El ‘procés’, según Jordi Corominas : «Sufrimos una victoria del fanatismo»

El escritor Jordi Corominas publica 'Diario del Procés', donde repasa con desencanto y ojos de cronista los años en que la propaganda, dice, lo ha devorado todo

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“La gran violencia de estos siete años es el aumento paulatino de la propaganda, que acaba por fagocitarlo todo”, dice el escritor Jordi Corominas. Que se lo digan a él, barcelonés enamorado de su ciudad, que quería escribir un libro sobre Barcelona y lo ha acabado titulando Diario del ‘Procés’ (Sílex ediciones).

“Caminando y observando la ciudad entiendes cómo cambia”, dice Corominas, incansable paseante que también suele ejercer de guía. Por eso, su libro es una ruta guiada, una sucesión de crónicas atentas e ilustradas en forma de paseos por Barcelona. Sucede que el flâneur se va tropezando a cada paso con el procés, inicialmente un secundario que empieza destacando como robaescenas y acaba arrebatando todo el protagonismo a la ciudad.

«Una gran cortina de humo»

En circunstancias normales, esta recopilación de textos -algunos publicados en diversos medios; otros, inéditos- que arranca en 2010 y acaba anteayer habría sido “un libro barcelonés”, admite el autor, pero la normalidad queda ya muy lejos. “Al final, hasta el ayuntamiento se ha ido desnaturalizando y ha sido deslegitimado porque el resto de cosas que hace pierden importancia. Lo único que cuenta es como enfoca el monotema”.

La masa devoradora es eso que se ha dado en llamar el relato. “Esto nace como una gran cortina de humo y genera una retórica brutal y vacía de contenido. Es una fachada. Hasta llegar a ahogarte, que es lo que pasó en octubre”. Así lo ve Corominas, que admite que en el libro se notan los puntos climáticos del procés: “Cuando no hay tanto jaleo, los textos vuelven a hablar más de Barcelona, de cómo la veo y cómo me gustaría verla, pero cuando vuelven los picos de tensión, es inevitable volver al tema”.

Réquiem por la política

Corominas lamenta la renuncia a “hacer política”, es decir, a llegar a acuerdos, o intentarlo. Es decir, a “ceder mutuamente”. Lo lamenta en el libro y en la conversación. ”Se ha entrado en una dialéctica de victoria, bélica. Hace mucho tiempo que la política con mayúsculas da igual. Los que votaban a Junts per Catalunya, no sé qué votaban, más allá de Carles Puigdemont. Y si miras al otro lado, a Cs, tampoco tenían ninguna propuesta concreta”. Para el autor, “el independentismo tiene un punto egoísta absoluto, y del otro lado, hay una inoperancia manifiesta para desbloquear la situación”.

En ese contexto hiperpolarizado, Corominas, que se declarar municipalista y federalista, critica la demonización de aquellos que, como él, o como los comunes, tratan de mantenerse en un término medio político, en eso que se ha dado en llamar equidistancia, “una palabra horrenda”, y centrarse en el relato social, que ha desaparecido, desde una idea municipalista y federalista, la de una izquierda que realmente desee el progreso.

Esa es la decepción del cronista con Ada Colau, el decantamiento de la alcaldesa hacia las tesis independentistas

Esa es la decepción del cronista con Ada Colau, el decantamiento de la alcaldesa, con la que simpatiza, hacia las tesis independentistas. “Si la izquierda del siglo XXI puede cambiar algo, será desde el municipalismo, de ahí mi rabia porque los comunes estén traicionando sus propios ideales porque la bestia se los come”, lamenta. “Las circunstancias los han superado”.

Pese a esa voluntad declarada de situarse en un término medio, la mayoría de reproches los reserva el libro para los independentistas. “Es casi una cuestión de ADN, mi decepción natural tiene que ser más con la gente de aquí, porque la actitud de Madrid no me sorprende en absoluto”, admite.

Los herederos de CDC «rompen con la posibilidad del pluralismo porque no quieren dialogar con nadie, van hacia el pensamiento único”

Lo mismo vale para ERC y Convergència: también carga más contra la segunda, y lo admite sin ambages. De Esquerra dice que quiere pensar que “puede llegar a ser de izquierdas, aunque actualmente sea de derechas”, mientras que de CDC y sus herederos del Pdecat habla con “una rabia profunda” porque “han matado el catalanismo que preservaba el cosmopolitismo propio al menos de Barcelona para abrazar el nacionalismo”, y porque “rompen con la posibilidad del pluralismo porque no quieren dialogar con nadie, van hacia el pensamiento único”.

El cronista se dice sorprendido, para mal, porque en una sociedad “que consideraba madura” se ha producido “una victoria del fanatismo”. Expresado, matiza Corominas, “con un tono muy naive, pero que oculta una violencia psicológica”. Corominas insiste en reivindicar el “trabajo crítico” ejercido por lo que, como él, se sienten ubicados en el término medio. “Cuanto te tratan de imponer el relato, si crees que el relato es injusto, lo más justo es discrepar e intentar generar propuestas racionales. Pero hemos llegado al absurdo que cuando lo intentas, lo que hacen es llamarte fascista”, lamenta.

«Maniobras de escapismo sine die«

El guía fagocitado por el relato no es optimista, aunque cree que los que a estas alturas todavía se siguen manifestando ya son solo “los radicales de uno y otro lado”. “La política no es tener razón, es negociar y llegar a acuerdos que creen un tejido que una toda la sociedad, no que la divida”, insiste. Pero, ¿eso lo ve factible ahora? “No. Debería haber un borrón y cuenta nueva, aquí y en Madrid”. Y eso tampoco hay señales para vislumbrarlo.

El libro acaba cuando, tras el veto del Supremo a una investidura a distancia de Puigdemont, el nuevo presidente del Parlament, Roger Torrent, anuncia la suspensión sine die del pleno de investidura. Corominas ve en la estructura del discurso del sucesor de Carme Forcadell -en forma de “tobogán” por el que “tras el clímax, descendió a la suspensión del pleno”- como un “perfecto manual para entender la táctica soberanista, sus maniobras de escapismo”. Eso, escribe el cronista, “es lo desesperante de la cuestión, una voluntad de alargar sine die ese cadáver que agoniza y ni tan solo muere en la orilla, pues está más cerca de alta mar pese a su constante triunfo de la apariencia”.

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