Playas esmeraldas, historias de corsarios y aromas de galette en Alta Bretaña

De Rennes a Saint Lunaire, descubrimos pequeños y grandes tesoros de Bretaña, uno de los enclaves más hermosos que se pueden soñar

Saint Malo es una de las maravillas ede Bretaña. Foto: Teddy Verneuil | Lezbroz.

Rennes no es solo la capital de Bretaña sino también la entrada a ese mundo de playas esplendorosas que aparecen y desaparecen con las mareas, de historias de reyes, corsarios y piratas y también de deliciosas galletas de mantequilla, crepes y sidra.

Empecemos con un paseo por la ciudad universitaria de Rennes. Nuestro guía Pablo, un hombre joven y simpático que se mueve como tantos en bicicleta, habla de Rennes como una urbe alegre, llena de estudiantes, de restaurantes, de tiendas golosas, de vida en otras palabras.

Recalca su importancia en la puesta en escena del rock francés. De hecho lleva celebrando desde 1979 el festival Transmusicales creado por los amantes de la música, Beatrice Mace y Jean Luis Brossard, y enfocado en el descubrimiento de nuevas bandas; muchas de ellas comenzaron en el legendario Bistro de la Cité.

Las fachadas de entramado de madera de Rennes. Foto: Teddy Verneuil.

Cuenta Pablo que en Rennes, especialmente en la famosa Rué de la Soif (calle de la sed),llamada así por tener un bar cada 7 metros, y en la plaza de Saint Anne donde desemboca, se pueden encontrar muchos locales con música en vivo, ya sea rock, reggae, punk o la nueva tendencia de música celta.

Plazas no le faltan a la capital bretona. La de la República presume del Palacio de Comercio que hoy alberga Correos y la Bolsa, la Plaza de Mairie es un punto crucial pues en ella están la Opera, el Ayuntamiento y un encantador y vintage carrusel. La plaza de Lices es conocida por su mercado al aire libre, mientras que la de Champ-Jacquet está considerada una de las más bellas por su conjunto de casas de entramado de madera.

Descubriendo a Isidore Odorico

Al recorrer Rennes un dulce aroma a crepes se aspira en el aire. Puede venir de los puestos que a la hora del almuerzo venden la característica galette –saucisse, una especie de crepe de trigo sarraceno, relleno de salchicha, o de alguno de los muchos restaurantes que hacen maravillas con la torta típica bretona.

Es típico de la ciudad de Rennes almorzar un galette-saucisse, o crepe de salchicha

Tal es el caso de la Creperie Saint Georges en la animada y medieval Rué Chapitre que ofrece crepes exquisitos tanto dulces como salados dentro de una casa de madera que, si entrañable por fuera, sorprende en su interior por la decoración escogida de los diferentes espacios que le componen.

Rennes está plagado de motivos art dèco. Foto: Norbert Lambart | Region Bretagne.

Pablo nos lleva a varias tiendas, en este caso particular el objeto no es enseñarnos lo que venden sino el suelo o la pared del comercio que responden al famoso artista de mosaicos art dèco, Isidore Odorico, cuya huella se encuentra a cada paso de la ciudad.

Una de sus obras más importantes es la piscina municipal de Saint George, en cuyo interior se observan mosaicos de Odorico dedicados a ese mar tan cercano que se siente en Rennes.

Su casa en el barrio llamado La Pequeña California por su espíritu bohemio y artístico, al otro lado del río Vilaine que divide a Rennes, es un grato ejemplo de su arte, especialmente en el mosaico maravilloso del cuarto de baño y en los suelos.

Made in Bretaña

Las tiendas se salpican por las callecitas de Rennes, muchas de ellas son de productos bretones, como La Trinitaine, que vende esas deliciosas galletas de mantequilla enlatadas con motivos de Bretaña.

Hablando de latas, en La Belle-Iloise no se quedan atrás y sus conservas de sardinas, caballa, atún, sopas y cremas son una autentica tentación.

No hay nada más bretón que la camiseta marinera de rayas que, si fue durante años el uniforme de los pescadores y luego de la marina francesa, saltó a la moda de la mano de Jean Paul Gaultier, que la convirtió en su prenda preferida y motivo del frasco de su primer perfume para hombre Le Male.

¿Hay algo más bretón que las camisetas de rayas? Foto: Saint James.

Coco Chanel contribuyó a ponerla de moda como atuendo chic de la costa y Brigitte Bardot la encumbró en el film de Jean–Luc Godard Contempt (1963).

