Albert Rivera: ascenso y caída en 10 escenas

Rivera tomó las riendas de Cs siendo un abogado sin experiencia política y con 40 años renuncia de forma abrupta y siendo el líder más veterano de España

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“Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, la máxima por la que se regía el joven airado encarnado por John Derek y al que defendía Humphrey Bogart en Llamad a cualquier puerta podría servir para ilustrar la vida política de Albert Rivera, que con 26 años tomó las riendas de Ciudadanos, un partido surgido de la nada, y, 14 años después, anunciaba este lunes su adiós a la vida pública tras sufrir su partido la mayor debacle electoral de una fuerza  política en unas generales desde que en 1982 la UCD perdió 157 de los 168 diputados que tenía hasta entonces. Resumimos aquí esa trayectoria fulgurante en 10 momentos definitorios de lo que ha sido Rivera en política, de su sostenido auge y de su vertiginosa caída.

9 de julio de 2006. Rivera, ungido

Había pasado un año desde que un grupo de intelectuales —la mayoría desencantados con un PSC que a la hora de gobernar había optado por dar continuidad, pacto con ERC mediante, a las políticas nacionalistas de Jordi Pujol— habían presentando una plataforma que abogaba por la creación de un nuevo partido no nacionalista en Cataluña. Pero los impulsores de la idea no querían meterse en política, así que, llegado el congreso fundacional de la nueva formación, a falta de apenas cuatro meses para las elecciones al Parlament, no había un líder claro, y sí un abierto enfrentamiento entre el sector de izquierdas y el liberal.

Albert Rivera, un joven abogado que trabajaba en La Caixa, se había implicado desde el principio, y llegaba al congreso sin mojarse en esa trifulca y —tal y como explican Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco en el libro Alternativa naranja— con padrinos de altura entre los impulsores de la formación, que le veían como un valor por explotar: el catedrático Francesc de Carreras, con el que había cursado, que no acabado, un doctorado en Derecho Constitucional en la UAB, el periodista Arcadi Espada y la escritora Teresa Giménez Barbat.

Aún así, la versión oficial es que Rivera, que además de un par de campeonatos de natación durante su adolescencia, había ganado en 2001 la Liga de Debate Universitario con su equipo de ESADE, acabó liderando el partido simplemente por su nombre. Literalmente, porque a la hora de la verdad, y ante la falta de entente, se pactó escoger al presidente y el secretario general por orden alfabético.

Claro que primero se había intentado hacerlo con los apellidos, pero resultó que Jorge Argüelles, el escogido, se llamaba en realidad Fernández Argüelles. Al trasladar el criterio abecedario a los nombres de pila, Albert se convertía en el primero de la lista, y el periodista Antonio Robles, en el segundo. Hay quien defiende, como Espada, que la elección del abogado waterpolista fue puro azar. Sea como fuere, ya dejó dicho Cruyff que la suerte hay que buscarla.

La llegada al Parlament. Rivera, al desnudo

Cs abordó su primer asalto al Parlament a contrarreloj, sin recursos y con buena parte de la prensa catalana, no solo la de línea editorial nacionalista, haciéndoles el vacío. La estrategia tenía que ser ingeniosa y agresiva. Así que el atlético Rivera, bisoño pero audaz, aceptó lo que no habría aceptado ningún político profesional: aparecer desnudo en el cartel electoral. “Solo nos importan las personas”, rezaba el lema. Cs consiguió tres diputados: Rivera, Robles y José Domingo, y la campaña ya es historia con mayúsculas del márqueting electoral.

El “error” de Libertas. Rivera, escorado (a la derecha)

Los bandazos ideológicos en Cs, un partido nacido para hacer frente al nacionalismo catalán pero que desde el minuto cero agrupó a gentes ideológicamente muy alejadas, han sido los bandazos de su líder. Y no tardaron en empezar. Si en el segundo congreso del partido, en 2007, Rivera pactó con De Carreras un nuevo ideario que definía al partido como de “centroizquierda no nacionalista”, dos años después, Cs se presentaba por primera vez a las elecciones europeas y lo hacía de la mano de Libertas, el partido xenófobo y eurófobo del multimillonario irlandés Declan Galney.

