Esa teocracia llamada España

Las convicciones fanáticas de muchos españoles, independientemente de cuáles sean, no buscan solucionar problemas de primer orden, sino prohibir a otros españoles lo que les digan que es necesario prohibir.

Imagen de una manifestación feminista el 8M

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Cuando se habla sobre «guerra cultural» por lo general se tiende a pensar que esta guerra es entre izquierda y derecha, pero… ¿Qué es una guerra cultural? ¿Entre quién se produce? Una guerra del tipo que sea implica que hay un conflicto y ante la imposibilidad de negociación los distintos bandos deciden luchar. La fuerza (del tipo que sea) será quien decida quién gana el conflicto. «Guerra cultural» por lo tanto significa utilizar todas las herramientas posibles para la modificación del pensamiento mayoritario, lo que implica NECESARIAMENTE una distorsión de la realidad por parte de ambos bandos.

Recordemos que ante todo se trata de una guerra y en una guerra por mucho que los cuadros de antaño nos plasmaran escenas heroicas la realidad es que las acciones resaltan por su suciedad. Así pues, en una guerra cultural la deformación del contrario a través de su difamación, exageración, sugerencias malintencionadas y su silencio son el día a día. Izquierda y derecha se señalan mutuamente a diario pero, ¿Realmente están en guerra cultural? Opino que si estamos hablando de la España de 2020… NO. Son rivales, pero no enemigos.

Si algo tiene España es que sigue siendo un país teocrático: las convicciones fanáticas de muchos españoles, independientemente de cuáles sean, no buscan solucionar problemas de primer orden, sino prohibir a otros españoles lo que los sacerdotes parlamentarios de turno les digan que es necesario prohibir. En nombre de lo que sea. Ambos extremos se han mostrado beligerantes pero a día de hoy han terminado como una pareja tóxica que después de insultarse copula llena de odio pues han encontrado un lugar común en el que verter toda su miseria y donde podrán realizar aquello que más les gusta: prohibir para decirle al ciudadano de a pie cómo tiene que vivir su vida.

Las convicciones fanáticas de muchos españoles, independientemente de cuáles sean, no buscan solucionar problemas de primer orden, sino prohibir a otros españoles lo que los sacerdotes parlamentarios de turno les digan que es necesario prohibir

La alianza del feminismo radical y el ultraconservadurismo

Este lugar común no es otro que el puritanismo. Ya en su momento en Estados Unidos feministas radicales y ultraconservadores se unieron contra el porno o el alcohol, hoy en España lo hacen contra el porno, los sadomasoquistas, las putas y los transexuales. Y quien esté contra esto es tachado de *inserte el insulto más deshumanizador que se le ocurra aquí*. La guerra no es entre izquierda y derecha, sino entre la gente que quiere vivir su vida y los puritanos que se la quieren quitar.

Ejemplos: Lidia Falcón, una de las máximas representantes del feminismo radical en España, abiertamente de izquierdas, ha escrito para Hazte Oír y ha sido aclamada por VOX. ¿Por qué? Porque el feminismo de Lidia Falcón es transexcluyente. Carla Toscano, parlamentaria de VOX, dijo hace unos días: “Libertarios y degeneración, siempre de la mano», dejando claros los resabios de la influencia de la Entartete Kunst en su pensamiento.

Por supuesto, no le extrañará al lector que la misma diputada está también a favor de prohibir el porno y la prostitución apelando a la «decencia» (supongo que señalar a las trabajadoras sexuales como inferiores a ella es lo que dicta la Biblia, debí malinterpretar aquello de «no juzguéis y no seréis juzgados»), casualmente en este aspecto recibe todo el apoyo de feministas radicales como Irene Montero o Rocío Carracedo (PAP-Plat. OOMM).

Todas muy a favor de la igualdad, salvo en el caso de las trabajadoras sexuales, que ellas, pobrecitas, no dan más de sí, son personas pero poco mujeres, tienen pensamiento pero poquito, son ciudadanas pero de segunda (literalmente, pues su situación profesional es alegal). Ellas pueden hablar en nombre de todas las mujeres, ¡qué digo mujeres! ¡en nombre de la humanidad! Han sido enviadas para aleccionarnos a las degeneradas, las descarriadas, las «malas mujeres», todas somos unas putas menos ellas.

Todas muy a favor de la igualdad, salvo en el caso de las trabajadoras sexuales, que ellas, pobrecitas, no dan más de sí, son personas pero poco mujeres, tienen pensamiento pero poquito, son ciudadanas pero de segunda

Feministas radicales invertirán su símbolo a fin de esgrimir una cruz morada, hincarán la rodilla y rezarán al unísono junto con los ultraconservadores a un ente que está entre todos nosotros: el odio hacia «putas y maricones». Recuerdo que hace años una chica me hablaba de esto y yo no la creía, qué ingenua fui y cuánta razón tenía.

Libros como «Arden las redes» de Juan Soto Ivars describen muy bien las consecuencias terribles en la vida privada de las personas que provoca la falta de entendimiento que está habiendo entre la población a raíz de crear estos sesgos nefastos para encapsular personas en el abanico ideológico de turno.

En la guerra cultural, como en todas las guerras, por el encumbramiento de unos pocos listillos son afectadas miles de personas por el camino, gente inocente con sus vidas normales. Nadie debería fiarse de humanos que se encumbran a sí mismos como adalides de la moral porque son sólo eso: humanos.

Y los políticos no son ídolos a los que aclamar, son gestores que en principio deberían trabajar para nosotros los ciudadanos, no hacernos la vida imposible. Su guerra cultural es nuestra miseria social.


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