El Tramonti es un local muy frecuentado por gentes que trabajan por los alrededores de la Diagonal que va de Ganduxer a Francesc Macià, o sea oficinistas de buen nivel, ejecutivos y muchas ejecutivas: es uno de los restaurantes de Barcelona donde es más habitual encontrar mujeres compartiendo mesa; hay algo en el ambiente, como antes pasaba con las granjas y ciertas cafeterías, que lo hace más acogedor para nosotras. Sus paredes están literalmente forradas con litografías, grabados y pinturas, muchas dedicadas a Franco, el cocinero y propietario; las sillas son de aquellas blancas de hierro, típicas de terraza, con la espalda alta, bracero y cojines cómodos; dispuestas para una buena sobremesa. Una mezcla del ambiente cálido del interior de un hogar del norte de Italia y una estancia al aire libre más propia de Roma o Nápoles.
En los treinta años que los hermanos Lombardo –Giuliano es el maitre- llevan al frente de Tramonti han trabado una buena relación con el mundo cultural de la ciudad, como se ve en las paredes del restaurante y en la carta, cuyas cubiertas reproducen una litografía de Antoni Tàpies con motivo del 25 aniversario del establecimiento, y también entre la clientela. Joan Manuel Serrat y su esposa son clientes habituales, muy aficionados a la trufa de Alba, una de las especialidades de la casa. Al cantante le une una buena amistad con Franco, con el que ha viajado en alguna ocasión a Spezia, el país de origen del cocinero italiano y de donde se ha traído unas originales combinaciones de pasta con carne –incluida la caza- y pescado.
A Franco es fácil verle en la puerta del restaurante. Es inconfundible: su vestimenta es única, con colores y dibujos de combinación imposible; y además suele llevar gorras llamativas. Hombre de palabra rápida y tono elevado, ataviado como va, es fácil equivocarse con él. No está loco, ni de lejos. Es un viejo navegante, con los brazos cubiertos de tatuajes, de aquellos que se hacían cuando no se llamaban tattoos y con los que el viajero quería grabarse algo en la piel para que no se le olvidara. Un día recaló en Barcelona, como podría haberlo hecho en Shanghai o San Francisco. Lo único que tenía claro es que no sería en Italia, adonde curiosamente viaja con muchísima frecuencia y de la que se ha convertido en el mejor embajador gastronómico en Barcelona.
Su restaurante es muy agradable, con una carta organizada como las típicas trattorias italianas: antipasti, paste, risotti, pesce, carne, formaggi… Además de la afición a la trufa, Tramonti presenta algunas especialidades muy curiosas, como la pasta (parpadelle) con liebre, y hace como nadie el sencillo y genial espaghetti aglio, olio e peperoncino.