‘Expresionismo alemán’ o cómo el barón Thyssen hizo política del coleccionismo

En un personalísimo ajuste de cuentas con el nazismo, el barón Thyssen contribuyó a redimir a toda una generación de artistas

El sueño, Franz Marc, 1912. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El sueño, Franz Marc, 1912. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Desde el ascenso al poder de Hitler, el régimen nacionalsocialista libró su propia batalla con el mundo del arte. Como parte de su depuración artística, organizó exposiciones en las que señalaba y denigraba obras y artistas, especialmente expresionistas alemanes, entre ellas Entartete Kunst (Arte degenerado), que desde Múnich recorrió varias ciudades del país a partir de 1937 con obras como Metrópolis, de George Grosz, sobre la que afirmaba “Arte como herramienta de propaganda marxista contra el servicio militar”.

Hoy esta pintura forma parte de la colección Thyssen, y es uno de los mayores ejemplos de cómo el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza se adentró en el coleccionismo rompiendo con la tradición familiar y saldando, a su manera, cuentas con el nazismo, adquiriendo obras de aquellos artistas denigrados por los nazis y contribuyendo a devolverles la dignidad ante el público alemán.

Junto a otras 80 piezas, el cuadro forma parte de la colección Expresionismo alemán en la colección del Barón Thyssen-Bornemisza que podrá verse en el madrileño Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el próximo 14 de marzo y que forma parte de la celebración del centenario del nacimiento del barón, el año que viene.

‘Expresionismo alemán’

El de Grosz, sin embargo, no fue el primer cuadro de un expresionista alemán que el barón adquirió sino Joven pareja, un lienzo de Emil Nolde pintado entre 19331-1935 y del que, según contaba “Me llamó inmediatamente la atención su audaz gama de colores y la atmósfera tan particular que emanaba de ella”.

Joven pareja, 1931-1935. Emil Nolde. Foto: Museo Nacional Thyssen Bornemisza.
Joven pareja, 1931-1935, de Emil Nolde. Foto: Museo Nacional Thyssen Bornemisza.

Era mayo de 1961 y aquella compra iniciaba un cambio de rumbo radical en el coleccionismo de la saga Thyssen. Si durante el periodo de entreguerras su padre, Heinrich Thyssen, había reunido una extraordinaria colección de maestros antiguos, entre los años setenta y noventa del pasado siglo él desarrolló una intensa actividad coleccionista de los principales movimientos artísticos del siglo XX, entre los que el expresionismo ocuparía un lugar primordial.

Así, según explicó durante la presentación de la muestra el director de la pinacoteca, Guillermo Sotos, esta exposición es “un doble ensayo, ya que por un lado reconstruye la colección original del barón y por otro ofrece una imagen más nítida sobre sus primeras decisiones como coleccionista de arte”.

Comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del museo, la muestra se articula en torno a tres conceptos: el proceso de creación de las pinturas, su temprana recepción por parte de la crítica y el público, hasta su denigración por el régimen nazi y su ulterior rehabilitación en la posguerra, y por último, la relación del barón con sus marchantes y los proyectos expositivos que organizó para difundir su colección en el contexto internacional.

«Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza no quería ser un magnate conservador como su padre, sino tener un perfil absolutamente moderno”

Guillermo Sotos

Un estilo propio en el coleccionismo

“Mi padre me había inculcado que el arte moderno, para él, cualquier cosa después del siglo XVIII, era una basura y mientras él estaba vivo me impidió comprarlo”, dijo el barón en una entrevista con el New York Times en los noventa.

Fränzi ante una silla tallada, 1910, Ernst Ludwig Kirchner. Foto: Museo Nacional Thyssen Bornemisza.
Fränzi ante una silla tallada, 1910, Ernst Ludwig Kirchner. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Pero las pinceladas expresivas, los colores antinaturales y los contrastes de los expresionistas atrajeron de inmediato la mirada del barón Thyssen. A la primera obra de Emil Nolde le siguieron otros de Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee, Vasily Kandinsky o Erich Heckel, que compartían una forma de entender el arte que partía de la visión interior del artista y sustituía la imitación de la realidad por la invención de una realidad nueva.

Así, la colección que el barón vendió a España en 1993 -un total de 775 cuadros por más de 300 millones de dólares- tenía poco que ver con la que heredó de su padre. Si éste coleccionó exclusivamente arte antiguo, en muchos casos procedente de las grandes fortunas hundidas en el crack del 29, él pasará a la historia como uno de los mejores coleccionistas de arte del siglo XX. No quería ser “un magnate conservador” como su padre, sino tener un perfil “absolutamente moderno”, en palabras de Solana.

Obras como Metrópolis de Grosz, Nubes de verano de Nolde y Retrato de Siddi Heckel de Erich Heckel, denigradas por el régimen nazi, fueron años después adquiridas por el barón Thyssen

Ajuste de cuentas con el nazismo

Pero si los expresionistas sedujeron al barón Thyssen por su colorido y por su fuerza expresiva, también lo hicieron por razones políticas. “El coleccionismo era para él una forma de recuperar la memoria de un cuadro, una manera de salvarlo del peligro del olvido”, explica la comisaria de la muestra.

Metrópolis, George Grosz. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Metrópolis, 1916-1917, George Grosz. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

“El hecho de que estos artistas habían sido oprimidos por el régimen nacionalsocialista y arte etiquetado oficialmente como degenerado fue para mí un aliciente adicional para coleccionarlos” declaró el barón.

Como Metrópolis, obras como Nubes de verano de Nolde y Retrato de Siddi Heckel de Erich Heckel, incautadas y vendidas por el régimen nazi para conseguir fondos para la guerra, fueron años después adquiridas por el barón Thyssen y hoy forman parte de la exposición. Solo a través de un marchante, Roman Norbert Ketterer, que además era albacea de Kirchner, el barón compró una treintena de pinturas. También tuvo relación con también tuvo relación con otros galeristas como Leonard Hutton, quien le vendió El sueño (1912), de Franz Marc.

Hans Heinrich comenzó a adquirir obras de los expresionistas justo en los inicios de su revalorización, cuando los museos alemanes volvían a realizar exposiciones y a darles difusión por lo que, en parte, su actividad coleccionista también contribuyó a su rehabilitación.

Con obras del propio museo, de su viuda, Tita Cervera, y sus hijos Francesca y Alexander, y algunos cuadros nunca expuestos en España, la muestra recuerda una similar que el barón organizó en su residencia de Villa Favorita en Suiza, que luego viajaría por Estados Unidos.

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