Suculent, al pie del cañón (II)

Rambla del Raval, 43. Barcelona www.suculent.com

Cuando cumple su primer año de vida, Suculent mantiene el rumbo: platos muy logrados y servidos en un ambiente informal, de taberna, y a precios razonables. Ha incorporado algunas novedades a su carta en línea con la oferta original, que sigue siendo singular en el panorama gastronómico barcelonés.

Quizá ha perdido aquel aroma de novedad rabiosa de los primeros meses, pero sigue siendo un local de moda al que acuden los aficionados a la buena mesa. En una de mis recientes visitas encontré al presidente del gremio textil, José Luis Marín, que se dirigía al reservado con uno de sus hijos. En otra ocasión vi a José Carlos Díez, el economista mediático, al que habían llevado al Suculent aprovechando su estancia en Barcelona para promocionar su último libro, Hay vida después de la crisis.

Las cañas

Y siguen cuidando la cerveza –Damm–, que ahora tiran en unos vasos de caña clásicos, aunque de cristal mucho más fino que el habitual, y se mantiene excelente. También conservan el Susterris como vino blanco de la casa, que me sigue pareciendo el mejor de la ciudad en su categoría. Y hay que decir que el servicio ha mejorado notablemente las deficiencias que anoté en la nota publicada en octubre pasado. Lo prometido es deuda.


Restaurante Suculent.

Algunos cambios en la carta, como la oferta de tres menús degustación, denominados Pucheros, a 50, 60 y 70 euros. En mi última comida probé la deliciosa chuleta de parpatana de atún rojo, hecha a la brasa, que tenía la textura de la mejor carne de ternera y, sin embargo, un suave sabor a pescado.

Brandada

También pedí otro atún, la ventresca clásica de la casa podríamos decir exagerando un poco, igualmente a la brasa, troceada, no muy hecho, sobre una salsa de piñones que le encaja de maravilla. Como entrantes, no me resistí a la cremosa brandada de bacalao, que siempre me parece de las mejores; y una ensaladita de tomate con fresas y queso pecorino.


Fernando Just y Sabrina Cañada, trabajadores del local.
 

Como los platos no son excesivos, pedí dos medias raciones de postre. Una de sopa de melón con pomelo, agradable y nada ácida. Y un trocito de pastel de chocolate con unos cítricos crujientes que le daban un toque de contraste agradable. El café continúa siendo magnífico y están atentos a cómo servirlo.

En esta casa no le doy muchas vueltas al asunto del vino. No solo pido ya de saque el Susterris, sino que lo recomiendo cuando estoy acompañada.

Los precios

La decoración es la misma –el bareto impostado, titulé la primera reseña en alusión a la antigua Bodega del Raval donde se ubica- con su música de aire andaluz y de jazz; y el ambiente no difiere en exceso. Algunos habituales, extranjeros y corbatas en dirección al reservado del fondo. La crisis no respeta a nadie, y eso se nota en toda la ciudad. La cocina de Antonio Romero está muy por encima del aspecto del local, que emula un bar con solera y originalidad. Los precios se mantienen; un torno a 45 euros por persona.

Me tengo prometida una visita dedicada solo a los aperitivos que exhiben en el pequeño mostrador que da a la calle: buñuelos de bacalao, croquetas de rabo de vaca vieja y las ortiguillas andaluzas. Las acompañaré con alguna de las latas: también tienen las mejores marcas de la excelente conserva de pescado española, como la Brújula y Singular.

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