Reno fue durante más de tres décadas el restaurante del mundo de los negocios de Barcelona. Por allí desfiló lo más granado de la ciudad y de sus ilustres visitantes, desde empresarios a políticos, pasando por la gente del arte con posibles. Por la razón que fuera, el local no supo adaptarse a los nuevos tiempos y terminó en manos del grupo Paradís, que abrió una nueva etapa –breve- en la que trató de rentabilizar el prestigio acumulado, aunque adaptando su oferta a un público igualmente refinado y dispuesto a gastar menos por una comida. Aquello no funcionó. El grupo Olivé –Barceloneta, L’Olivé, Paco Meralgo- se hizo entonces con el local, en el que invirtió dos millones y medio en ponerlo a punto e iniciar un camino que otros estaban explorando en esos momentos, mediados del 2008. Vuelta a los orígenes de la cocina catalana, pero con los tratamientos de la época y la incorporación de los productos más de moda.
Y la verdad es que no les ha salido mal la apuesta. Aprovechando todo el espacio disponible, casi 700 metros, puede dar de comer a más de 120 personas a la vez, distribuidas en distintos salones, incluidas salas reservadas para grupos. Distintos ambientes, desde la mesa corrida de madera rústica donde los comensales comparten espacio con desconocidos, a mesas normales y corrientes; barra delante de la enorme cocina; preciosa y espectacular cava de vinos a la vista, como el cuarto frío. Se nota que ha intervenido gente con gusto y presupuesto.
Por eso, y a pesar de que ya no es aquel mítico establecimiento de los años 60 y 70, es fácil encontrar a empresarios y profesionales en almuerzos de trabajo. En sus salones he visto a Juan Echevarría Puig, expresidente de FECSA y exsuegro de Joan Laporta; a Jorge Lasheras, que despachaba allí reuniones de trabajo cuando estaba al frente de Yamaha España; a Rafael Ortiz, el primer espada de derecho laboral de Garrigues en Catalunya. Recuerdo haberme encontrado un domingo a Isidre Gironés, el propietario de Ca l’Isidre, con su esposa, probando las especialidades de la casa al poco de su reinauguración.
La carta, a pesar de incluir platos de la sobriedad de las tripas de bacalao con garbanzos y la mayoría de los que componen el repertorio clásico de la cocina autóctona, permite comer perfectamente de tapas acompañadas de cerveza bien tirada. La oferta de vinos es muy completa.