Brufau y Grifols, separados por Cataluña, se reencuentran en el off shore

El presidente de Repsol niega el antagonismo Cataluña-España, mientras el máximo accionista de Grifols apuesta por una identidad colectiva basada en proyectos. A pesar de ello, en materia fiscal se parecen, y mucho

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Antoni Brufau, catalán afincado en Madrid y presidente de Repsol, pertenece al grupo minoritario de empresarios europeos empotrados en la delegación permanente del G20 y, al mismo tiempo, es el gran agitador del European Round Table of Industrialists (ERT).

Sus opiniones reverberan en instituciones internacionales; no se pierden en el eco de los Alpes, como les ocurre a los habituales del Foro de Davos. Por su parte, Víctor Grifols, primer accionista de laboratorios Grifols, es un norteamericano vocacional, que encaja su reto global en el soberanismo catalán. 

Brufau dice: «soy transfronterizo». Y Grifols inquiere: «ni me lo planteo». Para ambos, la democracia consiste en domesticar la hostilidad. Brufau es de los que desaconsejan reconocer la existencia del antagonismo Cataluña-España. Grifols apuesta por una identidad colectiva que gravita en proyectos, no en melancolías.

Similitudes y diferencias

Desde su medio líquido, Grifols empatiza con el derecho a decidir de los catalanes. Se siente soberanista. Pero su corazón es más catalán que su bolsillo, si tenemos en cuenta que el laboratorio gestiona su tesorería global (pingües beneficios) desde Irlanda, en su sede operativa de Dublín

En materia fiscal, Brufau y Grifols se parecen, y mucho.

La transnacionalidad de los oleoductos y la delicadeza identitaria de la probeta son tal para cual. Grifols refugia sus ganancias en la isla más opaca del Reino Unido, mientras que Repsol negocia los fletes de gas natural licuado en alta mar y en tiempo real; y sus órdenes de cargo se compensan en paraísos fiscales. 

Ahí está el secreto de Repsol: sigue ganando con los barcos metaneros lo que pierde con el derrumbe del barril de brent, camino de los 20 euros.

Brufau se proyecta desde la marca España. Se ha despegado de lobbies como el Consejo Español para la Competitividad o del Círculo de Empresarios para comprometerse de lleno en el Round Table (ERT). Grifols, por su parte, el independentista más internacional, no es bien recibido en los organismos pata negra del empresariado español.

No se le ve en foros de opinión ni en grupos de interés. Viaja vacío de equipaje, pero se siente muy vinculado al núcleo sentimental de la Cataluña hipotética.

La frialdad del rigor

Defiende la radicalidad democrática del soberanismo como desorden políticamente productivo. Sabe que un cierre constitucional resulta parcial, porque excluye algún tipo de externalidad. Pertenece a la red de Artur Mas, el Michael Collins catalán sin olor a pólvora. Grifols cuenta con redes económicas en Estados Unidos y en Canadá, naciones siempre atentas a las segregaciones europeas.

Aspira a convertir Cataluña en el primer spin off político de tratado de Maastricht. Brufau revienta el mixtream, construye ciclos combinados y levanta gasoductos. Juega en la división de honor. Pero, mutatis mutandis, Grifols no le va a la zaga, aunque no se pueda comparar la magnitud de una petrolera internacional con un laboratorio, por más potente que éste sea. 

Nadando a contracorriente, Grifols salió a bolsa en 2006, multiplicó por diez el valor de su OPV; más tarde, compró Teleki y adquirió la división diagnóstico de Novartis. La empresa catalana sale en Wikileaks, cotiza en el Nasdaq y presenta sus balances en inglés. En la junta anual de accionistas, sus socios minoritarios le piden a Víctor Grifols que traduzca al catalán los balances. Pero él siempre contesta lo mismo: «no es necesario».  

Grifols representa la frialdad del rigor. En sus apelaciones al mercado, exhibe neutralidad ideológica, de la mano de Francisco González (BBVA), cepa de la españolidad más conspicua.

El poder en la sombra del ERT

A Brufau, nadie le tose. El joven arturito (auditor de Arthur Andersen) se ha convertido en el empresario más internacional de España. El pasado lunes 16, el presidente de Repsol participó en la reunión del ERT, celebrada a puerta cerrada en el Villa Magna de Madrid, con la asistencia de Mario Draghi.

La cumbre empresarial de los 50 principales rindió culto a la confidencialidad: demostró su aversión a la opinión pública y publicada. Benoit Potier (Air Liquide y presidente de ERT), Pablo Isla (Inditex), Brufau (Repsol) e Ignacio Sánchez-Galán (Iberdrola) hicieron los honores al rey, Felipe VI, invitado también de incógnito en el Villa Magna.

Solo faltó César Alierta, el presidente de Telefónica, a pesar de que la operadora española actuaba de anfitriona.

Las fortalezas del ERT hablan por sí solas: son las 50 compañías líderes de Europa, que facturan 1,2 billones de euros y tienen 6,8 millones de empleados. Un poder en la sombra. Proyectan rigor y opacidad a partes iguales. Representan el segundo oleaje de la tormenta perfecta: primero, crisis económica sin precedentes y segundo, salida a la superficie en pleno clímax de la yihad, amenaza global. Nunca hubo mejor excusa para esconder la cabeza debajo del ala.

Electrón libre

En el ERT de Madrid se habló del futuro de la zona del euro y de la Reserva Federal, que está a punto de endurecer su política monetaria. En cualquier caso, la cumbre de empresarios quedó marcada por los atentados de París y sus conclusiones han sido sepultadas por un manto de silencio. El rey estuvo, pero su mano derechaJaime Alfonsín, permanece insonorizado. Y, en España, cuando la Casa del Rey no pía, los ciervos de Gredos se meten en sus madrigueras.

El ideal de una democracia no es una armonía social perfecta. La polis exige que ninguna instancia pueda erigirse en representante única de la totalidad. La diversidad conecta con la radicalidad democrática, pero también con la gobernanza: Brufau lo admite desde la conexión; Grifols es un electrón libre.

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