Banderas para tapar a una generación sin techo
En lugar de impulsar un plan nacional de construcción de vivienda asequible o incentivar el alquiler social, el Gobierno prefiere ofrecer un teléfono de atención ciudadana
Tenemos un Gobierno rodeado de casos de corrupción, un presidente a la fuga y una colección de ministros sin presupuestos, incapaz de resolver los problemas que de verdad preocupan a los españoles. La combinación es perfecta para que el populismo eche raíces, como ya las echó en aquello que se llamó el 15-M. Entonces los jóvenes gritaban “no nos representan”, lo que permitió la llegada al Gobierno de una izquierda que, al final, ha acabado representándose a sí misma y a sus intereses. Por eso, los jóvenes de ahora están igual o peor que aquellos de 2011, y por eso nadie debe sorprenderse si su respuesta es igual de contundente, pero en sentido opuesto: de Podemos a VOX sin solución de continuidad.
Hablamos de la falta de seguridad, del paro juvenil y de la carencia de vivienda como principales —que no únicos— motivos de frustración. Porque lo que para generaciones anteriores era una meta alcanzable —comprar un piso, independizarse, construir un proyecto vital— hoy se ha convertido en un horizonte casi imposible para miles de jóvenes. Los precios se disparan, el alquiler es inasumible y los sueldos apenas alcanzan para sobrevivir. En este contexto, el Gobierno de Pedro Sánchez no solo ha fracasado en ofrecer una respuesta eficaz, sino que parece haber optado por una política de gestos vacíos y medidas simbólicas que, lejos de aliviar el problema, lo agravan.
Su última “gran medida” ha sido anunciar un número de teléfono para asesorar a quienes buscan vivienda. Una idea que, por sí sola, simboliza el grado de desconexión de la clase política con la realidad de los jóvenes. En lugar de impulsar un plan nacional de construcción de vivienda asequible o incentivar el alquiler social, el Gobierno prefiere ofrecer un teléfono de atención ciudadana. No es de extrañar que muchos jóvenes interpreten este gesto como una burla más. Lo hemos comentado otras veces: tenemos un Gobierno que sobrevive gracias al postureo y la propaganda más burda, transmitidos sin pudor por la legión de medios afines que vive de sus subvenciones.
La dura realidad es que España tiene una de las edades medias de emancipación más altas de Europa: casi 30 años, frente a los 26 de media en la UE. En países como Alemania, Francia o los Países Bajos, los jóvenes se independizan antes porque los salarios son más altos, el mercado de alquiler está regulado de forma realista y existe una política pública seria de vivienda social. En cambio, en nuestro país apenas un 2 % del parque inmobiliario se destina al alquiler público, mientras que en Austria, por ejemplo, supera el 20 % y en los Países Bajos roza el 30 %. Nosotros, sin embargo, llevamos décadas sin una política de vivienda real y, lo que es peor, tenemos un Gobierno que, ante la incapacidad de revertir esa tendencia, finge que el problema no va con él.
La izquierda institucional, la que nos gobierna, mantiene su discurso sobre “la justicia social” o “el acceso a la vivienda” como si gobernara una derecha despiadada que no tiene en cuenta a los más vulnerables. Sin embargo, cuando habla del salario de los pensionistas se pone rápidamente la medalla y saca pecho desde su atalaya del Consejo de Ministros. Es una política cortoplacista, centrada en conservar votos en lugar de construir futuro, preocupada por mantener contenta a la masa de pensionistas —consciente de su peso electoral—, pero que ignora a los jóvenes, que no tienen por costumbre votar de manera tan disciplinada.
«Es el río revuelto donde pescan los “Otegis” sin escrúpulos, que mezclan, sin pudor ni vergüenza, la situación de Gaza con sus intereses independentistas»
No es de extrañar que, con una política así, las encuestas empiecen a reflejar un fenómeno inquietante para la izquierda: el creciente apoyo de los jóvenes a VOX. La frustración y la decepción son tan grandes entre quienes tienen menos de 35 años que el discurso del miedo a la ultraderecha no tiene ninguna posibilidad de prosperar. Bien al contrario, el hartazgo y el desencanto generacional son tales que, cuando una necesidad básica y vital como el acceso a la vivienda se convierte en una quimera, el malestar se transforma en una fuerza política imprevisible.
El Gobierno, sin embargo, parece no querer verlo y sigue agitando en la calle las banderas de Palestina, como si con ellas pudiera tapar a toda una generación de españoles sin techo. Es el río revuelto donde pescan los “Otegis” sin escrúpulos, que mezclan, sin pudor ni vergüenza, la situación de Gaza con sus intereses independentistas. Tratan de desviar la atención con sus políticas de símbolos e identidad, porque, en el fondo, no quieren asumir que han fracasado en algo que hoy por hoy es el epicentro del descontento social: la vivienda y el futuro de los españoles más jóvenes.
Porque detrás de cada emancipación frustrada hay un proyecto de vida cancelado, una familia que retrasa su independencia, una economía que no crece y un país que envejece sin relevo generacional.