Fastvinic, la trazabilidad

C/ Diputación, 251 www.fastvinic.com 93-487-32-41

Probablemente, ustedes no saben quiénes son los hermanos Puig, la familia Valls o Josep. Son los proveedores de setas, de salsas, como el ketchup y la mostaza, y el aceite de oliva de Fastvínic, un local de bocadillos y ensaladas del centro de Barcelona. Su carta es un libreto de fotografías de la oferta en la que se explica quién es el proveedor de cada uno de los ingredientes con los que elaboran sus platos y el lugar de producción; en el caso de los tres nombres citados: Centelles, Vilanova de Bellpuig y Amposta.

Ese detalle es el vivo retrato de Fastvínic. A pesar de la alusión a la rapidez que su nombre evoca, resume y representa fielmente el fenómeno slow food y kilómetro cero. Es la trazabilidad de unos productos tratados bajo los principios ecológicos y de la economía sostenible preferentemente en territorios cercanos al lugar donde se consumen.

Ese empeño va más allá de la comida. El establecimiento está diseñado y construido bajo los mismos principios, desde la iluminación a la pintura de las paredes y a la madera del mobiliario, un roble poco tratado tan noble que sus vetas cobran vida hasta resquebrajarse, como se aprecia en algunas de las piezas de la barra.

Cuidar el medio ambiente

Junto a la música clásica ambiental, el cliente oye de cuando en cuando un ruido sordo: son los compactadores de material orgánico y envases reciclables distribuidos por el local. Las aguas grises son tratadas y reutilizadas para la cisterna del lavabo. En fin, un lujo medioambiental que solo se le podía ocurrir a Sergi Ferrer-Salat, el joven mecenas y gastrónomo que preside el potente Grupo Ferrer, dedicado a la farmacia, la investigación y la calidad de vida.

Ferrer-Salat, impulsor también de Monvínic, un restaurante excelente del que ya hemos hablado aquí, forma parte del colectivo de crítica gastronómica Cinc a taula, uno de esos expertos en restauración que siempre hablan bien de los lugares que visitan, sin una arista ni un comentario adverso. Una tendencia curiosa e incompresible del mundo culinario de la que un día deberíamos ocuparnos.

Pero, bueno, a lo que íbamos. Los bocadillos de Fastvínic son originales, como el de codorniz a la vinagreta o el de pies de cerdo, pero también incluye clásicos como el de fuet, de catalana o de longaniza. En ellos no solo se puede disfrutar de un pan excelente, elaborado por distintos horneros, y un aceite y tomate de calidad, sino que el embutido es auténtico y su sabor retrotrae a aquellos años de la infancia en que los alimentos olían y sabían de otra manera, de una manera que nuestra memoria ha archivado como los originales.

La vinoteca

La segunda parte del nombre del establecimiento nos lleva al mundo del vino, la pasión del patrón de la casa. Casi una decena de blancos y unos veinte tintos; todos de las distintas denominaciones de origen catalanas. Los sirven a copas con un método original.

El camarero de la barra, donde se hacen los pedidos, te entrega una tarjeta con el crédito para consumir las copas de vino que has comprado. Con ella vas a uno de los tres dispensadores y, tras introducirla como si fuera un cajero automático, seleccionas el que has elegido. La vinoteca conserva el contenido de las botellas con nitrógeno para que no se oxide pese a estar abierta y lo sirve como si el descorche se hubiera producido en el momento. Si no consumes todo lo que has comprado, el plástico te conserva el saldo para otras visitas.

El invento es excelente, y la relación de vinos es amplia teniendo en cuenta que es una bocadillería, aunque desde mi punto de vista deberían incluir algunas denominaciones españolas. No pasaría nada, porque en la comida lo hacen, como es el caso del jamón ibérico de Albuquerque.

Ese mismo defecto cobra todo su valor con la cerveza, porque en su empeño por el kilómetro cero proponen dos clases de la artesana Bleder que se fabrica en Rubí. Una lleva mezcla de zumo de naranja y tiene siete grados; la otra, incorpora higos. Auténticos purgantes. No sé qué resultado darán tomándolas como copa a media tarde o por la noche, pero con la comida me temo que no ligan.

Entre la clientela, mucha gente joven de la que aprecia el vino y a la que le trae sin cuidado que los asientos no sean excesivamente confortables. También hay turistas, japoneses y americanos, los mejor informados por las guías atentas a las novedades y con querencia por los establecimientos de corte global: Fastvínic perfectamente podría estar en Nueva York o en Londres.

El café, Saula, es correcto. La cuenta con un par de copas de vino –entre dos y cuatro euros cada una- sale por una media de 16 euros. Tiene wi-fi en abierto.

Economía Digital

Historias como esta, en su bandeja de entrada cada mañana.

O apúntese a nuestro  canal de Whatsapp