El pacto de los empresarios vascos y madrileños frente al enroque catalán

Mientras que Madrid y Bilbao refuerzan sus puentes, el empresariado catalán pierde fuelle e influencia en los centros de poder de la capital

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El nexo de unión entre el acero y la banca en el norte de España ha galvanizado la comunión industrial entre Bilbao y Madrid. El fenómeno emana de la tradición vasco-española de las grandes compañías y de la impostada españolidad de Neguri, consagrada tras el secuestro y asesinato (1977) de Javier Ybarra Bergé –banquero, empresario y ex alcalde de Bilbao- por parte de ETA, narrado magistralmente por su hijo, el Premio Comillas Javier Ybarra Ybarra, en el libro testimonio Nosotros los Ybarra (Deusto).

En Cataluña el pacto empresarial con España está roto y las grandes compañías han quedado huérfanas a la hora de utilizar las economías de escada que ofrecen las multinacionales.

Ahora, cerrada la fundición del siglo pasado, Euskadi sigue siendo un semillero de encuentros –lo quieran o no los dirigentes del PNV y se pongan como se pongan los de Bildu- a través de la tecnología.

Victoria Gasteiz ha puesto los recursos y los centros de excelencia han añadido la voluntad de unirse, siguiendo la pista de Pedro Luis Uriarte, un innovador del antiguo BBV que fusionó finanzas y tecnología. El resultado es Tecnalia, la mayor concentración innovadora de Europa.

López Atxurra, quien mueve los hilos de Tecnalia

El presidente de Petronor, Emiliano López Atxurra, es el actual presidente de Tecnalia (CAF, Iberdrola, Euskaltel, Petronor, Fagor Ederlan, Gamesa, Ibermática, CIE o Kutxabank, son miembros de su patronato) en sustitución de Javier Ormazabal, que ostentó este cargo desde el 2010.

Movido por Josu Jon Imaz (actual Ceo ejecutivo de Repsol y ex jefe del Euskadi Burobatzar), López Atxurra es consejero de Gas Natural Fenosa, está vinculado al Ente Vasco de la Energía y es el puente perfecto entre Bilbao y Barcelona. De hecho esta conexión nació en la órbita de La Caixa, la entidad que es un caso aparte respecto a la baja calidad de onda que tiene hoy el empresariado catalán.

La Caixa y el Banc Sabadell son ahora mismo la excepción del mundo económico adocenado y silente que soporta, con paciencia de santo, los brincos del procés de la mano de políticos engagès frontalizados por la patria. La Caixa por la vía del Consejo Empresarial para la Competitividad y el Sabadell, a través del think tank FEDEA presidido por Josep Oliu se salen del cuadro. Ambos bancos tienen una irrenunciable vocación internacional.

Tecnalia tiene los mimbres para ser un actor a considerar en el renacimiento industrial europeo y punta de lanza en el ecosistema tecno-industrial español. Los tiene porque la unión hace la fuerza, justo lo contrario de Cataluña, una comunidad que cuenta con 75 parques tecnológicos, todos hijos de su padre y de su madre.

La industria catalana pierde fuelle

La mano invisible del nacionalismo está detrás de esta fragmentación catalana que refuerza el localismo pero que debilita estructuras compartidas. De hecho, el camino iniciado en los ochentas por el Plan Estratégico Barcelona 2000 impulsado por Pasqual Maragall, Francesc Santacana y Francesc Raventós, condujo al modelo público-privado de éxito en Fira Barcelona, en los Juegos del 92 o en distrito del 22@.

A fuer de aplicar el vicio de Calvino, la industrialización catalana no sigue sólo los ecos de los laboratorios farmacéuticos familiares, ni la gran confección después de la colonia textil; tampoco vive solo de las empresas punto.com, ni de la revolución biomédica que ha colocado a la sanidad catalana en al mapa mundial; ni de las startups de la Politécnica en busca de un nuevo Yahoo, antes del diluvio.

Teníamos enormes esperanzas, pero los relevos políticos machacarán el futuro. Sobre las ruinas del pasado, se levantan el independentismo paralizante del eje Puigdemont-Forcadell y la voz del populismo en el equipo municipal de Ada Colau, cuyo concejal de Economía, Gerardo Pissarello, descuelga del callejero a la figura de Joan Antonio Samaranch, el ex presidente del COI, por su pasado remoto autoritario. El peronismo de salón que se ha traído Pisarello del Cono Sur no merece comentario.

