La oportunidad chilena

La segunda vuelta de las elecciones chilenas del próximo diciembre abrirá, con toda probabilidad, un escenario decisivo para las empresas españolas, y también para las gallegas, que han consolidado en el país austral una presencia estratégica durante las dos últimas décadas

El presidente de la República de Chile, Gabriel Boric

Archivo – El presidente de la República de Chile, Gabriel Boric / Europa Press

En un contexto marcado por la búsqueda de estabilidad institucional y reactivación económica, el desenlace del 14 de diciembre puede definir un nuevo ciclo de oportunidades en Chile para sectores clave como infraestructuras, tecnología, alimentación, energía y servicios, reforzando el papel del país andino como puerta de entrada al Pacífico para la inversión española.

Chile llegó a las presidenciales del domingo 16 cerrando un ciclo político inusualmente convulso, marcado por tensiones sociales, debates constitucionales prolongados y un deterioro de la confianza económica. Más que un simple duelo entre proyectos, estas elecciones se convirtieron en un examen colectivo sobre la herencia que deja el presidente Boric, y el rumbo que debe marcar el nuevo mandatario para los próximos cuatro años.

Pero hay otras lecturas y expectativas también importantes. Para España —y también para Galicia— este momento debe leerse en clave estratégica, no solo partidista: lo que está realmente en juego es si Chile recuperará la estabilidad que históricamente lo convirtió en uno de los destinos más atractivos para la inversión europea.

Durante más de dos décadas, el país andino ha ofrecido una combinación singular en la región: apertura económica, seguridad jurídica y políticas públicas orientadas al largo plazo. Este marco permitió que más de 200 empresas españolas, algunas de ellas gallegas como Altia, Jealsa, Luckia, Grupo San José, o Grupo Puentes, además de marcas significativas como las de Inditex o Estrella Galicia, encontraran en Chile un entorno predecible para expandirse en tecnología, alimentación, ocio o infraestructuras.

Sin embargo, el debate constitucional, la incertidumbre regulatoria y el deterioro de la seguridad ciudadana han erosionado en los últimos años esa percepción de certidumbre. La inversión extranjera se ha ralentizado, varios proyectos estratégicos se han congelado, y el coste de capital asociado al “riesgo país” ha crecido. Por ello, las elecciones de diciembre son relevantes no tanto por quién gane, sino por la posibilidad de que Chile retome una senda de estabilidad institucional y claridad económica.

Un elemento destacado que ha marcado la primera vuelta de estas elecciones ha sido el peso que han tenido las preocupaciones ciudadanas sobre inmigración y seguridad. Una parte del electorado ha respaldado propuestas de control migratorio más estrictas, reflejando inquietudes vinculadas al aumento de delitos y a la percepción de deterioro del orden público en áreas urbanas.

Este factor ha favorecido a opciones conservadoras, pero debe interpretarse con matices: más que un giro ideológico profundo, parece una demanda de eficacia institucional y capacidad del Estado para garantizar condiciones básicas de convivencia. Desde la óptica empresarial, la mejora de la seguridad es relevante y muy necesaria porque influye directamente en la operación diaria y en la percepción de riesgo operativo. Y el mercado parece que así lo está interpretando: la Bolsa chilena cerró el lunes con un máximo histórico.

El empresariado gallego en Chile con el que he tenido la oportunidad de conversar comenta que lo esencial para los intereses de las empresas de la comunidad es que cualquier gobierno que surja del 14 de diciembre deberá enfrentar desafíos estructurales; recuperar la confianza inversora, acelerar el desarrollo de infraestructuras, modernizar la administración y estabilizar el marco regulatorio en sectores clave como energía, construcción o tecnología. Si Chile consigue realinear estos elementos, el potencial de reactivación es significativo.

Las estimaciones del sector apuntan a que, en un entorno estable, la inversión extranjera directa podría crecer entre un 20% y un 30% en los próximos cinco años.

En este contexto, creo que las organizaciones empresariales gallegas tienen ante sí la oportunidad de dar un paso más y aumentar los lazos existentes. Si Chile consolida ese escenario de previsibilidad y eficiencia, el país puede convertirse no solo en el destino seguro que ya es, sino en un verdadero socio estratégico en el Pacífico. Toca, por tanto, reforzar la presencia, ampliar alianzas y anticipar proyectos que consoliden el liderazgo gallego en sectores donde ya existe una posición sólida. Chile podría convertirse en los próximos años en uno de los pilares más prometedores para la internacionalización de la economía gallega en Sudamérica.

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