Junqueras sabe que la independencia es vía muerta

Forjado en el calvinismo catalán de la mejor menestralía, el líder que entierra la Convergència de Mas y Pujol ante la frustración independentista, moldea a Sáenz de Santamaría

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Cuando vuelve a hablarse de la falta de astucia de los catalanes ante la política, se le quita el lazo a Oriol Junqueras, un duro con piel de cordero. El jefe de Esquerra Republicana es tosco en el raso de su cuello camisero modelo magrebí, pero dulce en el trato y una especie de zorro de jardín encantado en el momento del análisis.

Con el fin real de la historia de Convergència, el nonato PDECat se va a la quinta posición de la parrilla de salida, para dolor del atormentado Artur Mas y mueca de Carles Puigdemont, un valet de chambre convertido en  presidente de circunstancias.

Un soberanismo sin norte

Mas es víctima de sus trucos: elevó a soberanista la vindicación nacionalista, radicalizó el discurso, democratizó la independencia en la calle y cuando la CUP le aprieta el zapato, sale un ratito de la oficina y deja a un propio, al sr. Puigdemont, al frente del negocio. 

Conclusión: el bloque soberanista ha perdido la centralidad en Cataluña y el gobierno de Mariano Rajoy decide ralentizar todavía más unas ofertas, que nunca fueron suculentas. Mientras duren los fastos del Nuevo Año, Rajoy y Soraya Saénz de Santamaría se basarán en la cara amable al nuevo delegado del Gobierno, Enric Millo, político de continuidad (como las pantallas de la carta de ajuste) y aspirante a José Fouché del Termidor catalanista y del Segundo Imperio, tras el declive de Jordi Pujol.

Pero Junqueras está ahí, aunque nadie lo diría. Hay que le acusa de timorato ante el liderazgo, pero es astuto; va varios pasos por delante sin pisar callos innecesariamente.

El nuevo centrista catalán

¿Quién ocupará ahora la centralidad? Junqueras, tal como ha desvelado el sondeo del Gesop. Sin estandartes ni varas de mando, Junqueras, el alcalde de Sant Vicents del Horts, un núcleo urbano compacto en el cinturón industrial de Barcelona, marchará al frente de una ERC con más de medio centenar de diputados en el Parlament.

Podrá abrazar y acariciar a la doliente CUP de Anna Gabriel y compañía, con la soltura del republicano francés que se toma un Ricard en la barra de la Closerie des Lilas, haciendo ver qué pasaba por allí. Lo que le gusta a Junqueras, aparte de trabajar, es la conversación sazonada de citas interminables de vericuetos metidos en el doble fondo de la crónica con la que enamora y caza a sus mejores presas.

Desde que se murió Azaña, el gran literato de los altozanos y merenderos madrileños, hablar con un político culto es la pieza más cotizada para los analistas de poco riesgo y las almas solitarias de nuestra crónica política.

Junqueras en un primer plano

¿Cómo pillarles fuera de una cámara legislativa o de un gobierno, sea local o territorial? No se prodigan. Junqueras tampoco, pero lo busca con indisimulado empeño. Nunca pilla a la primera. Observa la potencia del contertulio, sea fuego amigo o fuego a secas. Suele tener a mano la referencia de un sparring y va entrando lentamente en el tema como lo hacían las historias incontables de Italo Calvino.

Un servidor lo vio nítidamente en la barra del bar del Hotel de Sitges, donde se celebran anualmente las reuniones del Círculo de Economía. Aquel día iba de la América hispana contada por las crónicas de Indias y el socorrido Bartolomé de las Casas fue apenas una primera zambullida.

Una vida entre libros y huertos

Junqueras no lo dice, pero su discurso levanta la mejor tradición de la encrucijada historiográfica que dejó Vicens Vives. Es historiador prolijo en publicaciones y aulas. No rehúsa el debate dinástico; tampoco el propio, ahora que tiene tan cerca la futura presidencia de la Generalitat. Lleva la biblioteca a sus espaldas. Le viene de casa, con un padre catedrático de instituto y siendo él un niño estudioso nacido en el barrio barcelonés de Sant Andreu.

Oriol era estudioso y pasó por el Instituto Italiano para acabar declamado a Dante y leyendo a Magris en lengua vernácula. Desde muy joven trabajó en el huerto y los campos de almendros y olivos que su familia tenía en Castellbell i el Vilar, en la comarca del Bages; y claro, dicen los más conspicuos que se hizo independentista a los ocho años. Ni hablar, pero tampoco hay nada que discutir cuando se viste al santo con el beatífico atrezo de la infancia.

Empezó en las aulas de Económicas de Pedralbes con Joan Hostalà de decano, el presidente de la Bolsa de Barcelona que también presidió ERC en los años transitivos hoy tan denostados. De allí saltó a la Facultad de Historia, pero no al patio mítico de la Central, sino a la Autónoma de Bellaterra.

Ha sido asesor y guionista de series documentales de televisión como L’Onze de Setembre de 1714Els maquis: la guerra silenciadaConviure amb el risc y Barcelona sota el franquisme. Y nunca se olvida de matizar que se define como creyente y que es socio del Centre Excursionista de Sant Vicenç dels Horts y del Orfeo Valentí. Es decir cultiva con esmero esta imagen cumbayá de enormes réditos entre las capas medias volcadas en el engagement nacionalista montserratino que él rechaza.

Un independentista al frente de la economía catalana

En las últimas 48 horas, el Constitucional ha liquidado las tres estructuras de Estado construidas por la Generalitat: la Agencia Tributaria Catalana, la Seguridad Social y el marco jurídico de la transición a la República. La Agencia Tributaria, la misma que fue objeto de deseo inalcanzable para Andreu Mas-Colell y virtualidad intelectual futurible para Antoni Castells.

Él mantiene sus andares lado a lado y machaca a sus colaboradores sin denuedo. Ocupa la vicepresidencia de Economía y es la primera vez en muchas décadas que la economía de lo posible desocupa a la nomenclatura inmarcesible de Trias-Fargas, Cullell, Macià Alavedra o Castells. Junqueras explica los presupuestos para niños. Y a eso sí le deben temer los políticos del PP, la derecha inmovilista española bañada en caligrafía, vacuidad y miedo.

A rey muerto, rey puesto, piensan muchos. No tan rápido. Junqueras ha cocido su estatura política a fuego lento. Técnicamente hablando, es de los buenos. Lleva años hablando con Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidente y alternativa del centro-derecha español; tanto es así (lo saben bien los hermanos Nadal, Jose Luís Ayllon, Moragas y otros) que, cuando hablan de la cuestión territorial española, queda claro que él la ha moldeado a ella. Soraya se ha dejado. Es muy larga; sabe bien que la Brigada Aranzadi no resolverá el principal problema de nuestra convivencia.

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