Hoy, las tiendas de moda marineras se encuentran en toda Bretaña. Rennes se jacta de tener algunas de las más destacadas como son Breizh Club, con servicio de personalización de prendas, o Saint James. En ambas es fácil entrar y muy difícil salir sin haber sucumbido a aquel chaquetón azul marino, la camiseta de rayas o el sombrerito chic.

La camiseta de raya marinera la hizo famosa entre otros Brigitte Bardot en la película ‘Contempt’ dirigida Jean-Luc Godard

Siguiendo con el periplo de productos bretones hay que hacer hincapié en Ma Kibell, un adorable comercio de cosmética hecha de forma artesanal con hierbas y plantas procedentes de Bretaña.

El 80% de lo que ofrece el concept store Made in Frogs está hecho en Francia: decoración, comestibles o cosméticos, mientras que French Blossom está lleno de objetos increíbles, de esos que parece imposible que se les pueda ocurrir a nadie, ideales para un regalo exclusivo.

El Parlamento de Rennes situó a la ciudad en el mapa como capital administrativa de Bretaña.

En cuanto a sus iglesias, tiene varias dignas de mención, véase la de Santa Teresa, una obra maestra art dèco, la inacabada de Notre Dame de Bonne Nouvelle o la Basílica de San Salvador.

Catedral de San Pedro, en Rennes. Foto: Mick | Unsplash.

Su catedral de San Pedro, monumento histórico desde 2020, ofrece una interesante mezcla arquitectónica y su interior es espléndido. Para museos, Les Champs Libres, construido recientemente por Christian de Portzamparc, distinguido con el premio Pritzker, que engloba el Museo de Bretaña, el Espacio de las Ciencias y la Biblioteca de la Metrópoli.

Dormimos como niños en el Hôtel de Nemours, una antigua casona en la céntrica calle de Nemours cuyo acogedor interior está pensado al detalle en sus muebles, menaje, sabanas, toallas y todas las comodidades del s.iglo XXI.

Por siempre Dinan

Seguimos ruta hacia Saint Malo, Cabo Fréhel y otros pueblos de la Costa Esmeralda como Dinard, Saint Briec-sur-Mer y Saint Lunaire.

Pero antes de llegar al mar, hay que parar en Dinan y quedarse con la boca abierta. Las casas medievales del enclave que enamoró a la Duquesa Ana de Bretaña, que regaló a Dinan el reloj de su torre, se escurren colina abajo hacia al puerto fluvial del rio Rance.

La preciosa Dinan, en Bretaña. Foto: Thibault Poriel.

Lo mejor es subir al castillo, echar un vistazo a la Plaza de los Merceros y Cordeleros que como su nombre indica aún tiene coquetas mercerías. Para comer, Le 19, donde el chef Yohan Pouwels elabora cada día un menú distinto, bien con carne, pescado, siempre las hortalizas y frutas estacionales y también vegano.

El postre llega de la mano de Armelle. Al probar sus platos y postres la delicadeza y el buen hacer son un grato testimonio del amor que se ha puesto en ellos.

Las calles empinadas de Dinan están adornadas con casas de cuentos de hadas, jardines floridos y talleres encantadores

Manena Munar

Después de echar un vistazo a las atractivas tiendas y tomar el té en el jardín de Perle Pampille que también vende curiosos objetos de decoración, se empieza a bajar poco a poco por la calle Jerzual, en pie desde el siglo XIII, parando en las muchas galerías que la visten hasta llegar al puerto y mirar hacia arriba para echar un vistazo de uno de los pueblos más bellos de Bretaña.

Caminando por las aguas

Al llegar a Saint Malo, en la desembocadura del río Rance, la marea está baja, con lo que es posible caminar hasta los islotes que le rodean donde se sitúan los fuertes defensivos Petit Be, Grand Be e incluso hasta aquella isla que acoge la tumba del gran escritor François René Chateaubriand, cuyo ultimo deseo fue descansar a orillas de su mar.

Saint Malo se vive al ritmo de las mareas. Foto: Thibault Poriel.

Impresionante es ver desde la muralla que rodea Saint Malo de siete metros de espesor y dos kilómetros de largo, como el agua va subiendo. De hecho, en tiempos de corsarios y piratas a Saint Malo solo se podía acceder por barco.

