Cortesía política

Pequeñas minorías informadas o participantes especialmente influyentes son capaces de guiar a otros individuos hacia un objetivo sin necesidad de comunicación verbal directa o señales específicas

Alberto Núñez Feijóo acude a su sesión de investidura arropado por los presidentes autonómicos del PP y cargos de su partido / EP

Alberto Núñez Feijóo acude a su sesión de investidura arropado por los presidentes autonómicos del PP y cargos de su partido / EP

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

Que estamos perdiendo algunas formas, es algo más que evidente; y ello está influyendo sobre el propio sistema democrático con también clara rotundidad. Y ejemplos hemos tenido muy recientemente en las reyertas parlamentarias durante las sesiones de investidura. Hasta se considera que, en el elenco partidistas de sus señorías, resulte ya imprescindible tener parlamentarios de presa para debatir con contundencia. Es el nuevo IRPF, un ya “Inevitable Rifirrafe para Fastidiar”, que se está imponiendo con fuerza inusitada, sustituyendo a la debida cortesía política como un inevitable nuevo impuesto a la convivencia.

Formas políticas humanas

En el caso del Parlamento, el debido respeto institucional viene ya de muy lejos. Uno de los padres del constitucionalismo y del derecho parlamentario, Jeremías Bentham, estableció las seis reglas de prudencia relativas al Debate siendo la segunda “evitar los nombres propios al designar a los diputados a quienes se responde”, y la tercera, “no suponer malos motivos jamás”. En fin, y a todo esto, publicadas en un volumen de título Tácticas Parlamentarias, editado en la muy contemporánea fecha de 1791.

Las faltas de respeto entre el Gobierno en funciones y la oposición no han dejado de ser una demostración más de una democracia no consolidada, cuando no una fórmula más de eliminación de los contrapesos que fundamentan las democracias. Pero, en la actualidad, subsisten dos tipos de oposición: la oposición dentro del sistema y la oposición contra el sistema. En nuestra sociedad de la abundancia tenemos de todo.

En España, la función del líder de la oposición no se encuentra regulada por ley, aunque dicha figura existía desde 1977, resultando formalmente creada mediante una resolución de la Mesa del Congreso de los Diputados en el año 1982 y refrendada a instancias del primer Gobierno socialista de Felipe González. La costumbre derivada de esta norma interna estableció que debieran realizarse reuniones informativas periódicas entre el presidente del Ejecutivo y el líder del partido más numeroso que no se encuentre en el Gobierno, siendo voluntad del presidente su convocatoria. Sin precisar formalismo jurídico explícito alguno, la cortesía política en general y la parlamentaria en concreto determinan que la jefatura de la oposición no tenga nombre de pila, así como tampoco la de la presidencia. De continuar el relajo en las formas de nominación acabará convirtiendo el púlpito del Congreso en la barra de una cafetería donde acodarse con pose tabernaria.

Formatos políticos animales

Si poco o nada tenemos en cuenta las formas, peor ocurre con los comportamientos; es el reinado del peroquemasdá. Está de moda aparecer en las reuniones investidos por la supuesta autoridad que otorga acudir, como en manada, en grupo, con miradas desafiantes como si se tratara de posar para la portada del disco de un grupo de heavy metal o de punk. Puesto de moda por los partidos extremistas de uno y otro signo, no deja de ser una infantil manera de demostrar fuerza. Incluso, se llega a afirmar que la existencia de uno o de unos muy pocos diputados convierten al partido en decisivo.

Y es que la política patria se encuentra más escorada hacia la oferta que hacia la demanda, primándose con ello la propuesta frente a la resolución de la necesidad. Al modo de las bandadas de pájaros o los cardúmenes, en la naturaleza las agrupaciones animales trabajan de manera eficiente en grupo en la procura de un interés propio: la supervivencia. Llegan, incluso, a conformar un cierto “cerebro colectivo”, capaz de tomar decisiones y moverse como si de un único organismo se tratase; como ocurre con las manadas de animales o las agrupaciones de insectos devastadores. Quizás por ello exista la expresión “animal político”.

En cada colectivo, cada miembro necesita equilibrar dos instintos, el propio de la permanencia en el grupo y el de moverse en la dirección que este determine. Y la coordinación en el grupo se logra cuando unos pocos líderes consiguen guiar de manera efectiva a la bandada. Para ello no necesitan enviar señal alguna especial a sus congéneres; basta con crear una tendencia en el movimiento y el grupo se dirigirá hacia una dirección particular. Incluso si se producen órdenes contrarias por parte de líderes con opiniones contrapuestas, será el grupo, espontáneamente, quien alcance un consenso y se moverá eligiendo la dirección más conveniente para la mayoría. De este modo, la inteligencia de grupo proporciona ventajas evolutivas para los colectivos autoorganizados o con intereses comunes propios.

La biología comparada nos alerta de nuestros instintos más básicos, concluyendo que pequeñas minorías informadas o participantes especialmente influyentes son capaces de guiar a otros individuos hacia un objetivo sin necesidad de comunicación verbal directa o señales específicas. Instinto animal, pura supervivencia… En tierra firme.

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

Deja una respuesta