¿Un presidente dispuesto a no irse?
Empieza a extenderse la idea entre los ciudadanos españoles de que, llegado el día, Pedro Sánchez no va a salir de la Moncloa ni con agua hirviendo. Esa obstinación ha empezado a marcarse en su rostro, en su mirada; un gesto que advierte de una determinación que empieza a dar miedo.
No es decoroso que este verano se haya convertido en canción de temporada una tapeada contra su persona, en verbenas y conciertos, pero cuando algo así ocurre hay que entender que detrás del insulto lo que se oculta no es otra cosa que simple temor. Y es que es evidente que a muchos jóvenes lo que les asusta no es tanto la cara que se le está quedando a Sánchez como la España que les está dejando.
La sospecha de que Sánchez podría intentar aferrarse al cargo incluso tras perder unas elecciones no es un simple rumor. Hay quien piensa que eso es mejor ni pensarlo, porque, de llegar a esa conclusión, los españoles estaríamos frente a un grave problema. Pero siempre hay voces que no se callan ni debajo del agua y que, cuando tienen la mosca detrás de la oreja, rajan sin dudarlo.
Es el caso del escritor Arturo Pérez-Reverte, quien, con su habitual franqueza, lo resumió recientemente con una advertencia contundente: Pedro Sánchez es un personaje peligroso que, llegado el momento, no se irá del poder “así como así”.
Tampoco es que lo que diga Arturo haya que tomárselo al pie de la letra. Para muchos no deja de ser más que la exagerada idea de quien está acostumbrado a novelar y a recurrir a las hipérboles para definir a sus personajes. Pero para otros, entre los que me incluyo, es la opinión de alguien con la suficiente independencia como para hacernos reflexionar.
Que Pedro Sánchez se ha convertido en un presidente que despierta cada vez más dudas sobre su respeto a las reglas elementales de la democracia es algo que salta a la vista. Y a veces hace falta alguien que nos lo ponga negro sobre blanco para que lo entendamos. Un decir, Felipe González. Quien fuera presidente socialista durante más de una década, y con la autoridad que eso le confiere, lo ha dicho sin tapujos: “Sin presupuestos y con el fiscal general del Estado en el banquillo, yo habría convocado elecciones”.
«Un presidente de Gobierno verdaderamente comprometido con la separación de poderes jamás sostendría a un fiscal procesado como Álvaro García Ortiz»
Pero Pedro Sánchez se niega a convocarlas porque, según dijo, “no le vendrían bien a España”. Una frase cargada de un profundo sentimiento antidemocrático, propio más de un aprendiz de tirano que de quien debería respetar los principios básicos de la coherencia y el parlamentarismo. Tenemos un presidente que, cuando estaba en la oposición, exigía a Rajoy que convocara elecciones si no tenía presupuestos. Una regla que, por lo visto, solo era válida para otros, pero que ahora no se aplica simplemente porque no responde a la conveniencia personal del presidente.
Sin duda, la prueba más clamorosa de que tenemos en el Gobierno a alguien que se comporta de forma incompatible con una democracia plena es la defensa a ultranza que ejerce sobre el fiscal general del Estado. Un presidente de Gobierno verdaderamente comprometido con la separación de poderes jamás sostendría a un fiscal procesado como Álvaro García Ortiz. El daño que esta decisión está provocando en la credibilidad de la justicia es irreparable. Y, sin embargo, Sánchez lo justifica y lo ampara, como si España fuera su cortijo y no un Estado de derecho.
El actual inquilino de la Moncloa ya ha dejado claro que está dispuesto a prolongar su permanencia en el poder a cualquier precio. Para él, las normas democráticas son maleables, adaptables a su conveniencia y, en último extremo, prescindibles si estorban a sus planes. Sabe que el día que deje de ser presidente perderá la inviolabilidad que ahora tiene frente a la justicia, y que todos los casos de corrupción que lo rodean, tanto en la familia como en el partido, caerán sobre él como una losa. Una perspectiva que explica, en parte, su obstinación (él la llama resiliencia) por no soltar el poder.
El control férreo que ejerce sobre los órganos judiciales, el desprecio por las normas presupuestarias, los pactos con Puigdemont y con quienes atacaron y atacan la Constitución, y un discurso cargado de victimismo y confrontación hacia lo que denomina ultraderecha —es decir, todos cuantos no comparten su forma de gobernar—, dan como resultado un presidente de perfil inquietante. Por eso la pregunta es obligada: llegado el momento, ¿se irá Sánchez de manera democrática?