Euskadi proteje a los suyos

Si la maquinaria asesina de ETA marcó al País Vasco, las grandes operaciones en el cielo raso industrial también lo hicieron. La OPA frustrada de Gas Natural a Endesa fue uno de esos momentos en los que la industria de Euskadi mostró su lado español, más combativo en defensa de sus intereses (los de Iberdrola).

En aquel fracaso se vivieron amenazas y torturas psicológicas. El aznarismo –la vía de un presidente marcado por un atentado y olvidado por sus colegas– hizo lo que pudo para que la energía fuese italiana antes que catalana. José María Aznar jugó a ser como Felipe González sin llegar a los GAL: «si pudiese me cargaría a estos hijos de puta del atentado de la calle Joaquín Costa, en una reunión que tienen todos en Bayona», confesó Felipe, según ha desvelado José Bono en su autobiografía Les voy a contar.

La historia nunca es lineal. Pero si a algo jugó la política centralista es al apoyo del mundo vasco frente al catalán. Hoy se mantiene esta inercia, en las palabras del portavoz Aitor Esteban, un negociador duro sin doctrina o, por lo menos, sin el funambulismo constitucional que mostró Iñaki Anasagasti en sus mejores años.

Una economía entre borbotones y frenazos

Cada vez que atravesamos un bloqueo gubernamental, Madrid renueva el «me duele España», del 98. Aparecen Garicano, el Ángel Ganivet de nuestros días, y Rivera, en el papel de Joaquín Costa, el gran soberbio. Para decir siempre lo mismo: la dichosa regeneración.

La calle llora o se despereza delante del reto tecnológico del taller del siglo XXI, que expulsa la mano de obra. Diarios que tuvieron fulgor en los tiempos de la idea, como El Motín de Corpus Barga o El Rebelde de Julio Camba, son ahora las redacciones de Público, el toque rebelde del productor Jaume Roures, o de Eldiario, de Nacho Escolar.

La economía vuelve a borbotones y a frenazos. La fragilidad de la belle époque se concentra hoy en los holdings de Florentino Pérez (ACS) y Villar Mir (OHL). Ellos no lo han dudado nunca: influir y recibir. Hace ya mucho que Entrecanales, Rivero o Del Pino y los energéticos, como Fulvio Conti, Antoni Brufau y Sánchez Galán, dan solo por lo que reciben; se implican para alcanzar las mejores plicas de plataformas atlánticas, gasoductos, canales o pantalanes. Siempre están ahí.

Y siempre estuvo con ellos el llorado barcelonés José Manuel Lara Bosch, el último mohicano de los puentes bien tendidos, entre Madrid y Barcelona.

Donde se cocinan los acuerdos

En la capital, el gentlement’s agreement sigue vigente en el palco del Bernabeu y sobrevive en el Círculo de Bellas Artes, ahora que el Jockeys de Matías Cortés es historia y que el restaurante Casa Lucio se ha convertido en una especie de parador nacional.

Para sellar juramentos más allá de la política -lo sabe bien el presidente de CEOE, Juan Rosell– han fructificado otros géneros de saloncito privado, como el Club 567, junto al Gran Jorge Juan. En Madrid, el mantel sigue siendo el cauce de la franqueza, con ejemplos muy actuales como el Mentidero de la Villa, la Pecera del Club Allard, donde el comensal solo ve a través de un cristal fogones y sombreros de cocinero, o en el Seis Ocho de Begoña Fraile, un cruce irrepetible entre privacidad y arqueología industrial.

Los restoranes no son carne de lobby del mismo modo que las novelas no se escriben en los bares. Mientras los negocios de verdad se cierran en los despachos, la apariencia sigue pudiéndole a la realidad: queda muy bien firmar simbólicamente en el Via Vennetto de Ganduxer o en un saloncito del Ritz, junto a la Bolsa de Madrid.

El trago largo de media tarde en el José Luis de Velázquez o el whisky sin hielo ni agua en el piano-bar del Majestic (en el Paseo de Gràcia) siguen poblando el imaginario colectivo. La referencia se hace notar, pero el mundo de los negocios ha entrado en la realidad aumentada. Y Amazon distribuye a gran escala las cartas del mejor sommelier.

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