Si con el primer movimiento propició algunas deserciones del sector liberal, el segundo desencadenó la primera gran crisis naranja, y la renuncia de Robles y Domingo. Un año después, entrevistado por Iñaki Gabilondo, admitía que el pacto con Libertas “fue un error”. Y no ha dejado de repetirlo desde entonces.

La remontada. Rivera, vestido

Rivera también cae de pie tras aquel cisma, que había acabado con Robles en UPyD y Domingo en el grupo mixto del Parlament. Pese a ello, y al fiasco en las europeas, saldadas sin obtener representación, supera una moción de confianza en el seno del partido y el 28 de noviembre de 2010 consigue reeditar los tres escaños en el Parlament. Esta vez, en los carteles electorales, Rivera, ya por aquel entonces un habitual de las televisiones, aparece vestido, aunque sin corbata.  Los que salen en cueros son el resto de miembros de la formación que aparecen, desenfocados, en segundo plano.

Dos años después, las elecciones catalanas de 2012, aquellas con las que Mas puso rumbo de colisión con «el Estado español», supusieron el gran salto del partido naranja, que consiguió 10 diputados, triplicando su presencia en el Parlament y constituyendo por ver primera grupo propio, y la consolidación del hiperliderazgo de Rivera, que ha sido padre de una niña con su pareja de siempre, la psicóloga Mariona Saperas, y que empieza a plantearse en serio el salto a la política nacional, donde se le vende como un mirlo blanco.

El salto al Congreso. Rivera, nacional.

Tras la entrada con dos diputados en el europarlamento al segundo intento, Cs da finalmente en 2015 su salto mortal al Congreso, tras un primer intento fallido a modo experimental en 2008, que Rivera no había visto en su momento con buenos ojos por precipitado. Ahora, en cambio, el desafío independentista en Cataluña que siempre ha constituido el principal caballo de batalla de Cs es ya el principal problema político de España, y el orgulloso motero, que a la hora de salir por la tele no le hace ascos ni a ejercer de jurado en un talent show de la mano de Mercedes Milá, va como su Kawasaki 1.000 y ya fantasea con llegar a presidente del Gobierno. La apuesta vuelve a salir, y 40 escaños del Congreso se tiñen de naranja.

La apuesta nacional de Rivera se ha caracterizado desde entonces no solo por su una presencia mediática que alcanza incluso al papel cuché, que da cuenta primero de su separación y después de su romance con Malú, sino también por bandazos mucho más bruscos que los de su etapa catalana.

El líder de Cs se estrenó en 2015 ofreciéndose como el hombre de consenso que el país necesitaba, como lo fue cuando lo necesitó su partido en aquel parto tan convulso casi una década atrás. Esa disposición se tradujo primero en el llamado pacto de El abrazo con Pedro Sánchez -“este país hizo un gran esfuerzo en la Transición y nos toca hacer lo mismo”, dijo Rivera cuando le tocó encajar manos y programa con el líder del PSOE-, y, tras la repetición electoral propiciada por el no de Podemos a facilitar ese gobierno de socialistas y liberales, en su aval a la investidura de Mariano Rajoy.

La moción de censura. Rivera, descolocado

Con el frente catalán del partido en manos de Inés Arrimadas, que tras el 1-O y el 155, convierte a Cs en primera fuerza en Cataluña en las elecciones de diciembre de 2017, aunque Arrimadas ni siquiera intenta la investidura y opta por seguir ejerciendo de oposición dura, mientras en Madrid Rivera, tras avalar la intervención, ejerce con comodidad y subiendo en los sondeos su papel de azote constitucionalista incluso del gobierno del PP, al que reprocha una aplicación del 155 demasiado tibia.

Pero la moción de censura a Rajoy pilla a contrapie a Rivera, cuyo plan era compaginar su papel de socio preferente del gobierno, al que acababa de aprobarle los presupuestos, con un castigo en modo gota malaya por la sentencia de la Gurtel. Pero cuando una semana después del fallo, Sánchez plantea liquidar al presidente a la brava, esa estrategia vuela por los aires. Más cuando la moción, contra pronóstico, prospera.

