¿A qué juega ahora Artur Mas?

El nuevo partido quiere recuperar a la desesperada ''el sello inequívoco'' de una formación que había defendido el espacio central del catalanismo ante el fracaso de Junts pel Sí

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Con la boca pequeña. Con pequeños pasos y con muchas dudas. Pero Artur Mas, que ha experimentado en su propia piel cómo el proyecto soberanista, sin anclarlo en un espacio ideológico, le echó de la Generalitat, ha provocado la rectificación. Convergència ha muerto como partido, pero quiere renacer defendiendo los valores de Convergència. ¿Es posible todavía?

Esa es la respuesta que deberán ofrecer todos los dirigentes y militantes de Convergència en las próximas semanas. Tras la votación de este sábado, en la que la militancia apostó por un nuevo partido –aunque un 30% se decantó por reformarlo—se abre un periodo que deberá culminar entre el 8 y el 10 de julio, en un congreso trascendental.

Más convergentes que nunca

Mas, que ha sido el máximo responsable del cambio de CDC en los últimos años, quiere ser también el primero en rectificar. Será quien cierre la lista al Congreso, precediendo a Silvia Requena –con un 20% de apoyo frente a Francesc Homs en las primarias, que ha actuado de revitalizadora de un partido dormido y deprimido—y será el impulsor de un proyecto que podría llegar tarde.

En el consejo nacional de este domingo, Mas, —que está dejando al presidente Carles Puigdemont en un segundo plano— fue muy preciso sobre sus objetivos: «el nuevo partido debe de tener las raíces muy bien fundamentadas en el sello inequívoco de Convergència». Y Francesc Homs reiteró, en una aparente contradicción, que la campaña al Congreso del 26 de junio será «más convergente que nunca», con los valores «del esfuerzo y la solidaridad».

¿Se deja atrás el proyecto independentista? No, pero se pretende recuperar la habilidad convergente «por los tiempos», cuando toca, «pensando en un horizonte a medio y largo plazo», como explica un dirigente del partido.

Acento liberal

Aunque en el consejo nacional en el que se abordó la redefinición del proyecto, en 2015, se aseguró que el partido pasaba a ser «independentista, transparente y socialdemócrata», ahora se buscará aunar el apoyo de un espectro más plural, recuperando el acento liberal.

La decisión está clara. Tanto Mas, como Homs, con los consejos del siempre presente David Madí –pese a mantener con celo su esfera profesional en el ámbito privado— han dibujado un escenario en el que el gran adversario será un bloque de izquierdas, con el partido de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y con el previsible concurso de ERC.

Ante eso, con batallas como la de estas semanas, centradas en la fiscalidad, la nueva Convergència quiere recuperar su defensa de las amplias clases medias y profesionales, más identificadas con ciertas dosis de liberalismo y antiestatistas.

Todo diferente, pero ¿con las mismas caras?

Quedan muchas dudas. El propio papel de Mas en ese nuevo partido. Él quiere seguir. El papel que quiera jugar Carles Puigdemont, que desea jugar la carta de los alcaldes, jóvenes dirigentes que son ahora la gran esperanza blanca del partido. Y queda saber el propio nombre. Los dirigentes consultados, y el propio Mas, desean que la palabra convergente aparezca de alguna forma en la nueva formación.

Pero queda la gran duda: las caras de ese nuevo partido. ¿Se puede volver a ejercer de CDC, después de protagonizar un giro tan drástico desde 2012? ¿A quién puede atraer ese partido, a qué profesionales independientes, si el aroma, las formas de actuar y de argumentar son las mismas de siempre, la de la vieja CDC? 

Luego queda la batalla de los cargos. El ex conseller de Justicia, Germà Gordó, quiere ser secretario general. Frente a él estará Jordi Turull, que ha logrado el apoyo de cargos medios, y que es, de hecho, la pieza de Artur Mas. Hay otros dirigentes, personas de la influencia de Felip Puig, que siguen el debate desde fuera.

Otros, como Antoni Fernández Teixidó, siguen cuestionando la gestión de los últimos años, e insisten en que se abandonó el espacio central del catalanismo, y su perfil ideológico, apostando, además, por el independentismo, que se ha comprobado que sigue sin ser mayoritario.

El bloque de izquierdas se prepara

De cómo se integren esas piezas dependerá el éxito del nuevo intento de Mas, que le ha llevado a seguir las cosas desde su casa, expulsado de la Generalitat por la CUP. Ese ha sido el precio que ha pagado.

La CUP, precisamente, podría ser el factor que acelere todo el proceso. La asamblea de la formación decidió este domingo que no desea mantener su acuerdo con Junts pel Sí.

El horizonte parece claro: Esquerra sigue ganando protagonismo; el movimiento de Colau se prepara; la CUP quiere ya ejercer «una oposición fuerte», y Mas quiere tener un instrumento a punto. Pero para ello necesita algo de tiempo, también los dirigentes que busquen otro proyecto político para representar también ese espacio de la vieja CDC.

Y si todo se precipita, con nuevas elecciones, a CDC la cogerán desnuda.

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