El »exceso de capacidad» provocará la crisis mundial que viene

Crece el consenso entre los economistas de que la receta de los bancos centrales no ha logrado, con sus tipos de interés bajos, la inflación que necesitan países como España para que sus deudas pierdan valor y para animar la economía global

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Preocupación seria. La bolsa española se ha dejado esta semana el 6,8%, que resulta ser el peor resultado desde diciembre de 2014. En lo que va de año las pérdidas suman el 17%. Los descensos son generales en el resto de selectivos europeos, con mayor o menor intensidad.

Y en el horizonte aparece una nueva recesión que provoca, precisamente, un debate que hasta ahora nadie quería afrontar con toda su crudeza: ¿es o no una nueva recesión, o es la consecuencia de un proceso que arranca en 2007, y que sólo se había atacado con unos calmantes?

El analista financiero, Juan Ignacio Crespo, autor entre otras obras de Cómo acabar de una vez por todas con los mercados (Deusto), afronta la situación con cierta calma, con la convicción de que todo responde a una secuencia hasta cierto punto lógica. «Hay diferentes indicadores que señalan una recesión, uno es la caída del precio de las materias primas, que complican la vida especialmente a los países emergentes, y otro es la caída de los beneficios empresariales. Existe una recesión industrial, cae la producción industrial en todos los países, en China, pero también en Alemania, en Francia, en Italia o en el Reino Unido, y ello es fruto de un exceso de capacidad que la economía no puede asumir», asegura.

Tres grandes perturbaciones

Esa es una de las claves que genera mayor incertidumbre: el exceso de oferta, el exceso de capacidad, que la mayoría de países no pueden integrar, una idea que defiende desde el inicio de la crisis el economista Santiago Niño Becerra. El profesor del IESE, Pedro Videla, no lo ve como una situación límite, pero sí establece «tres grandes perturbaciones que complican la economía global».

Para Videla cada país sorteará mejor o peor esas perturbaciones en función de su exposición a «la evolución de la cotización del dólar, la situación de China y el precio de las materias primas, especialmente el petróleo». Hay países que sufren ya las tres, como Brasil: menor demanda de sus materias primas, menor demanda procedente de China, devaluación de su moneda, y deuda contratada en dólares, que cotiza al alza.

La inflación, indicativa de dinamismo económico

Las recetas que se tomaron a partir de la crisis financiera de 2007 han resultado ahora incapaces de lograr un objetivo: una mayor inflación, que es indicativa, siempre, de un mayor dinamismo de la economía. Además, tiene otra ventaja –siempre que no sea descontrolada, claro– y es que ayuda a los países más endeudados, como España, porque esa deuda pierde valor con el tiempo.

Daniel Gros, director del Center for European Policy Studies, lo ha constatado en un artículo en Project Syndicate, ‘El club de las tasas de interés negativas’, al señalar que los banqueros de los bancos centrales de los países acreedores, como Alemania, deberían dejar de «tratar de manipular a sus economías mediante una mayor flexibilización monetaria, que potencialmente es contraproducente. En vez de ello, deben permitir que la recuperación siga su curso, incluso si eso sucede lentamente, y esperar a que el efecto base de los precios más bajos del petróleo desaparezca».

Y recuerda a Mario Draghi, el presidente del BCE, sus palabras, cuando admitió que la actual política monetaria –de nulos tipos de interés– podría no ser eficaz. Es decir que «no sirve practicar más de lo mismo», según Gros.

Los occidentales no quieren sufrir

Juan Ignacio Crespo lo califica de una forma gráfica: «Las sociedades occidentales ya no aguantan el dolor, y necesitan una aspirina». Esa aspirina ha sido, a su juicio, la política aplicada desde 2007, con los bajos tipos de interés en todo el mundo, aunque con intensidades diferentes, y respuestas también distintas: la Reserva Federal de Estados Unidos se anticipó, y tuvo mejores resultados, aunque, siguiendo a Gros, funcionó mejor porque es un país deudor.

Crespo mantiene su idea de que en 2016 y 2017 la recesión podría ser más intensa que la que se conoció a partir de 2007, aunque a partir de 2018 podría llegar un periodo de expansión. Todavía no hay un nuevo Lehman Brothers, sostiene, pero estamos ante esa posibilidad.

Falta de incentivos

Pedro Videla recuerda que, efectivamente, los bajos tipos de interés no han servido para inyectar dinero en la economía y activarla. Y eso choca con el análisis de la ortodoxia económica, que había pronosticado una hiperinflación. La explicación, según Videla, es que esos capitales que han ido a los bancos se han vuelto a refugiar en los bancos centrales, para lograr algo de beneficio. Es el llamado carry trade. Pero eso prueba que no se ven incentivos para invertir esos capitales, porque no se perciben negocios que provoquen mayores beneficios.

Y ese es el gran problema, la atonía de la economía global, en gran parte por ese «exceso de capacidad» del que hablaba Crespo.

El motor «partido» de la economía

El economista Santiago Niño Becerra lo ve desde esa perspectiva desde el inicio de la crisis. «No estamos ante una nueva recesión, sino ante una nueva manifestación de una crisis sistémica cuya primera escena la vimos en 2007. No resuelta porque nueve años después las dudas y los problemas son muy superiores a las certezas y a los logros conseguidos: no se ha resuelto el tema de la deuda impagable, ni el de la calidad de los activos de la banca, ni el de un desempleo estructural, ni el de una pobreza y exclusión social al alza, ni el de unos déficits imperturbables, ni el de unas expectativas menguantes».

Para Niño Becerra, «no es que la economía mundial no acabe de arrancar de nuevo, es que el motor con el que funcionaba se ha partido y hay que poner uno nuevo».

¿Nuevo gobierno?

Esa situación de la economía mundial se une, en España, a la incertidumbre política, ante las dificultades para constituir un nuevo Gobierno.

Crespo es taxativo: «eso no tiene ninguna influencia». Y añade: «El próximo Gobierno lo tendrá muy complicado, y deberá acometer un nuevo ajuste presupuestario». Es decir, nadie envidiará al próximo Ejecutivo.

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