Sánchez presiona a Podemos con un referéndum para expulsar a Rajoy

El secretario general del PSOE ha criticado duramente al líder del PP, pero sin faltarle al respeto

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Mantener la tensión y la atención durante casi dos horas, en un discurso cuyo contenido básico, el documento de acuerdo con Ciudadanos, se conocía, no era un reto fácil. El candidato Sánchez ha ocupado la escena con solvencia desconocida.

Ha utilizado la pedagogía política con destreza, sin parecer impostado; ha criticado con dureza al PP y a Mariano Rajoy, sin faltar ni una sola vez al respeto. Y ha impuesto a la cámara la sobriedad en los aplausos y en los rechazos.

Seguir el debate en televisión tiene las mismas ventajas que el fútbol televisado. Enfoca el balón y la jugada, pero también las reacciones que se producen en el estadio. En el debate de investidura, Pedro Sánchez consiguió imponer la mesura en el lenguaje no verbal de sus adversarios.

A medida que pasaban los minutos, Pablo iglesias y Mariano Rajoy han elegido el hieratismo, la sobriedad y la mesura, tal vez conscientes de que el contenido del discurso no permitía descalificaciones gestuales, quizá incompatibles con la solemnidad cercana de su contenido.

La ironía de Podemos

A las primeras sonrisas y aplausos irónicos de Pablo Iglesias, se ha sucedido la cara de Póker de un jugador al que le han descubierto el juego. Si el objetivo era dificultar al máximo la oposición del líder de Podemos al acuerdo suscrito entre PSOE y Ciudadanos, la misión ha sido cumplida. Tendrá problemas para manejar los tópicos y eludir la concreción.

Mariano Rajoy tenía la misma expresión que una amiga de mi madre que siempre tenía un caramelo ácido en la boca. Demasiado colorado y con expresión ausente, el presidente en funciones no ha pasado una buena tarde. Ha presenciado a un candidato que, a diferencia de él, sí aceptó el encargo del rey, y aunque termine siendo rechazado por la cámara, habrá ganado puntos por su valentía.

En una primera parte en cierto modo Kennedyana, que recordaba el «no preguntes que puede hacer tu país por ti»,  ha recuperado la esencia de la política en el diálogo, el entendimiento, la cesión e incluso la humildad.

El parlamento, mejor fragmentado

La contraposición en sus críticas a la imposición de la mayoría absoluta que ha ejercido el PP, con las ventajas de la necesidad de dialogar, negociar y ceder, ha generado la sensación de que es mucho mejor un parlamento fragmentado que la existencia de claras mayorías. En cierto modo, ha convertido el pequeño valor numérico de sus votos en una ventaja.

No recuerdo a un líder socialista defender el «patriotismo» –»ser patriota es un valor exigente»-,  la idea de España, llamándola por su nombre. Acostumbrados a la reyerta, la impresión es que dejó desconcertado al hemiciclo con el aire New Deal de ese primer bloque de intervención en que la humildad se ha consagrado como un valor en alza en un universo habitual de soberbia.

No ha sido casi interrumpido por la misma bancada antes utilizaba la bronca como argumento. Y el grupo socialista ha sido efusivo en sus adhesiones sin abrumar. Y el presidente, Patxi López, no ha necesitado llamar a nadie al orden ni pedir silencio a sus señorías ni una sola vez.

Pacto con Ciudadanos

A esa primera parte didáctica y humanista, ha seguido una exposición bastante exhaustiva y detallada del programa pactado con Ciudadanos, consiguiendo que la oferta inducida a Podemos no pudiera ser tachada de desleal por Albert Rivera. Asentimiento contenido y prudente del líder de Ciudadanos en muchas partes del discurso de su socio.

El sentido común ha sido invocado para explicar las medidas propuestas. Y es cierto que, para quien esté situado del centro hacia la izquierda, resulta complicado no sentir satisfacción por lo que se ha ofrecido.

Otra cosa es que se juzgue realizable. Ha leído con soltura desconocida en la mayor parte de quienes ocupan habitualmente la tribuna. Y ha manejado bien las morcillas introducidas para dar suelta a la ironía.

