Millo narra ante el Supremo «el hostigamiento» del independentismo

La delegación del Gobierno contabilizó más de un centenar de episodios de "acoso" a guardias civiles y dependencias del Estado

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La deriva última del proceso independentista en clave abiertamente unilateral no solo generó en Cataluña en septiembre y octubre de 2017 una situación “kafkiana” en la que la Generalitat pretendía generar un escenario en el que se diera una imposible doble legalidad mediante la aprobación de las  leyes de desconexión, sino también un clima de «alta conflictividad» y «alta tensión».

Así lo narró en su declaración en el juicio del ‘procés’ el que entonces era el delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, que reveló que el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, Jesús María Barrientos, le llegó a pedir que le reforzara la seguridad porque temía que el gobierno catalán optara por aplicar unilateralmente la ley de transición nacional, que derogaba el Estatut y la Constitución y que fue suspendida por el Supremo al día siguiente de su aprobación, y pretendiera destituirlo.

Millo abonó a fondo la tesis de la rebelión que esgrime la fiscalía, e insistió en que del mismo modo que hubo movilizaciones pacíficas, hubo otras en las que hubo “agresividad, intimidaciones y lanzamiento de objetos”.

La concentración frente a la sede del departamento  de Economía el 20-S la situó en el segundo grupo, y remarcó que no fue un hecho aislado, sino que, desde el pleno del 6 y el 7 de septiembre, la delegación contabilizó más de un centenar de episodios de “acoso” y “hostigamiento” a cuarteles de la Guardia Civil, comitivas judiciales, hoteles en los que se alojaban policías o guardias civiles o las sedes de las subdelegaciones del Gobierno y la propia delegación.

La pintada «Millo muerte»

Según Millo, a partir del 10 de septiembre allí donde acudía la policía judicial, aparecía también un grupo numeroso de personas para “hostigar y amenazar” a la comitiva y dificultar su tarea, en respuesta al llamamiento a “defender las instituciones”, consigna que denota, argumentó, “que alguien las está atacando”, y que ese alguien es la policía.

“Pintar en la pared ‘Millo muerte’ no sé si es violento o no, pero muy pacífico no es, ni señalar a guardias civiles que viven en Cataluña y decir que están atacando las instituciones”, insisitó. Millo describió la situación en los mismos términos en que lo hizo el lunes el exnúmero dos Interior, José Antonio Nieto: “Era el mundo al revés”.

Puigdemont hizo oídos sordos

Millo también reveló que, meses antes del 1-O, mantuvo una charla informal con Oriol Junqueras que el entonces vicepresidente de la Generalitat le pidió que no hiciera pública y en la que este le admitió que,  siendo absolutamente partidario del referéndum, no lo era de ir tan deprisa, a diferencia de Puigdemont, que nunca se abrió a suspenderlo o posponerlo. Según Millo, Junqueras le recordó que él era “independentista de toda la vida”, pero añadió que en el govern había otros que no lo habían sido y ahora tenían que demostrar que lo eran más que nadie.

El exdelegado dice que, ya en septiembre, le pidió al president que, teniendo en cuenta el clima de crispación que se había generado, desconvocara el referéndum para evitar males mayores. ¿La respuesta? “Me dijo que él ya sabía lo que tenía que hacer”.

Millo contó que el 1-O hubo numerosas agresiones a policías y guardias civiles, y que durante la joranda habló dos veces con el conseller de interior Joaquim Forn, que en ambas ocasiones, por la mañana y a mediodía, le pidió que parara la actuación policial. “Tomé nota”, dijo Millo, “pero le dije que había una forma muy fácil de pararlo: desconvocarlo”. Lejos de ello, Puigdemont compareció en público y aplaudió la actuación de las personas que, en palabras del president, habían acudido a “defender las urnas y los colegios”.

El exdelegado del Gobierno también coincidió con Nieto a la hora de considerar que los Mossos se inhibieron de cumplir con el auto del TSJC que instaba a impedir la celebración del referéndum. Para Millo, al final en la policía catalana se impusieron órdenes políticas por encima del criterio profesional de los mandos policiales.

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