Tecnología de palos y piedras para construir ciudades más sostenibles

Las construcciones de madera tienen el potencial de reducir el CO2. Además, ¿y si el futuro de las ciudades está en soluciones de baja tecnología?

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En Barcelona, en el distrito de Sants, se levanta el edificio plurifamiliar que fusiona la fachada histórica de piedra de un antiguo edificio de dos plantas con un edifico nuevo construido con madera.

El edificio Melcior es el más alto de la ciudad construido con madera, y en él los protagonistas son materiales como la madera y la piedra. El resultado es un edifico sostenible, con un consumo energético muy bajo y con una calificación de eficiencia energética excepcionalmente buena, «A».

«Construir edificios de madera no parece una idea particularmente innovadora —dicen en Fast Co.— porque la gente lleva siglos construyendo casas de madera. Pero cuando se trata de impulsar la sostenibilidad construir con madera es lo más avanzado.»

Menos emisiones y mayor eficiencia energética

De hecho, el hormigón supone alrededor del 8% de las emisiones de CO2; casi tres veces más el sector de la aviación, por ejemplo. Eso sin contar con el consumo de materias primas y los desechos que resultan de construir o derribar edificios de cemento y hormigón.

La madera por el contrario es limpia y ecológica, es más barata y tiene además propiedades aislantes para temperatura y ruido. También genera menos residuos, que son más fácil de reciclar y reutilizar.

Incluso, aunque resulte contraintuitivo, «la madera se carboniza pero no colapsa. Otros materiales más utilizados como el acero se deforman hasta el punto de provocar el hundimiento de la estructura,» dicen desde Growing Buildings. «Y los daños ocasionados por el fuego sobre la estructura de madera en la mayoría de ocasiones se pueden reparar sin necesidad de derribar la estructura afectada.»

Prueba de su seguridad es el creciente uso de la madera en construcciones, en todo el mundo; además, los nuevos procesos de fabricación de madera prensada y tratamientos para la madera convencional hacen que sea muy segura en caso de incendio, mientras conserva sus propiedades de resistencia y proporciona una mayor libertad de formas de construcción.

Edificios de madera como depósitos de CO2

Pero, además, la madera fija y secuestra durante años y decenios el CO2 de la atmósfera.

«Para compensar las emisiones de carbono que son inevitables y equilibrar la presencia de este gas en la atmósfera necesitamos crear depósitos de CO2», por lo que incrementar la producción de madera para destinar a la construcción es una «enorme oportunidad» para secuestrar y fijar el CO2 de la atmósfera.

Según investigadores alemanes esta opción —incluso asumiendo que solo el 0,5% de los nuevos edificios se construyeran con madera— resultaría en el secuestro de 10 millones de toneladas de CO2 por año; hasta 700 millones de toneladas de CO2 en el escenario más extremo y utópico en el cual el 90% de las construcciones nuevas fueran de madera.

‘Smart cities’ con soluciones de baja tecnología

«Aunque no hay definición concreta para ‘smart city’ —escribe Amy Fleming en The Guardian— generalmente se refiere al uso de tecnologías como cámaras y sensores para monitorizarlo todo y conseguir que una ciudad funcione sin problemas.»

Sin embargo existen numerosos problemas asociados a este concepto de «smart city», incluyendo cuestiones relacionadas con la privacidad, la ciberseguridad e incluso problemas viejos, como las emisiones de las construcciones o la contaminación.

Eso sin contar con los problemas implícitos a la tecnología, como obsolescencia, coste y complejidad, exposición en caso de fallos y la necesidad de contratar y mantener a personal cualificado.

Aquí es donde las tecnologías ancestrales utilizadas en la construcciones de ciudades pueden marcar un nuevo camino a seguir, aplicando técnicas probadas utilizadas por civilizaciones de todo el mundo «durante miles de años». Incluyendo «soluciones ecológicas de baja tecnología para el drenaje, procesar de aguas residuales, sortear las inundaciones» y que son aplicables a la agricultura local y a la luchas contra la contaminación.

La propuesta no es «antitecnológica», sino que se basa en el desarrollo y aprovechamiento de «tecnologías naturales», manteniéndose a la vez fiel al concepto de «ciudad inteligente»: solo que tal vez «es más inteligente buscar la simbiosis con la naturaleza» que apelar al «afán humano de someter a la naturaleza,» dice la investigadora Julia Watson en The Guardian.

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