Un discurso estudiado

La exposición del vademecum de medidas, muchas de ellas detalladas, no ha producido bostezos ni ruidos en la cámara. Y el énfasis en los momentos en los que recaba el aplauso de los suyos, ha sido sutil, bajando más la voz que subiéndola, y manejando bien las pausas.

En esta España en la que la bronca amenaza con ser deporte nacional y la soberbia ejercicio obligado, reivindicar la fortaleza de la humildad ha dejado noqueado al auditorio.

Es verdad que Sánchez ha hecho alguna trampa, como ocultar lo firmado en relación a la desaparición de las diputaciones. Quizá abusó del recurso en su llamada a «esto puede ser realizado a partir de la próxima semana», como un anuncio de detergente, pero su reclamación de apoyos no puede ser tachado de mendicante.

Quizá la ventaja de monopolizar el escenario este martes y cedérselo a los demás el miércoles, se haya convertido en un handicap, porque hubiera obligado a responder a bote pronto a los distintos grupos parlamentarios, que ahora tienen toda la noche para preparar su respuesta a un discurso que seguramente no esperaban.

Política internacional e independencia de Cataluña

No ha habido sorpresas en sus propuestas de política exterior, dentro de los cánones establecidos, remachando la necesidad de renegociar los plazos del objetivo del déficit y el compromiso con los asuntos más espinosos de la UE, como la crisis de refugiados.

Hará radicalmente lo contrario a lo que ha hecho Mariano Rajoy, ha dicho Sánchez, pero no ha dado más detalles, en un asunto, el de la peor crisis de refugiados que vive Europa desde la II Guerra Mundial, que hubiera meritado más claridad por parte del candidato.

Tampoco novedades con respecto a Cataluña, con promesas de diálogo donde no lo ha habido, pero con declaraciones expresas no solo a la unidad de España sino también a las ventajas de la solidaridad.

Pedro Sánchez ha defendido con inteligencia los logros de la transición y la labor de quienes han ocupado el Congreso en estos años de democracia. Otra crítica a Podemos, formulada con sutileza pero con efectos profundos, recordándoles que quienes hicieron la transición fueron honestos, inteligentes y eficaces.

La honradez en la política, aunque arañada por los muchos casos de corrupción de los últimos años, no la ha inventado Pablo Iglesias.

Reacciones

Este miércoles los intervinientes tendrán que elegir con cuidado el tono y el contenido. Después del discurso de este martes se impone finezza y será complicado usar esa sal gruesa a la que nos tienen acostumbrados nuestros líderes políticos, incluido, hasta ahora, el propio Pedro Sánchez.

Probablemente habrá sorprendido que el mismo político que negó decencia a Mariano Rajoy, haya descubierto lo duras que pueden ser las críticas formuladas con toda corrección y respeto. Pedro Sánchez ha salido del Congreso erigido sin dudas en líder de su partido.

Se han vislumbrado sus cualidades para ser presidente de Gobierno y genera expectativas para conocer la forma en que Podemos y el PP pueden unir su voto. Desde luego ha colocado a su partido en mejor posición ante unas nuevas elecciones.

Por un rato nos hemos olvidado de que el nuevo mapa de partidos que tiene España ha situado al PSOE en el menor número de escaños de su historia.

¿Nuevas elecciones?

A la salida, las reacciones no puede decirse que hayan sido brillantes. Ni siquiera en un excelente dialéctico, como Pablo Iglesias, que lo ha calificado de decepcionante y se ha hecho un lío disertando sobre la exigencia de coherencia en las ideologías.

Como siempre, Rafael Hernado, espléndido en el retrato de la vieja política de argumentarios repetidos como un loro en su eterno rostro de humorista sin talento.

Todo queda abierto, a pesar de la tozudez con que las matemáticas determinan la imposibilidad de una investidura. Pero, en política, nada es imposible. Y si como parece, el discurso ha sido cercano a los ciudadanos, ser culpable de una repetición de elecciones no es un plato recomendable para nadie.

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