Coralie, nuestra guía, está encargada de enseñarnos lo principal de Saint Malo y lo hace con verdadera pasión, hablando de los tiempos dorados de la ciudad cuando, entre los siglos XVI y XVIII, se llenó de corsarios-armadores al servicio del rey de Francia, pescadores de bacalao de Terranova, y también de piratas ¿cómo no?

También habla de aquel incendio que devastó la ciudad, prácticamente reconstruida y dice con picardía, señalando el Castillo, que es de los pocos lugares en Francia donde la bandera de Bretaña se alza sobre el tejado a más altura que la de Francia.

Una gruesa muralla rodea Saint Malo. Foto: Emmanuel Berthier.

El Hotel France et Chateaubriand ocupa su plaza homónima, y en la Rué de Orleans aún se siente el esplendor de las casas de los corsarios.

No hay que dejar de entrar en la catedral de Saint Vicent, monumento histórico nacional y sede de las tumbas de sus hijos Jacques Cartier y el famoso corsario al servicio del rey de Francia, René Dugay-Trouin, cuya escultura se alza en la Rué de Orleans.

Al salir por la puerta de Saint Vincent, la principal de la muralla coronada por el escudo de armas de Saint Malo, ya ha subido la marea. Es el momento de darse un buen baño en la playa de Bon Secours, observando al amurallado Saint Malo desde el mar.

Saint Malo y sus habitantes se mueven al ritmo de esas mareas que distan catorce metros entre pleamar y bajamar

Pero no se acaba la aventura bretona en Saint Malo, sino que va in crescendo al recorrer en bicicleta el Cabo de Fréhel, alfombrado por aliagas y brezo, llegar al fuerte de la Latte, escondido entre bosques y a orillas del mar, para hacer parada y fonda en el Hôtel Diane de la localidad Sables dór Les Pines.

Cabo Fréhel. Foto: Teddy Verneuil.

Si bien el hotel data del año 1925, nombre por otro lado de su restaurante Le 1925 donde cenar unas ostras de primera y demás delicadezas de su chef bretón Cedric Menguy, el hotel ha sido restaurado de forma más que acertada rememorando los años 20.

La Belle Epoque y el Festival de Cine Británico

Llegamos a Dinard donde lo primero que nos choca es la estatua de Alfred Hitchcock con dos cuervos posados en sus hombros, mirando la playa de Dinard. Preguntamos a un transeúnte que nos contesta con amabilidad “En Dinard se celebra cada otoño el Festival de Cine Británico y la estatua del gran director se levantó conmemorando su gran película, Los Pájaros”.

Las mansiones Belle Epoque se salpican alrededor del mar desde que en la época británica-francesa de los grandes armadores se levantaron y el pueblo costero se convirtió en un lugar de veraneo escogido.

Dinard. Foto: Teddy Verneuil.

Hoy, las galerías de arte y las tiendas singulares se suceden por sus señoriales calles. Y en la playa de l´Esclusa se yerguen amorosas sus simbólicas tiendas playeras de rayas azules y blancas.

Playas inspiradoras

El día siguiente recorremos con el coche una playa, otra y otra, a cada cual más bella, hasta llegar al Castillo Hotel Lenessay en Saint Briec-sur-Le Mer.

Allí, contemplamos el espectacular enclave de la playa del Béchet y sus casetas blancas de madera, sentados en el bar de cara al mar esmeralda con una copa de buen vino en la mano. Su chef, Thomas Estrader, nos recomienda su famoso y variado brunch.

La carta de vinos del Hotel Lenessay es excelente aunque cabe mencionar que la sidra de Bretaña es deliciosa y una de las bebidas más comunes.

La joya color esmeralda de Saint Lunaire.

Saint Briec-sur-Mer, un pueblo de pescadores al que se puede llegar desde Dinard andando los ocho kilómetros que bordean el mar, no es solo famoso por ese campanario del siglo XV a cuyo alrededor se sitúan sus casas.

También lo es porque fue motivo de inspiración para artistas de la categoría de Signac, Renoir, Nozal o Bernard que lo visitaron y dejaron constancia de su belleza en sus lienzos.

Y siguiendo con el Paseo de los antiguos Aduaneros, se llega a otra joyita de la Costa Esmeralda. A Saint Lunaire le viene el nombre de ese santo homónimo que en un día de niebla hundió la espada para cortarla y conformó el acantilado de su pueblo. El mejor sitio para verlo es sin duda la cruz que encabeza Point de Decolle.

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