Gat Blau, un hallazgo

C/ Consell de Cent, 139 www.gatblau.com 93-325-61-99

Mentiría si dijera que soy una entusiasta de la trazabilidad, la sostenibilidad y el ecologismo referidos a la comida y la mesa. Y no porque no crea que sea el futuro, y no solo en la alimentación, sino porque he visto a tanta gente utilizarlo como marketing y como negocio –algo así como eso que en las escuelas de negocios y en las grandes empresas llaman la Responsabilidad Social Corporativa- que inmediatamente levantan mis sospechas.

Por eso, cuando me decidí a visitar el Gat Blau lo hice en compañía de un amigo con el que coincido en muchas cosas y también en este punto. Había leído una crónica elogiosa de Eduard Ros que me animó a probarlo.

El aspecto del local y la indumentaria de los camareros son las que podríamos considerar propias de la oferta ecológica, gente amable de trato campechano con piercings y algún tatuaje, vestidos de negro y mandiles hasta los tobillos.

En el pasado debió albergar un taller de coches, con unas claraboyas al fondo, vestigio de aquellos techos de dientes de sierra con los que talleres de la Barcelona industrial dejaban pasar la luz del día al estilo de la arquitectura fabril del siglo XIX, y el resto del techo –alto- de ladrillo abovedado.

Como en el pueblo

Música ambiental tranqui con mesas para dos y sillas de madera de oficina, de aquellas estilo casino, algunos espejos, un par de relojes antiguos colgados y un aparador. Un aire que quiere rememorar una fonda ligeramente destartalada, como aquellos restaurantes que abrían los progres de los 70 en los pueblos.

Solo hay menú. A 11,20 euros el del mediodía y a 21 euros el de las noches de jueves y viernes. Cierra sábados y domingos, pero ya advierten que pueden abrir cualquier día –y noche- para grupos de más de 12 personas. El menú del mediodía lo pueden servir en cuatro versiones, en función de si prefieres comer dos primeros, un solo segundo o solo un primero. Así, la opción más ligera queda por 7,8 euros: un primero, agua, refresco –o copa de vino- y postre o café.

Hay cuatro opciones de primero. Optamos por los tallarines ecológicos de Moià con una salsa al pesto de récula y almendras; una primera impresión excelente.

La huella

Entre los cuatro segundos, Gat Blau siempre incluye uno dedicado especialmente a la sostenibilidad, en el que no hay ni carne ni pescado, sino que las proteínas son vegetales y se guisan con hidratos de carbono. Una combinación que los cardiólogos recomiendan para un par de días a la semana y que en este local sugieren bajo el eslogan “reduzcamos la huella ecológica”. Es decir, hagamos trabajar menos a la tierra para nuestra alimentación, que es la orientación básica de Pere Carrió, el hombre que maneja la cocina de la casa.

El día de mi visita ese plato consistía en unas lentejas salteadas con boniato, algo parecido a las lentejas viudas de toda la vida, pero con la imaginación de este joven chef. Preferí el pollo ecológico hecho en wok, que llevaba un euro suplementario. Y la verdad es que acerté, estaba muy rico y sabroso. Mi compañero de mesa dio cuenta de un pagel con crema de col y tapenada, que también le gustó mucho.

De postres, un yogur casero y un pastelito de chocolate, que no decepcionaron. El café, Novell, bien bueno; y de comercio justo, nos dijo el camarero. No tienen cerveza de barril, sino botellas de Moritz, tanto medianas como quintos, que tienen el detalle de servir en vaso de caña Moritz.

Tomé una copa de tinto del Celler Mariol, que es el vino de la casa, y me pareció un peleón correcto a pesar haber salido de una botella abierta sin ninguna conservación y tapada con el corcho de origen.

Todos los productos que integran los platos están identificados en cuanto a su procedencia, la inmensa mayoría del país, y elaboración. Incluso el pan –Avilardan-, el aceite –Molí Duran- y la sal –Añana-. Cuando algunos días más tarde leí que la proclama independentista de Teresa Forcades y Arcadi Oliveras incluye la “soberanía alimentaria” me acordé del espíritu del Gat Blau.

La rotación

No creo que todos los visitantes del restaurante sean amantes de las fórmulas ecológicas, sino más bien gentes que han hecho un descubrimiento, tanto en calidad como en precio, y lo valoran. De ahí la rotación de mesas, la más alta que recuerdo en la Barcelona de estos días. El cocinero, que trabaja en el local desde hace algo menos de dos años, y la propietaria, Jo Mestres, han conseguido resolver la difícil fórmula de la cocina sostenible: su valor no está solo en el conservacionismo, sino que además puede ser rica y barata. Un aplauso.

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