Cosas que pasan
Cuidar del periodismo, de la comunicación y de sus profesionales, pasa por algo tan sencillo como dejarles hacer su trabajo, no entrometerse, vital para una sociedad democrática y que pretenda tener un presente y un futuro en libertad
Archivo – El presidente de EEUU, Donald Trump
Pues sí, una vez más, Trump se decide a sorprendernos, aunque cada vez menos, con su gracejo habitual. En esa gira mundial que está haciendo sobre sí mismo, acaba de recalar en Arabia Saudí sin salir de la Casa Blanca (salón de baile incluido). En su denodada búsqueda del premio Nobel de la Paz en la que se encuentra embarcado, todavía no sabemos bien la razón, acaba de incorporar como aliado a su Junta de paz de Gaza al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán. Entre los méritos atribuidos por el ya instituido cesar republicano al pre monarca árabe está el haberlo exonerado de responsabilidad en el asesinado en 2018 del periodista Yamal Khashoggi con la evidente y fundamentada razón de que son “cosas que pasan”. ¡Y tanto que pasan, sobre todo al pobre Khashoggi!
Informar siempre tuvo su peligro
El periodismo se está convirtiendo, a marchas forzadas, en una profesión de alto riesgo. A las desorbitadas cifras de informadores fallecidos en el mundo el año 2024 por ejercer su legítima y obligada misión, cifradas por la FIP, la Federación Internacional de Periodistas en 122, y no solo en lugares de conflicto bélico, hay que sumar otros peligros a los que se encuentran expuestos los relatores diarios de la verdad. Como bien decía Hegel, “la lectura del periódico es la oración matinal del hombre moderno”.
Entre las formas de limitar la libertad de prensa, comienzan a generalizarse otras menos expeditivas que la eliminación física tales como la profesional (como en el caso en ABC de Jimmy Kimmel), la económica (como la demanda multimillonaria planteada por Trump a la BBC), e incluso la propiamente moral. Eso de “cállate, cerdita”, y en el Air Force One por parte de Trump a Catherine Lucey, pues que no tiene ni pizca de gracia. Si miramos dentro de nuestra casa, el periodismo y los profesionales de la comunicación están siendo sometidos a una extorsión continuada, en muchos casos, por un más que cuestionable criterio de utilidad.
A pesar de lo que anunciaron pensadores como Umberto Eco o Alain Minc, no estamos inmersos en un nuevo medievalismo. Más bien, nos encontramos en una nueva fórmula de despotismo desilustrado, donde los medios de comunicación están siendo la excusa para imponer el “relato”, eso que ahora se llama “lo fake”, que no es más que la pura y descarada mentira. En frase para grabar en oro, de ese que tanto gusta a Trump, “estoy en guerra con los medios de comunicación, son el enemigo del pueblo”. Sin olvidar la historia, los mayores combatientes contra el despotismo ilustrado del siglo XVIII fueron los hoy sí llamados ilustrados, los creadores intelectuales del mundo moderno, uno de cuyos medios fue La Enciclopedia.
Y va, y la abuela pare la IA
Creo que, hasta ahora, a la Inteligencia Artificial hay que denominarla con el acrónimo en español, nada de AI o anglosajonada parecida. IA es la onomatopeya que se utilizaba en los llamados TBO,s (hoy elevados a la categoría de novela gráfica), para el sonido expelido por los burros. No execramos de la misma, ni mucho menos, pero pensar, lo que se dice pensar, que no sólo se hace con la cabeza, lo hacen las personas.
Y el periodismo, la comunicación, en definitiva, es un pensar sobre la realidad actual, un razonar y sentir ante lo cotidiano, sea trágico, cómico o la mezcla de ambos, que merece y demanda un tratamiento profesional, alejado de la mera opinión, también legítima, pero con su carga de conocimiento, profesionalidad y saber hacer. El periodismo, la comunicación realizada por los verdaderos entendidos, tiene que seguir siendo ese niño que pone la flor en el caño del fusil en el cuadro de Banksy o aquella niña que cachea al militar. La realidad no es la que es, es la que nos cuentan, sobre todo cuando la cuenta alguien que sabe contarla. Y, además, sabe contarla bien.
Cuidar del periodismo, de la comunicación y de sus profesionales, pasa por algo tan sencillo como dejarles hacer su trabajo, no entrometerse, vital para una sociedad democrática y que pretenda tener un presente y un futuro en libertad. Los periodistas no buscan tener razón, ese suele ser oficio de tertuliano. En estos momentos de cambio de los grandes del periodismo y de la comunicación, los Onega, Piqueras, Olmo, Álvarez, Pedro J, o Gabilondo, y tantos y tantos otros y otras periodistas y comunicadores que han sostenido con su trabajo la libertad en España nos van a dejar su legado: In-formare, que en latín significaba “dar forma, describir o enterar”. Solo eso; De-formare, eso, es otra cosa.