Zara, Apple o Wal-Mart fuerzan el debate: ¿somos consumidores o ciudadanos?

El experto Josep Burgaya plantea que la política debe reaccionar ante "una carrera de mínimos, con menos salarios, menos trabajo y menos impuestos"

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Todo a menos. Reducción en todo. De costes, de salarios, de trabajo, de tasas en impuestos para los estados. El proceso de globalización ha llevado a las grandes empresas a disponer de grandes ejércitos de reserva, –mano de obra barata–, y también les ha permitido amplios mercados para vender sus productos. Pero ha provocado grandes contradicciones para una población que no sabe qué papel jugar, si el de mero consumidor o el de ciudadano.

Lo plantea el profesor Josep Burgaya, doctor en Historia Contemporánea y profesor en la facultad de Empresa y Comunicación de la Universidad de Vic en el libro La economía de lo absurdo, cuando comprar más barato contribuye a perder el empleo (Deusto). Con esta obra, Burgaya obtuvo el premio de ensayo Joan Fuster, que ahora se edita en castellano.

La tesis es que «no se puede mantener un sistema que supone una carrera de mínimos, y que está provocando que, a pesar de tener un trabajo, se pueda caer en la miseria».

La renuncia a la política

Pero el sistema sigue vivo. Las grandes empresas facturan cifras millonarias, abusan de la ingeniería fiscal para no pagar impuestos, y los consumidores se desviven por adquirir sus productos, sean de Zara o Apple, o los acaban comprando porque tienen muy poca capacidad adquisitiva, como es el caso de Wal-Mart, en Estados Unidos.

Burgaya, en una entrevista con Economía Digital, va directo al grano, con la idea de que es difícil trazar una frontera entre el consumidor y el ciudadano. «Creo que se debe relativizar la responsabilidad de los consumidores, porque nunca se puede tener toda la información sobre lo que se compra, y, en realidad, lo que existe es una avalancha de datos en Internet, que puede llevar a la confusión. El problema es que la política ha renunciado a marcar normas y establecer distinciones», asegura.

Y «los políticos sólo hablan de crecimiento del PIB, cuando el PIB no explica las mejoras de vida, sólo los intercambios monetarios». 

Cuando la empresa informa de las ayudas sociales

El ciudadano se interesa cada vez más por lo que consume, quiere saber cómo se produce, en qué condiciones lo hacen los trabajadores y el margen de beneficio de las empresas. Pero dispone de poco tiempo, y «de menores salarios, lo que nos obliga a todos a buscar productos más baratos u ofertas», apunta Burgaya.

La perversión de esa relación se alcanza en Estados Unidos, en las grandes superficies del gigante del comercio Wal-Mart. ¿Por qué se consume en Wal-Mart cuando se sabe que destruye la industria local, con el ahogo a los proveedores?

Burgaya responde: «Los norteamericanos con bajos salarios, trabajadores que rozan la miseria compran en Wal-Mart porque no pueden hacerlo seguramente en otro lugar, aunque la empresa practique una política de tierra quemada».

Pero este profesor va más allá: «Lo tremendo es que Wal-Mart ofrece asesores a sus trabajadores, desde que los contratan, para ofrecerles información y para tramitarles las ayudas sociales públicas que existen para complementar los sueldos». Y eso «es la perversión total del modelo laboral que se está planteando en todo el mundo».

Menos impuestos para los estados

La otra cuestión es que las grandes empresas pagan muy pocos impuestos. Burgaya expone que Inditex pagó 700 millones de euros en España en 2012, pero le condonaron 900 millones por la capacidad de «forzar ajustes fiscales».

Y que Amancio Ortega en 2013 «pagó el 9% de impuestos», un porcentaje «bastante menos que el de sus trabajadores». 

Rechazo a la máxima liberal de que los emergentes ganan

Burgaya rechaza la división que se le plantea, al recordar lo que algunos economistas liberales establecen: para el trabajador de occidente la situación es complicada, pero para el trabajador de los países emergentes la globalización ha supuesto una oportunidad.

«La paradoja es que los trabajadores occidentales hemos perdido el empleo, y compramos los productos de las empresas que se han ido y nos han dejado en la calle, a costa de explotar a los trabajadores de los emergentes». Para Burgaya, por tanto, la situación de los trabajadores en países como Bangladesh «no se puede decir que sea buena, y que hayan logrado una buena oportunidad».

Las marcas ‘pasan’

Y es que el próximo viernes, el 24 de abril, hará dos años del derrumbe del edificio textil Rana Plaza en aquel país, en el que quedaron sepultadas miles de personas que trabajaban en la confección de ropa para conocidas marcas. «Entre otros, en el complejo derrumbado se trabajaba para el grupo italiano Bennetton, para la británica Primark, para la canadiense Loblaw, para C&A, para el gigante de la distribución Wal-Mart, para The Children’s Place, así como por las españolas El Corte Inglés y Mango», según apunta Burgaya en el libro.

Las prácticas de subcontratación, de subastas de mediadores de esas grandes empresas para lograr los mejores precios, provoca que esos trabajadores en los países emergentes trabajen por salarios de miseria, con jornadas extenuantes, llegando a situaciones de suicidios, como ha ocurrido en las factorías de Foxconn, en China, donde se fabrican los iPhone.

Contra el ideario de Sala Martín

Burgaya señala «somos ya únicamente consumidores, y de ciudadanos tenemos poco, y el objetivo debería ser el de recuperar esa noción, la de personas conscientes de su entorno y que reclaman a la política que actúe, ante la desrregulación de los mercados». Porque, ¿qué se hizo para evitar esos suicidios? «El propietario de Foxconn puso redes en las ventanas, para que no pudieran saltar».

Pero, ¿a quién se escucha en el debate público? ¿Quiénes son los economistas de referencia? Burgaya deja un mensaje para Xavier Sala Martín, habitual en los medios de comunicación catalanes.

«Algunos, como el economista catalán Xavier Sala Martín impartían verdades en las tertulias radiofónicas y televisivas que se pusieron tan de moda, afirmando que la manera de acabar con el paro era derogar cualquier tipo de subsidio de desempleo. Una visión poco compasiva y totalmente equivocada desde el punto de vista económico».

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