Lo que tapa la euforia económica española
Pese al optimismo de nuestros mandatarios, respaldado por los buenos datos macroeconómicos, no todo es oro lo que reluce
«Somos la mejor economía del mundo. España avanza con paso firme hacia la consolidación de su liderazgo económico mundial» Así de eufórico se mostraba Pedro Sánchez hace unos meses en uno de sus mítines.
Una economía puede crecer debido al crecimiento de la población, el crecimiento de la dotación de capital o el crecimiento de la productividad. Entre estos tres canales, solo el crecimiento de la productividad puede generar una mejora sostenible del bienestar, como bien resumió Paul Krugman: «La productividad no lo es todo, pero a largo plazo, es casi todo».
Pese al optimismo de nuestros mandatarios, respaldado por los buenos datos macroeconómicos como el crecimiento del producto interior bruto (PIB) o el número de afiliados a la Seguridad Social, no todo es oro lo que reluce. El PIB ha crecido fundamentalmente porque hemos incorporado más mano de obra (sobre todo extranjera) y más horas trabajadas, pero no con mejoras cualitativas o de la productividad que requerirían inversión y una mayor eficiencia productiva.
Desde que la economía española alcanzó su nivel de actividad previo a la pandemia en el segundo trimestre de 2022, el PIB ha crecido un 7,4%. No obstante, el PIB por hora trabajada lo ha hecho solamente un 1,5%, lo que explica solo el 20% del crecimiento del PIB. La productividad por ocupado muestra un crecimiento más débil, apenas un 0,6%, que representa un escaso 7% del crecimiento del PIB.
La productividad por ocupado muestra un crecimiento más débil, apenas un 0,6%, que representa un escaso 7% del crecimiento del PIB
La productividad del capital y la productividad total de los factores (PTF) llevan estancadas desde hace décadas, lo que explica que la renta per cápita se mantenga aún distanciada de la de las economías más avanzadas. Entender los determinantes del crecimiento de la productividad no es tarea fácil. Incluyen una multitud de factores que no están explícitamente modelados, como los avances tecnológicos, el capital humano, la apertura comercial, las capacidades de gestión, el Estado de derecho o la estabilidad política de una nación, entre otras.
El principal motivo de la lenta mejoría de la productividad española es que el tejido productivo es menos intensivo en capital humano, debido a su especialización en actividades y ocupaciones de poco contenido tecnológico. España tampoco ha dado pasos para consolidar su tamaño empresarial. Sigue adoleciendo de un tejido productivo atomizado, con mucha pyme y micropyme y pocas empresas grandes, lo que redunda en menor inversión y, por tanto, menor dotación de capital por trabajador. De hecho, las grandes empresas españolas son tan productivas o más que sus homólogas europeas.
Es crucial una perspectiva a largo plazo. Si bien los responsables políticos suelen comparar el crecimiento de la productividad o del PIB per cápita año a año, la tendencia a largo plazo es lo que realmente importa. Una economía que mantiene un crecimiento anual del 3% duplicará su tamaño en 24 años, mientras que una economía que crece al 1% anual tardará 48 años en alcanzar los mismos resultados. Así es como la prosperidad relativa se desarrolla con el tiempo. Los países no se enriquecen ni empobrecen de un momento a otro, es una tarea a largo plazo.
El núcleo del desafío económico de España es la productividad y la necesidad de aumentar sus tasas de crecimiento, mejorando el valor añadido generado por los insumos de la economía. Una mayor productividad significa que las empresas pueden aprovechar una producción más eficiente y competir mejor a nivel mundial. ¿Pero qué proporción del debate público español está abordando hoy cuestiones como la mejora del capital humano, el acceso empresarial a los mercados de capitales o las barreras regulatorias al crecimiento del tamaño empresarial? Cualquier partido que aspire a gobernar España debería trazar una agenda para mejorar la productividad.