El duelo como espejo del liderazgo

Un líder deja huella cuando ya no hace falta que esté para que las cosas sigan funcionando como él o ella creía

imagen con la silueta de un empresario mirando la ventana

Hay pérdidas, como la de una madre, que son irremplazables. No solo por el peso que tienen como figura familiar… es que son el primer referente de liderazgo que tenemos en la vida. Cuando se marchan, algo se quiebra… pero también se revela. ¿Qué permanece de una vida cuando ya no están? Y esa pregunta, curiosamente, es la misma que debería hacerse cualquier líder: ¿qué queda en mi equipo cuando dejo de ser su referente?

En estos días de duelo he entendido que el verdadero legado no son los éxitos visibles ni los hitos que pueden presumirse en un currículo. El legado real es más discreto; se aloja en lo que inspiras, en lo que haces crecer en otros, en la confianza o la valentía que consigues sembrar en quienes te rodean. Mi madre no lideraba equipos ni firmas estratégicas, pero ejerció el liderazgo más transformador: el que moldeaba actitudes personales, fomentaba la convivencia y ayudaba a descubrir las capacidades y posibilidades de cada miembro de su familia.

Leía recientemente al admirado Xavier Marcet, que liderar es, ante todo, servir: “influir más que mandar y hacer crecer a quienes te rodean”. Leído desde la experiencia cercana, ese es el perfil de muchas madres que gestionan visiones (la rutina familiar), coordinan equipos (los miembros de la familia), desarrollan talento (acompañan y corrigen sin anular) y practican el autoliderazgo imprescindible para sostenerlo todo. Si el liderazgo se mide por la capacidad de generar sentido, seguridad y crecimiento en otros, la idea de “madre-líder” no es una metáfora, es una aplicación práctica y poderosa de los principios del management humanista que defiende Marcet.

De mi experiencia profesional, seguimos asociando el liderazgo a la presencia física. A los despachos altos, a la capacidad de decidir, a la cifra que justifica un bonus. Pero cuando un líder se marcha —porque cambia de compañía, porque se jubila o simplemente porque la vida sigue— su liderazgo es puesto a prueba. Lo que queda o desaparece tras su salida revela si realmente lideró… o solo ocupó un cargo.

Un líder deja huella cuando ya no hace falta que esté para que las cosas sigan funcionando como él o ella creía. Los mejores líderes no necesitan controlarlo todo, sino que enseñan a otros a caminar sin ellos. Dejan raíces, no sombras.

Y aquí el duelo vuelve a cruzarse con la gestión. Porque cuando te enfrentas a la muerte, se derrumban las prioridades y la mirada se afina. Se vuelve más humana. Aparece la urgencia de que nada de lo importante quede sin decir, sin hacer, sin transmitir.

Hoy, desde esta herida que sigue abierta, me permito una aseveración: liderar es servir y cuidar. No desde la condescendencia, sino desde la responsabilidad de hacer que otros sean un poco más fuertes, más sabios, más libres, más felices. Porque cuando una madre se va —y también cuando un líder ya no está— lo único que permanece es lo que hizo florecer en los demás.

Al final, no lideramos para ser recordados, sino para que otros sigan adelante. Y ahí, en lo que permanecerá sin nuestra presencia, se escribirá el verdadero legado, como el que nos ha dejado mi madre.

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