Pablo Iglesias ilusiona en Madrid a la masa indignada

La puerta del Sol se colapsa ante la puesta en escena de Podemos, que inicia la campaña con sus primeras promesas electorales. Jóvenes y jubilados desbocan sus múltiples indignaciones

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La Puerta del Sol permanecía completamente llena, en calma y silencio hasta que Pablo Iglesias y la cúpula de Podemos entraron con paso lento, a la velocidad que le permitía la muchedumbre, mayormente jóvenes y ancianos. De repente se escuchó una explosión de cánticos: «Pablo presidente», «Sí se puede» y el más de moda «Tic, tac, tic, tac» que anuncia una explosión o tal vez un «sálvese quien pueda».

Los gritos y aplausos repentinos hicieron que las palomas que defecan sobre las farolas y las estatuas de la plaza del Sol huyeran despavoridas sobre las cámaras de última generación, y los palos para hacer selfies buscaban captar a los líderes del partido violeta, que no ocultaban el júbilo por la multitudinaria congregación.

La llegada de Pablo Iglesias alivió la inquietud de casi dos horas de los manifestantes concentrados en la Puerta de Sol y sobre quienes pesaba la espera. Cada vez que alguien intentaba avanzar por medio de la multitud para acercarse más al escenario, se enfrentaba a la ira sincronizada de la masa. En medio de la pelea por el espacio, una mujer se sube en uno de los pivotes de la puerta de Sol, lo que levanta la rabia de los presentes. «Señora, bájese; señora, bájese», gritaban en coro los manifestantes que deseaban ver a los líderes políticos de Podemos.

El pajarito repudiado

La plaza estaba llena de abuelos con las banderas republicanas, y que se subieron a las ventanas de la sede de la Comunidad de Madrid para tener mayor claridad sobre la multitud. En medio del cabreo al unísono, los representantes de Podemos lograron transmitir algunos mensajes de esperanza. «A los jóvenes exiliados, les prometo que construiremos un país a donde puedan volver», dijo Iglesias, el soñador que también siente responsabilidad de los sueños.  

Pero la indignación volvía cada vez que el helicóptero de la policía sobrevolaba la plaza. «Ito, ito, ito, que caiga el pajarito», gritaban los manifestantes que hacían cortes de manga. Esperanza, una joven investigadora que trabaja fuera de España, logró calmar los ánimos con su discurso en el que describió las vicisitudes de los jóvenes talentos españoles, las dificultades para conseguir empleo y la falta de oportunidades en un mercado laboral indigestado que no ha dejado de vomitar trabajadores. La joven, con tono dulce y esperanzador, se ganó al público que quería escuchar a su líder.

El hombre masa

Pero antes Íñigo Errejón subió al palco, y Juan Carlos Monedero entrenaba al público para que gritara al unísono el «Sí se puede». Levantaba la mano abierta y marcaba los ritmos. Y la multitud, el hombre-masa que diría  Ortega y Gasset, obedecía al profesor universitario, tertuliano y polémico asesor chavista. 

Fue un buen ensayo antes de la subida triunfal al escenario de Pablo Iglesias, que fue proclamado bajo el grito de «Pablo Presidente».  No habló de castas, como los oradores que le precedieron, sino de responsabilidad. Dejó claro que gobernar será difícil, pero está dispuesto a seguir el mismo camino de Grecia: electricidad gratuita para las familias pobres, readmisión de trabajadores públicos despedidos, aumento de las pensiones…

Agradecimientos a colectivos sociales

Tuvo un mensaje de agradecimiento a quienes agitaron la calle antes que él: a los yayoflautas, los indignados, los médicos que formaron las mareas blancas, los maestros que impulsaron las mareas verdes, los desahuciados, los trabajadores despedidos de Coca-Cola, los afectados por las preferentes, los emigrantes y los inmigrantes que fueron expulsados de la atención médica.

Sólo su mención, su protagonismo en el escenario violeta, fue suficiente para llenarlos de ilusión. Tanta como la canción que cerró el acto mientras los líderes de Podemos se movían en línea como hermanos. A ritmo de guitarra, los manifestantes despejaron la plaza, lentos, pero quejosos por el desorden en el desalojo. Pese a todo, se marchaban sabiendo que no estaban solos en su amargura, que también se sentían comprendidos por otros miles de indignados y eso parecía hacerlos felices. Mientras regresaban a sus casas o a los bares cercanos, la música también les subía el ánimo. «Cambia, todo cambia».  

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