Erdogan: de presidente a sultán

El presidente de Turquía refuerza su poder tras el referéndum, y desafía a una Europa que demora la integración del país

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Aunque con un margen menor al esperado, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha ganado el referéndum para reformar la constitución de Turquía. Su ajustada victoria implica el fortalecimiento de su poder, porque el sistema parlamentario instaurado por Mustafa Kemal Atatürk –fundador de la república turca- será liquidado para dar paso a un sistema presidencialista.

En los hechos, Erdogan estará más cerca de los sultanes que habitaban el palacio de Topkapi en Estambul que de sus antecesores residentes en Ankara.

Qué implican las reformas

Con esta reforma, el primer mandatario es a la vez jefe de Estado y de Gobierno, similar al sistema que se aplica en Estados Unidos y en casi toda América. Además, Erdogan tendrá la posibilidad de gobernar hasta 2029, dado que la nueva constitución no será válida hasta los próximos comicios en 2019 y podría optar a dos mandatos.

El futuro presidente de Turquía será jefe de Gobierno y de Estado

El presidente podrá designar y destituir a altos cargos sin necesidad del visto bueno parlamentario, y tendrá la potestad de emitir decretos con fuerza de ley sobre cuestiones sociales, económicas e incluso políticas.

En tren de designaciones, también tendrá en su mano el control del poder judicial, porque podrá nombrar a más integrantes del Alto Consejo de Jueces y Fiscales, el órgano que regula la profesión judicial en el país y asigna los puestos, y del Tribunal Constitucional, encargado de interpretar la Carta Magna y juzgar los delitos cometidos por altos cargos.

Erdogan cierra el círculo trazado hace 10 años

Desde que Erdogan llegó al poder en 2003 de la mano del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) siempre tuvo en mente cambiar el sistema de gobierno por el presidencialista. Estuvo cerca de lograrlo en 2015, pero no logró la mayoría suficiente.

Erdogan también podrá designar a los miembros del órgano que regula el poder judicial

El golpe de Estado de julio del año pasado le ha servido para reimpulsar su ambición de poder. Tras la fallida intentona Erdogan proclamó el estado de emergencia, argumento que utilizó para emprender una fuerte represión que ha llevado a la detención de más de 76.500 personas, desde políticos y militares hasta simples empleados de la administración pública.

Tras estar nueve meses gobernando con mano de hierro, este referéndum no hace más que poner sobre la constitución el sistema personalista que ha estado llevando a cabo en este período.

La UE toma distancia

Turquía inició los contactos para sumarse a la Unión Europea en 1987, y en 2004 adquirió el estatus de país candidato, casi en simultáneo con Croacia. Este país ya pertenece al club europeo, pero Turquía sigue esperando.

La UE le ha dado largas, temerosa del desequilibrio que podría implicar la entrada de un país con casi 75 millones de habitantes y un alto porcentaje de población musulmana. Las violaciones a los derechos humanos, tanto a opositores como a la minoría kurda; así como la intención de Erdogan de reinstaurar la pena de muerte, han dañado más la convivencia.

Erdogan ha chocado con Alemania y Holanda en la campaña del referéndum

Varios países con abundante población turca, como Alemania y Holanda, se negaron a que los políticos del partido de Erdogan hagan campaña en sus territorios, lo que llevó al presidente a descalificar a sus pares europeos de recurrir a “practicas nazis”.

Este distanciamiento ha servido para que el AKP tome al referéndum como un desafío para medir el poder de Turquía frente a la UE, bajo la dicotomía del “ellos o nosotros”. Es un resurgimiento del nacionalismo turco frente al desdén que, según el partido de Erdogan, ha mostrado Bruselas.

Turquía es un miembro clave de la OTAN y si bien Ankara ha apoyado los bombardeos de Donald Trump a Siria, Erdogan ha bajado la tensión y se muestra más amistoso que nunca con Vladimir Putin, que más bien parece un juego de seducción para recordarle a EEUU que su presencia es vital para evitar que Rusia gane más influencia en Asia central.

Una economía en turbulencias

A pesar de las fricciones de la campaña, Turquía necesita fortalecer el intercambio comercial con la UE, sobre todo con Alemania, uno de sus principales socios. Después de la economía rusa, la turca es la segunda más importante de la región, y aventaja por más del doble a su vecina Irán.

En los últimos ocho años su PIB siempre ha crecido, aunque el ritmo se ralentiza. Del 11,1% que ha logrado en 2011 la economía turca ha disminuido su marcha, hasta llegar en el 2016 con un incremento del 3,3%.

Una de las causas ha sido la caída del sector turístico, una importante fuente de ingresos para su economía: el 4,5% de su PIB depende de este sector. Los atentados del año pasado, que han dejado un total de 300 muertos, han espantado a los visitantes. Sólo en Estambul, el turismo cayó un 25% en el 2016, mientras que la presencia de cruceros ha disminuido un 65%.

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