor valorado. Esas mismas encuestas, como señaló el barómetro del último CEO, ofrecen una constante: el trasvase de votos de CiU a las filas de los republicanos, que venden con mayor convicción el paraíso de la independencia de Catalunya.

Convergència, como partido, “no aparece”, se señala, y es Mas el “hombre orquesta” en el que se ha confiado todo el futuro de Catalunya. Esa determinación se ha comprobado estos días, cuando, con motivo del Foro Económico del Mediterráneo, y, tras la negativa del Gobierno central a que Mas pudiera pronunciar un breve discurso en el Palau de Pedralbes, el partido ha difundido a través de las redes sociales un ilustrativo “todos somos Mas”.

Desamparo local

Ese desamparo comienza a preocupar al poder local, centrado ya en las elecciones municipales de 2015. Convergència tiene mucho poder, todavía. En la Generalitat, en las Diputaciones, en ciudades y pueblos, pero la impresión es que “hay una vía de agua de grandes dimensiones”. Y eso a los alcaldes les pone muy nerviosos.

En el Govern hay consellers que son plenamente conscientes de ello. Desde el conseller de Territori i Sostenibilitat, Santi Vila, ex alcalde de Figueres –muy criticado por la ortodoxia que marca de forma férrea el conseller de Presidència Francesc Homs, y que se refleja en reproches a su gestión en los medios de comunicación– a Felip Puig, un político que lo ha sido todo en Convergència y en el Govern.

Un instrumento necesario

Un dirigente veterano de Convergència apunta una cuestión que, para algunos miembros de la actual dirección, casi no tiene trascendencia. Y es que Catalunya “necesita un instrumento político como CDC, que ha aglutinado un catalanismo liberal, tamizado por un conservadurismo muy del país, comarcal”.

Y sí, aquello existió. Fue una fuerza líder en Catalunya, implicada en los asuntos de la política y la economía españolas.

Pero está en vías de ser un partido secundario.

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