Es uno de esos locales que viven en el difícil equilibrio de un precio moderado, sin ser barato, y una calidad de fonda, de clásico de pueblo. Sus manteles podrían ser perfectamente aquellos de cuadros clásicos, pero, no, son blancos y lisos, como las chaquetas de sus camareros veteranos.
El Caballito Blanco trabaja discretamente desde hace más de 50 años en la calle Mallorca, casi en la esquina con Aribau. Pertenece a una generación de locales de cocina de mercado como aquel Can Massana, cerca de General Mitre, que en su mayor parte, después de vivir sus años de gloria no pudieron superar la década de los ochenta. Y tiene una ventaja: está fuera del circuito de la publicidad gastronómica.
Llamar por su apellido –Rossini– a los canelones y al lenguado –a la Menière– ya es toda una declaración de principios. Hacía años que no comía en esta casa y me dio la impresión de que no había cambiado un ápice. Un primer comedor, para una treintena de comensales, con una barra –tan típica de las fondas– y tras un estrecho pasillo, rodeado a lado y lado por las instalaciones de la cocina, otra sala con una capacidad similar.
La oferta de la larga y clásica carta, sin menú, recuerda a aquellos años, cuando la gente de mi generación descubrimos los patés, los quesos franceses y las endivias. No es fácil decidirse entre tantas propuestas, clásicas, con platos contundentes como estofado de toro, cabeza de ternera a la vinagreta o los callos con garbanzos; y también propuestas algo sorprendentes para un local de su estilo, como el bogavante, los percebes o las huevas de pescado escabechadas.
Con los vinos pasa algo semejante, aunque la relación no es excesivamente amplia, pero más que suficiente desde mi punto de vista. Tomé un Raimat Chardonay del 2010, servido a buena temperatura en una cubitera de esas caseras, con los enfriadores extraíbles, a 13 euros, el doble que en la bodega. Tienen varias marcas de cerveza, pero no de barril.
No pude resistirme a la ensaladilla rusa de primero. Bien, aunque acababa de salir del frigorífico. Y de segundo atún a la plancha, correctamente hecho, vuelta y vuelta, casi crudo por dentro. Mi acompañante, que tomó lo mismo de primero, eligió las costillitas rebozadas de segundo, correctas. En lugar de pedir algunos de los 11 quesos propuestos como postre, no decantamos por la coca de crema, que estaba deliciosa. Unos 40 euros por persona. Quizá el precio está un poco por encima de la oferta. En estos momentos, Barcelona cuenta con bastantes locales capaces de dar mejor de comer por ese coste.
Se nutre de clientela de la zona, profesionales, de cuyas conversaciones es fácil enterarse cuando el local se llena porque las mesas están muy próximas.