«El Papa Francisco no es un revolucionario, pero logrará un Vaticano más transparente»

Arturo San Agustín analiza en 'Tras el portón de bronce' los cambios en la Santa Sede con el sucesor de Ratzinger

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Un Papa argentino, de oratoria brillante, claro, y de nombre Francisco, que ha ganado un primer pulso.

El Vaticano y el Gobierno italiano han firmado un acuerdo en materia fiscal que levanta el secreto bancario con el objeto de intercambiar, de forma automática, las informaciones financieras. El Papa Francisco lo ha conseguido, pese a una campaña interna de filtraciones interesadas para dañar la imagen de su hombre fuerte, el cardenal australiano George Pell, encargado de dirigir la nueva secretaría de Economía, una iniciativa directa del Papa Bergoglio,

Eso se podría llamar «casi revolucionario, porque la voluntad del Papa, y casi lo está consiguiendo, es que el Vaticano sea más transparente, con una política clara de desitalianizar los puestos clave, aunque quien fue revolucionario de verdad fue Ratzinger, Benedicto XVI, con su decisión de dimitir».

Lo explica el periodista Arturo San Agustín (Barcelona, 1947), en una entrevista con Economía Digital, que tiene claro el mensaje: «El Papa Francisco no es un revolucionario, pero logrará un Vaticano más transparente».

Transparencia en las finanzas

San Agustín ha publicado Tras el portón de bronce (Península), un libro en el que, a través de diversos testimonios, laicos y monseñores, analiza el Vaticano desde dentro, con todas las contradicciones, aunque con una idea nítida que ha calado en la Curia, tras las primeras decisiones del también jefe del Estado del Vaticano. «Los Papas no mandan, ningún Papa acaba ejerciendo un mandato que pueda cambiarlo todo, pero sí es cierto que ha tomado iniciativas con las que se ha ganado el respeto, y en la Curia existe un cierto desasosiego, porque Francisco quiere cambios», asegura.

Un paquete de medidas están relacionadas con la transparencia de las finanzas. Ha establecido un nuevo Estatuto de la Autoridad Financiera Vaticana, –como le explican a San Agustín y narra en el libro– cuya misión es luchar contra el lavado del dinero negro. En paralelo, se crea una oficina para vigilar de forma «preventiva», y que será supervisada por Moneyval, el organismo de la Unión Europea que controla el lavado de los capitales procedentes del dinero negro. El objetivo es que el llamado banco central del Vaticano, el IOR (Instituto para las Obras de Religión), sea más transparente. Tiene unos 19.000 clientes, y unos 6.000 millones de euros en depósitos.

Las auditorías, o cómo acabar con el Vaticano

Bergoglio también se ha lanzado a pedir auditorías. Desde McKinsey&Company, hasta KPMG. En el primer caso, se desea elaborar un plan integrado para organizar los medios de comunicación de manera más operativa. San Agustín asegura que «igual esas empresas auditoras podrían acabar con el Vaticano».

Y explica su propia visión sobre los auditores en la entrevista con fruición, como también lo hace en el libro en respuesta a esas novedades, que le narra un monseñor en la Taverna Parione. San Agustín recuerda su experiencia en los medios de comunicación catalanes: «En el sector de la comunicación (hablo, por ejemplo, de diarios y revistas) es donde he visto cometer las mayores salvajadas. Eso sí, cobradas a precio de oro. Te hunden la empresa y encima les pagas magníficamente. Pero el truco es que liberan a los directivos de tomar determinadas decisiones, que es, curiosamente, para lo que les pagan».

La otra gran decisión del Papa es que ha establecido el llamado G-9, ocho cardenales y el secretario de Estado, Pietro Parolin, para el gobierno de la Iglesia. «Está mandando, más allá de su oratoria, de sus gestos y de conseguir, ciertamente, erigirse en el gran líder social del momento», explica San Agustín.

¿Gobernar para los que creen o para todos?

Ahora bien, el Papa Francisco está inmerso en un proceso de revitalización de la Iglesia, que tiene elementos de continuidad con el anterior Papa. El problema es saber a quién debe contentar. «Entiendo que los católicos practicantes mantengan una cierta distancia, o que no vean del todo bien lo que propone el Papa Francisco, que ha conseguido el fervor, precisamente, de los que no son creyentes».

San Agustín se entrevista en el libro con personalidades del Vaticano, con laicos y monseñores, y algún cardenal, que prefieren aportar sus visiones de forma anónima. A todos ellos, este veterano periodista, experto vaticanista, les incita a hablar con una pregunta: «¿Qué es el Vaticano?»

Uno  de los que habla abiertamente es el doctor en Teología y miembro del Pontificio Consejo de Ciencias Históricas, Josep-Ignasi Saranyana. San Agustín asegura que lo que apunta Saranyana «es la clave de la Iglesia», y que podría marcar el papado de Francisco. «El gran reto no es solucionar la exclusión o la marginación y atender a los más débiles y desfavorecidos, sino la batalla de la cultura», le contesta el teólogo al periodista.

Acabar «devorados» por los no creyentes

La comparación que establece es que el capitalismo «duro y rígido» ha ido justificando todo lo que ha provocado, como el desempleo masivo, con la idea de que cada uno es dueño de sí mismo, y puede hacer lo que quiera. En el terreno filosófico sobre el género, «se desdibuja la masculinidad y la feminidad y se lesiona gravemente a la familia». Por tanto, «si los cristianos dejamos la cultura exclusivamente en manos de los no creyentes, acabaremos devorados», concluye Saranyana.

Arturo San Agustín considera que el Papa Francisco «ha recuperado un lenguaje más evangélico, y se entiende mucho mejor lo que quiere transmitir, es más periodista, si queremos, pero aún no sabemos si dejará o no un cambio profundo, teniendo en cuenta la idea que tenía su antecesor, el Papa Benedicto XVI, según el cual el futuro de la Iglesia se basará en pequeñas comunidades más cohesionadas que ahora».

El Papa más personal

El periodista se entusiasma cuando habla de su «amigo» Giovanni Maria Vian, director de L’Obsservatore Romano. «Me  mostró una carta que recoge muy bien la personalidad del Papa Francisco», asegura. En esa misiva, de Bergoglio, que dirige al padre Cayetano Bruno, y que tiene la fecha del 20 de octubre de 1990, el actual Papa se muestra compungido porque justo antes de morir el padre Pozzoli, su padre espiritual, y amigo de su familia, no estuvo presente, aunque estaba al otro lado de la habitación y había sido requerido a entrar. «Todos los días lo nombro en el oficio divino cuando rezo por los difuntos…Y creáme que gozo con este sentimiento de gratitud que me regaló el Señor», escribe el Papa.

«Eso es Francisco», concluye San Agustín. 

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