El gobierno de Torra se descompone sin respuesta al Supremo

Las condenas por el 1-O agudizan la crisis del independentismo institucional y el choque entre JxCat y ERC en la Generalitat

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Durante meses, la respuesta al Supremo fue el nuevo santo grial independentista, la prueba del nueve que debía permitir recuperar la unidad estratégica perdida por los partidos tras el 1-O. Pero, a la hora de la verdad,  no ha habido más respuesta que la de la calle. La institucional, cinco días después de la comunicación de la sentencia, ni está ni se la espera.

La semana de la sentencia ha estado marcada por las protestas. Hasta ahí, todo según el guion previsto. Pero el lugar reservado también en esa escaleta a la reacción liderada por el gobierno de la Generalitat y la mayoría independentista del Parlament ha acabado ocupado por dos nuevos episodios del largo y rebuscado culebrón que es la división entre Junts per Catalunya (JxCat) y ERC, ese matrimonio de convivencia que en su domicilio conyugal de la Generalitat ya solo subsiste en modo guerra de los Rose.

Y, para más inri, esos dos encontronazos han estado vinculados respectivamente a cada una de las dos vertientes que debía de tener la réplica al Supremo: la institucional y la llamada desobediencia civil.

La primera de esas heridas sangró profusamente el jueves en el Parlament, cuando el pleno monográfico que debía servir para formalizar el cierre de filas de las fuerzas soberanistas contra el fallo de la Sala Segunda del TS derivó en cambio en una desconcertante performance de Quim Torra, que se sacó de la manga el compromiso de ejercer la autodeterminación esta misma legislatura pillando a contrapié a su gobierno y a las dos formaciones que lo integran: la suya, JxCat, y sus socios de Esquerra, que no dudaron en desmarcarse del brindis al sol en cuanto les tocó intervenir.


Escuche el episodio de La plaza de esta semana, sobre los disturbios en Barcelona.

Lo de Torra no era más que un intento de coger el toro por los cuernos en vista de que había fallado el plan A, consistente en presentar al Parlament una propuesta de resolución consensuada por los socios de gobierno que precisara la naturaleza de la respuesta institucional, y que finalmente no hubo manera de sintetizar. Reducido así el pleno de réplica al TS a una comparecencia del president, este se tomó la libertad de lanzar su propia propuesta sin encomendarse a nadie y el órdago solo logró empeorar las cosas y evidenciar que su soledad es cósmica.

En el minuto uno quedó claro que su propuesta, planteada en forma de desafío a Pedro Sánchez y el Constitucional, no pasaba de retórica y no tiene recorrido. Es más, los comunes, los únicos que hasta ahora se habían mostrado dispuestos a negociar unos presupuestos, los del año que viene, que el govern necesita como el aire que respira si quiere prolongar la legislatura, se sumaron al coro que le pide la dimisión.

Cortocircuito entre Torra, Buch, los Mossos y la protesta

Sí ha habido respuesta, y multitudinaria, en la calle. Pero la calle ya se sabe que la calle carga el diablo, y la masiva reacción ciudadana a las condenas para los líderes independentistas ha quedado manchada por los disturbios que han coronado cada jornada. Una mancha especialmente difícil de borrar de una vertiente estratégica tan cuidada por el independentismo como es la del relato que se trata de exportar al extranjero, ese que insiste en la naturaleza escrupulosamente pacífica del movimiento y la contrapone a los tics supuestamente autoritarios del Estado.

La alta tensión de las protestas, jaleadas por la propia Generalitat, Torra el primero, ha acabado además por cortocircuitar el gobierno catalán, con el conseller de Interior, Miquel Buch, como diana de las críticas que el propio soberanismo, ERC incluida, ha lanzado a las cuestionadas actuaciones de los Mossos d’Esquadra para reprimir las algaradas.

El clima generado paralizó inicialmente al ejecutivo, que hasta el miércoles no salió a condenar los incidentes, y propició un agrio enfrentamiento entre Buch, alineado con la cúpula policial, y el propio president. ERC, por su parte, ya pide la cabeza del conseller tan abiertamente como se desmarcó de la nueva hoja de ruta de Torra, y la ANC se sumó a la petición este viernes.

Buch paga estar situado en el epicentro de esas “contradicciones” admitidas el martes por la propia portavoz del govern, Meritxell Budó, consistentes en jalear la protesta y luego, en cuanto sube de graduación, reprimirla.

Pero además, y precisamente por eso, es la pieza más frágil en la sangrienta, preelectoral e inacabable batalla táctica entre JxCat y ERC, que tras unas semanas sin insistir en su apuesta por dar por acabada la legislatura, rechazada de plano por sus socios y por el president, volvía a reclamar este viernes por boca de Joan Tardà un avance electoral. El fallo del Supremo  ha servido de espoleta para reactivar la capacidad de movilización del independentismo, pero también para aflorar con descarnada elocuencia el avanzado estado de descomposición de la Generalitat.

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