Jaizkibel, un vasco de gallegos

C/ Sicília, 180, Barcelona. 93-245-65-69

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La zona del Eixample que queda por debajo de la Gran Vía, entre Glòries y Passeig de Sant Joan, fue durante años refugio de los vascos que vivían o visitaban Barcelona. Había muchas empresas, sobre todo de transporte, vinculadas al norte, lo que acabó fomentando una especie de clúster vasco-navarro en la ciudad en el que tiene una gran presencia la gastronomía.

De aquellos años, apenas quedan algunos vestigios. En esta página hemos hablado del mejor de todos ellos, el Gorría, y también del Izarra y de El chato. Cada uno representa una oferta distinta, pero siempre en el ámbito de esa especialidad pseudovasca en Barcelona.

Jaizkibel es un caso aparte. Es un vasco de ese barrio, con una buena barra de chiqueteo -el mejor en pinchos de la zona-, pero curiosamente está regentado por gallegos. Ha sido así desde siempre, que yo recuerde. La tapa es vasca, los mariscos gallegos y los vinos, del norte. O sea, una buena combinación.

Los pinchos

Lo primero que llama la atención de este local es, como queda dicho, el asunto de los pinchos. La barra está repleta de tapas montadas al estilo vasco sobre una rebanada de pan.

Tras la barra, un expositor a la vista con lo mejor de la oferta. El surtido varía según el día de la semana. Los viernes el escaparate enseña nécoras, bígaros, percebes, navajas, incluso centollos. Una delicia de marisquería a precios altos, pero quizá no disparados.

El local es de batalla. En su día tuvo una decoración moderna, con elementos de madera que recuerdan las tabernas típicas de los barrios viejos de las ciudades vascas, que hoy se ve desfasada.

El Jaizkibel es uno de esos lugares que, pese a la crisis, ha mantenido la afluencia de público. No ha bajado la calidad, pero yo diría que tampoco los precios. Comer en una mesa, sin tocar los mariscos, sale por unos 40 euros de media, el doble que si lo haces a base de tapas en la barra.

La plancha

Hay dos imágenes que siempre asocio a esta casa; el aparador que expone los mariscos y la plancha humeante y olorosa. Y es porque la plancha, el fuego que más trabaja en la cocina de esta casa, está justo en medio del restaurante. Es imposible estar allí más de veinte minutos y no salir perfumado.

Como queda dicho, la carta es amplia y variada. No es barata. La materia prima lo justifica, pero el ambiente no acompaña.

Sin embargo, Jaizkibel siempre tiene público, una clientela que valora el producto por encima del entorno e incluso del servicio. Los camareros son muy amables, de aquellos de pantalón negro y camisa blanca, de uniforme riguroso, tan gastado por centenares de lavadas como sus zapatos por las decenas de kilómetros diarios.

Compadreo

No es un restaurante de negocios, más bien de compadreo. Aunque de compadres con posibles. La media sale por el mismo precio que el Izarra, un poco más arriba y mucho más adecuado para los negocios.

En mi visita para hacer esta nota pedí una ensalada de bacalao, como ellos la denominan; una esqueixada, rica y bien aliñada. También unos calamares a la romana, correctamente resueltos.

La dorada al horno estaba muy bien de cocción, sabrosa. No parecía de piscifactoría (20 euros con IVA). Y espero que así fuera porque ese precio corresponde a media pieza de ración. El rape al txacolí que comió mi acompañante parecería estar delicioso a juzgar por la forma en que el pollo pera dio cuenta del asunto.

La carta de vinos es como corresponde a este tipo de restaurantes, sin complicaciones, pero suficiente, con denominaciones de todas partes. El propio camarero recomienda un blanco marca de la casa, un penedès sabroso y bajo de grado -11,5%- a un precio muy aceptable, 13 euros.

La caña de Damm -mejorable- y el café Saimaza –bien servido– redondean una comida en el Jaizkibel, más una taberna que un restaurante, aunque a precios nada tabernarios.

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