Muelle

Todavía no producidas ningunas elecciones, en particular las de Madrid, ya se hacen cábalas fundadas sobre las consecuencias de unos resultados supuestamente más que previsibles

Grafiti con la firma de "Muelle" en una fachada de la calle Montera. EFE/J.J. Guillén

Grafiti con la firma de «Muelle» en una fachada de la calle Montera. EFE/J.J. Guillén

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Una de las noticias culturales de mayor relieve que va a producirse en el año 2021 no debiera pasar fácilmente desapercibida; no lo vamos a permitir, no. Juan Carlos Argüello Garzo, artista reconocido y reconocible, en particular por figurar como un emblema por las calles de su Madrid natal, pasa por ser uno de los creadores gráficos más representativos de la denominada “Movida Madrileña”. Nada de recomendar la exposición de las seis pinturas mitológicas de Tiziano en el imprescindible El Prado; nada de ir a admirar la retrospectiva de Kandinsky en el Guggenheim de Bilbao, para nada. La noticia fundamental en este momento en el mundo del arte lo supone la subasta de obras de… Muelle. Efecto post pandémico.

Vidas ejemplares.

Nacido en el madrileño barrio de Campamento, Muelle pasa por ser un artista, aunque, eso sí, callejero, pero artista, al fin y al cabo. Su emblemático nombre, tantas veces reescrito, única expresión de su plástica y siempre coronado con una premonitoria R ® como marchamo registrado de su efímera, pero rentable expresión, comienza a ser ya caza mayor para coleccionistas.

A juicio del fotógrafo Jeosm, autor del libro “Guerreros urbanos”, reconocido experto en grafitis y hip hop (pero, de verdad, ¿hay expertos en grafitis? ¿Y en hip hop?), “podría decir, sin temor a pasarme, que fue el Cervantes del grafiti en España. Él abrió senda. Hizo su propia historia y la clausuró”. Vaya, lo mismo que le ocurrió a Cervantes ¡Pues menos mal que no teme pasarse! Pero, volvamos a lo sustancial. El próximo día 27 de mayo en la casa de subastas, también madrileña como no, Fernando Durán saldrán a la venta las primeras 15 desconocidas obras del artista ahora llamado Muelle. Los precios de inicio van desde los 1.500 euros para el folio hasta los 6.000 euros para las denominadas “piezas grandes” (pero ¿hay piezas grandes en el arte moderno? ¿no son todas grandes?). Como autodidacta artista underground, según relata su hermano, “no tenía proyecto, pero tenía claro su camino.” Pues menos mal, que además de un problema claro de identidad, al menos tenía un camino…

Seguimos reafirmando el pensar de Gilles Lipovesky cuando nominó al mundo post moderno como el “imperio de lo efímero

Banalidad actual

Esta nuestra época es un tiempo, en gran medida, interesado por lo inmediato, lo fugaz y lo banal. Tratar de comprobar y demostrar que, con un gesto, una indicación o un indicio ya lo sabemos todo sobre algo o alguien empieza a resultar preocupante. La apariencia prima sobre lo esencial y la cosmética se impone sobre la estética; y no digamos ya sobre la ética. Seguimos reafirmando el pensar de Gilles Lipovesky cuando nominó al mundo post moderno como el “imperio de lo efímero”. Y si acudimos a un tal Sartre, nada del Ser, más bien la Nada.

El gesto es el mensaje, en particular, en el impostado panorama político actual. Mientras crece, otra vez, de manera desbocada la presencia del ya cotidiano Covid 19, adosado a nuestra existencia como un inevitable miembro más de la familia, los políticos de una y otra tendencia blanden como algo realmente tangible las meras apreciaciones sobre sus rivales, en particular, las futuras. Todavía no producidas ningunas elecciones, en particular las de Madrid, ya se hacen cábalas fundadas sobre las consecuencias de unos resultados supuestamente más que previsibles. Inexplicable. Bien vendrían a los científicos que luchan contra el virus estas convicciones sobre cómo será, irremediablemente, el futuro. En un momento de incertezas y de finales abiertos, contamos con augures acreditados que saben lo que va a pasar, fijo, mañana mismo.

Todavía no producidas ningunas elecciones, en particular las de Madrid, ya se hacen cábalas fundadas sobre las consecuencias de unos resultados supuestamente más que previsibles

Así como esta agotadora pandemia ha puesto a nuestra disposición epidemiólogos y expertos virólogos por doquier, también permitió alumbrar gran cantidad de politólogos adivinos (alguien puede explicar, pero de verdad, ¿qué es un politólogo?), filósofos apocalípticos creadores de titulares ingeniosos y asesores áulicos presos de una obsolescencia milimétricamente programada. Sus profundas conclusiones, trufadas con presagios de lo más certeros, visto lo visto, nos pueden evitar el engorroso deber de ir a votar, sobre todo, si es en martes, como ocurrirá en Madrid. Ya, ¿para qué?; pareciera que está todo el pescado vendido antes de ofrecerlo al mercado.

Y es que son así, a su manera, frutos de temporada, inconsciencia elevada a la categoría de mera permanencia. El más coherente de nuestros representantes es Toni Cantó; político de raza, nunca ha dejado de ejercer su inicial oficio de actor. Como bien decía en su momento el inefable Muelle, preguntado por la razón de su pertinaz empeño en decorarnos con su nombre las ciudades (además de en Madrid, plasmó su “pintura” en Ourense, Vigo, Logroño, Andorra e incluso Londres o París para envidia de un principiante Banksy o un desconocido Haring), su respuesta resultó tan elaborada como el contenido de su mensaje, “porque sí. Es una forma de comunicar, de decir. Es mi filosofía”. En fin, en línea con la actual banalidad, “cada es cada uno y tiene sus cadaunadas”.

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