La foto temible. Rivera, en Colón

Es la foto de las tres derechas. O la del llamado “trifachito”, denominación surgida en las redes y que luego haría suya Miquel Iceta. Es la foto que Rivera había tratado de evitar planteando el acuerdo a tres en Andalucía como dos acuerdos paralelos del PP con Vox, por un lado, y con Cs por otro. Pero no podía permitirse no asistir a la manifestación contra Sánchez y sus supuestas concesiones al independentismo. Esa ambivalencia a la hora de marcar distancias con Vox es lo que acabó de estropear la alianza entre Rivera y el ex primer ministro francés Manuel Valls, aunque la ruptura no se formalizó hasta que pasaron las municipales y este optó por facilitar que Ada Colau reeditara la alcaldía de Barcelona. Valls ejemplifica la postura de tantos desencantados con Rivera, que ya en campaña dejó claro que a Sánchez, ni agua,

El 28-A. Rivera, líder de la oposición

El 28-A, los de Rivera consiguieron 57 escaños, 25 más de los que tenía, y ya la noche electoral, y pese a que el PP obtuvo 66, el presidente de Cs dejó claro que se consideraba el líder de la oposición, con el argumento de que el suyo era un partido al alza y los populares se habían desplomado. Pese a que un eventual acuerdo PSOE-Cs habría inhabilitado de facto la capacidad del independentismo de condicionar la política española, uno de los objetivos históricamente declarados de Cs desde su fundación.El resultado ratificaba a Rivera en su apuesta de no es no a Sánchez frente a los críticos, que irían abandonando el partido en un incesante goteo, incluido De Carreras, su antiguo mentor, y algunos de sus fichajes más destacados, como Toni Roldán. A Rivera nunca le ha temblado el pulso a la hora de soltar amarras con antiguos aliados. Así que no le tembló ni con ellos, ni para distanciarse de Espada, alineado con la postura de Valls, ni para dejar fuera de las listas europeas a Giménez Barbat tras cuatro años en la Eurocámara.

La campaña del 10-N. Rivera, dislocado

Lo que le ha pasado al motero Rivera es que, una vez embalado, le ha faltado pista para frenar cuando han venido curvas. En plena sangría de cargos, los sondeos empezaron a asaetear a Cs con pronósticos cada vez peores. Solo eso explica los bandazos de última hora.

El primero, aquella oferta a Sánchez para buscar una entente cuando apenas quedaba una semana para que vencieran los plazos para la investidura y el intento estaba condenado al fracaso.

Los últimos, los guiños ya en campaña en clave de apelaciones emocionales al electorado, de las felicitaciones a Arrimadas por su embarazo a las insistentes referencias a su familia en el debate electoral, pasando por el dichoso perro Lucas, maniobras chirriantes en una  formación y un líder que han hecho bandera de la política regida por la razón como contramedida contra el apogeo de ese populismo que apela a las emociones de la ciudadanía.

El adiós. Rivera, caído

Rivera compareció este lunes, apenas 12 horas después del desastre sin paliativos del domingo, y anunció que se va a casa, a dedicar su tiempo a su familia y sus amigos. «Sea justo o injusto, es lo responable. Y en mi casa, mis padres; en el aula, mis profesores, y en el agua, mis entrenadores, me enseñaron a ser responsable», reconoció, como si hubiera vuelto a poner pie a tierra tras un sueño enfebrecido.

Rivera, que se va -como él subrayó y conviene destacar en los tiempos que corren- sin un caso de corrupción en su partido, ya no es aquel joven abogado tan ambicioso y locuaz como políticamente virgen que asumió las riendas de un nuevo partido por presunto azar alfabético, sino el líder más veterano de entre todos los partidos que concurrían a las elecciones. «Los líderes tenemos que saber que cuando hay éxitos en un proyecto colectivo, son de todos, pero también que cuando hay un fracaso, es del líder», sentenció, e hizo mutis.

La debacle del 10-N no solo frena en seco la sobrevenida ambición de Cs de desbancar al PP como partido hegemónico de la derecha, sino que ha finiquitado por la vía rápida la fulgurante carrera política de su líder como si se tratara de la última encarnación del mito de aquel Ícaro que se despeño porque al intentar volar demasiado cerca del sol, sus alas de cera se derritieron. Rivera, apenas 40 años, deja un bonito cadáver político sufriendo en sus carnes aquello de que, cuanto más se ambiciona o se consigue, como rezaba desde su título otra película de Bogart, más dura será la caída.

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