Rivera sacude Ciudadanos con otro golpe de mano en Barcelona

El líder de Ciudadanos mantiene fijo su nuevo rumbo y hace oídos sordos a sus críticos, el último, el ex primer ministro francés Manuel Valls

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Dos frases resumen la convulsa y breve relación entre Manuel Valls y Albert Rivera, nacida como romance hace año y medio y que, como tantos amores al primer mordisco, ha acabado como el rosario de la aurora. “Un alcalde como el señor Valls sería mucho mejor que una alcaldesa como Colau” es la primera de ellas. La segunda, también referida a él, advierte que “se equivocaría si siguiera ignorando a Ciudadanos. Se equivocaría, y gravemente, si no luchara por liderarlo”.

La primera es del propio Rivera, que certificaba así en abril del año pasado que había  ofrecido a Valls encabezar la lista del partido naranja en Barcelona. La segunda es de uno de los padres fundadores de Cs y antiguos padrinos de Rivera, Arcadi Espada, que el domingo culminaba su proceso de distanciamiento del líder del partido naranja en un artículo en El Mundo en el que abogaba por el ex primer ministro francés como su sustituto al frente del partido naranja.

La pulla de Espada a su antiguo protegido se publicaba al día siguiente de que Valls avalara con su voto y el de los dos otros concejales de su candidatura que no pertenecen a Cs la reelección de Ada Colau como alcaldesa, para evitar así que fuera investido Ernest Maragall (ERC) y Barcelona tuviera un alcalde independentista. Y el día antes de que la ejecutiva del partido certificara una ruptura que hace semanas que todo el mundo sabía que ya era solo cuestión de tiempo.

El portazo a Valls supone otro golpe en la mesa de Rivera frente a sus críticos, dos semanas después de haber conseguido un aval unánime de la dirección a una estrategia de pactos basada en negar el pan y la sal al PSOE y en seguir explorando la vía andaluza, esa por la cual, si no basta con un acuerdo con el PP, no se hace ascos a sumar también apoyos de Vox, pero siempre y cuando sean los de Pablo Casado los que asuman las negociaciones con los de Santiago Abascal.

Al fin y al cabo, la historia de la rápida degradación del entendimiento entre Rivera y Valls es la misma del distanciamiento que el primero ha practicado respecto de los que fueron los impulsores iniciales de Cs, que no en vano en muchos casos provenían de un socialismo catalán desencantado con las concesiones del PSC a ERC en la época del tripartito de Pasqual Maragall. Rivera, o así al menos entienden sus críticos, ha acabado supeditando aquella vocación de parar los pies al nacionalismo con la que nació el partido naranja a la voluntad prioritaria de reemplazar al PP como alternativa de gobierno al PSOE y partido de referencia de la derecha española.

Valls, un aliado incómodo

Valls, que empezó a dejarse ver en actos constitucionalistas a finales de 2017, llegó a participar en un acto de la campaña de Cs de las catalanas del 21-D. A finales de abril de 2018, el ex primer ministro francés confirmó en una entrevista en TVE que estaba estudiando una oferta de Cs para concurrir a las municipales en Barcelona, y desde entonces, Rivera lo vendió como un inminente fichaje. Ahí vino el primer encontronazo, porque esa forma de presentarlo chocó con las intenciones de Valls, que pretendía formar un movimiento a la manera de la plataforma de Macron en Francia, y que luego optó por relegar a Cs cuando finalmente presentó su candidatura.

Pero cuando realmente la distancia se hizo crítica fue cuando Valls detectó los titubeos a la hora de establecer un cordón sanitario con Vox que él siempre ha considerado imprescindible. Valls acabó acudiendo a la manifestación de Colón a contrapie, pero ha seguido insistiendo en la necesidad de no dar ni agua a los de Abascal y lanzando advertencias en ese sentido a Rivera, con el que lleva meses sin reunirse y que la semana pasada también encajó un toque de Macron por sus concesiones a la ultraderecha.

Pero Rivera ha hecho oídos sordos a todos. A Valls, a Macron, a los sectores más centristas de su partido, encabezados por Luis Garicano –que acabó suscribiendo la política de pactos– y a sus viejos avaladores. No solo Espada, que ya le reprochó haber dejado fuera de las listas al 26-M a la hasta entonces eurodiputada Teresa Giménez Barbat. También Francesc de Carreras, que fue profesor de Rivera,  y cuyo antiguo ascendente sobre el líder de Cs se ha esfumado. La semana pasada, De Carreras le pedía que se replanteara facilitar la investidura a Pedro Sánchez en un duro artículo en El País en que se lamentaba del giro de Cs y del de su antiguo pupilo: “No entiendo que ahora nos falles, Albert, que nos falle Cs, que el joven maduro y responsable se haya convertido en un adolescente caprichoso”, escribía.

Pero, pese a que arrecian las críticas, Rivera mantiene su rumbo fijo. Por lo que respecta a la investidura, a los acuerdos preferentes con el PP –incluso con Vox de muleta– y a Valls, el divorcio con el cual lo anunciaba la portavoz nacional de Cs, Inés Arrimadas ni 24 horas después de haber negado la mayor y haber insistido –como también hizo el mismo domingo el portavoz de la formación naranja en el Parlament, Carlos Carrizosa– en que seguiriían de la mano de Valls para fiscalizar a Colau. Avalada de forma vehemente por el diputado Juan Carlos Girauta, que se pasó el fin de semana renegando en las redes del aval de Valls a Colau, y recibida este lunes sin una sola crítica pública de ningún dirigente del partido, la abrupta ruptura con el Pepito Grillo en que se había convertido Valls es la última demostración de fuerza de un Rivera que no está por  la labor de permitir que nadie le tosa.

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