Del orgullo verde al cuello de botella
El déficit estructural en infraestructuras eléctricas frena el desarrollo industrial y la evacuación de energía limpia en comunidades líderes como Galicia

Parque solar. Pixabay
El presidente Sánchez no pierde ocasión de exhibir en público portadas internacionales que, según él, avalan la gestión de su Gobierno. Pero la última que debería enseñar no es precisamente para presumir. El Financial Times, uno de los medios económicos más influyentes del planeta, ha publicado una radiografía poco complaciente: España ha instalado una capacidad solar sin precedentes… para después descubrir que carece de una red capaz de aprovecharla. Un retrato incómodo, donde la propaganda política ha corrido mucho más que la planificación técnica.
Según el FT, España ha desplegado más capacidad solar de la necesaria para cubrir su propia demanda. Y aquí salta el primer cortocircuito con el relato oficial: la demanda eléctrica nacional lleva veinte años prácticamente congelada. Sin embargo, se ha acelerado la instalación de placas como si no hubiese un mañana. El resultado es previsible: energía que no se consume, que se malvende o que directamente se desperdicia, con un sistema eléctrico más inestable de lo que se quiere reconocer.
Esa sobreproducción, unida a una inversión raquítica en redes, ha tenido un doble efecto perverso. Por un lado, ha desplomado los precios mayoristas en las horas de máxima generación, minando la rentabilidad de los proyectos. Por otro, ha dejado al descubierto una fragilidad preocupante, como quedó patente en el gran apagón ibérico de abril de 2025, que dejó a 58 millones de personas sin luz. Y si algo demuestra ese apagón es que el problema no es coyuntural ni fruto de un accidente aislado, sino la consecuencia de años de desatención a las infraestructuras críticas del sistema.
Los datos son demoledores. BloombergNEF, citada por el Financial Times, coloca a España a la cola de la UE en inversión en redes eléctricas: apenas 0,3 euros por cada euro destinado a renovables, frente a los 0,7 de la media europea. Una proporción que explica por sí sola por qué la red no ha sido capaz de absorber con seguridad el crecimiento fotovoltaico. Y, de hecho, desde 2017 existen informes que advertían de la necesidad de reforzar la red con inversores, esos dispositivos que aportan la “inercia” que antes daban las grandes turbinas nucleares o térmicas y que estabilizan el sistema frente a la intermitencia solar. No se instalaron a tiempo. La factura de esa omisión ya la hemos pagado todos.
El patrón de fondo es inconfundible: España ha logrado un éxito mal gestionado, porque estar en la élite mundial en capacidad fotovoltaica es un mérito indiscutible, pero sin red, almacenamiento e interconexiones, ese exceso se convierte en electricidad de saldo. También hay una ausencia de “segunda capa” política, ya que se ha priorizado la foto de la placa solar sobre las inversiones invisibles pero vitales: redes, baterías, interconexiones y gestión de la demanda. Y existe un coste de oportunidad con riesgo a largo plazo, porque sin infraestructura se erosiona la rentabilidad y se frena la transición energética; el apagón fue una advertencia, e ignorarla es invitar a la inestabilidad. En definitiva, España no tiene un problema por producir demasiada energía solar, sino por no haber hecho a tiempo las obras invisibles que la convierten en energía útil y rentable.
Conviene subrayar que este déficit no se limita a la energía solar: por elevación, afecta a todas las renovables. Galicia es un ejemplo claro. Con casi un 85 % de su generación eléctrica procedente de fuentes limpias, la comunidad es un referente en producción verde. Sin embargo, el déficit de infraestructuras de transporte eléctrico está frenando la conexión de nuevos parques, la evacuación de la energía ya generada y, en consecuencia, el desarrollo de proyectos industriales de gran envergadura. Galicia produce mucho más de lo que consume, pero sin una red moderna y adaptada esa ventaja se convierte en un lastre.
Si de verdad queremos ser un referente verde, es imprescindible exigir almacenamiento en las nuevas plantas, planificar interconexiones con Francia, Portugal y Marruecos, incentivar baterías domésticas e industriales que permitan un autoconsumo también nocturno, ajustar tarifas y programas para trasladar consumo a las horas solares y, sobre todo, invertir en una red capaz de soportar, distribuir y rentabilizar toda esa energía.
Porque la transición energética no se gana en titulares ni en cumbres internacionales, sino en el cableado, en los transformadores y en las decisiones invisibles que sostienen un sistema eléctrico moderno. Y ahí, hoy por hoy, vamos muy por detrás de nuestra propia propaganda.