Más allá del vino en la Milla de Oro del Ribera del Duero

Entre Peñafiel y Tudela de Duero (Valladolid), se elaboran algunos de los más prestigiosos vinos del país. Lo que quizás no todo el mundo sepa es que la zona ofrece un apetecible destino incluso al margen de lo enológico

De ir de picnic en bici a sobrevolar viñedos en globo, hay mil opciones para disfrutar de la Ribera del Duero.

La llaman la Milla de Oro del Ribera del Duero pero ocupa bastante más de los 1.600 metros de una milla. En realidad, son unos 40 kilómetros los que separan las localidades de Peñafiel y Tudela de Duero. Buscando analogías con otras millas de oro (fundamentalmente la neoyorquina Quinta Avenida, sede de las más apreciadas firmas del lujo mundial), quienes le otorgaron el sobrenombre a esta zona lo hicieron porque en ella se concentran las bodegas más conocidas de la D. O. Ribera del Duero, además de algunas bodegas de pago, que producen muchos de los mejores vinos del país.

Pero, ¿qué pasa si no te gusta el vino o, simplemente, te apetece vivir otras experiencias al margen de esta icónica bebida? Pues que en la Milla de Oro también hay otras alternativas. Para todos los gustos y edades.

Un picnic sobre ruedas

Son opciones, además, muchas veces organizadas por las propias bodegas. Un buen ejemplo son los picnic sobre ruedas que propone Finca Villa Villacreces. La responsable de elaborar Pruno, “el mejor vino español de la historia por menos de 20 dólares”, según el gurú de la enología mundial Robert Parker, está rodeada por una escenográfica hacienda vinícola, flanqueada por el sinuoso cauce del río Duero.

Enoturismo sobre dos ruedas en Finca Villacreces.

Pues bien, entre sus viñedos, el bosque de la finca y el entorno ribereño se puede circular en comodísimas bicicletas eléctricas a lo largo de una ruta guiada de algo más de cinco kilómetros de longitud.

El paseo se culmina con un picnic al aire libre (siempre que haga buen tiempo, claro), mantita y cesta incluidas, con tres opciones: productos de kilómetro 0, menú vegano y para amantes del queso. Por supuesto, también con una botella de Pruno que se puede tomar (o no) in situ.

La recompensa del paseo en bici es un picnic entre viñedos. Foto: Finca Villacreces.

Ribera del Duero en globo

Algo más aventurera es la propuesta de la empresa Vallaglobo, que permite contemplar la Milla de Oro a vista de pájaro, sobrevolando los viñedos, el río Duero, los campos y montes que los rodean, uno de los paisajes rurales más impactantes del país, sin duda.

La experiencia comienza antes del amanecer, para aprovechar las corrientes térmicas que se producen en ese momento. Una vez despega el globo con su barquilla el espectáculo resulta indescriptible. Sobre todo en ese momento en que empieza a despuntar el sol por el amplio horizonte castellano.

No menos impactante es contemplar la sombra del globo (con una capacidad para unas diez personas) proyectada en los viñedos, como abriéndose paso entre las perfectas líneas geométricas, o en los tejados de bodegas que forman parte de la legendaria de la viticultura nacional, como Vega Sicilia, Emilio Moro, Tinto Pesquera, Matarromera o la moderna Emina.

Volando sobre viñedos y pinares en la Ribera del Duero. Foto: Vallaglobo.

Aunque para subir y bajar del globo se requiera de una cierta agilidad, lo cierto es que es una actividad para todo tipo de públicos. Los controles son muy estrictos y solo se vuela cuando las condiciones climáticas (velocidad del viento, temperatura del aire, humedad …) permiten hacerlo con total seguridad.

Por cierto, la suavidad de los movimientos del globo y la altura de la barquilla favorecen que no exista sensación de vértigo. Y, desde luego, es una actividad evocadora y muy relajante.

Relax en un circuito termal

Quien busque una forma algo más convencional de relajación tiene la opción de mimarse en el gran circuito termal del Hotel Castilla Termal Monasterio de Valbuena.

Las aguas que nutren este moderno centro se recogen a 300 metros de profundidad y, aunque no son de tipo mineromedicinal (por eso esto es un centro termal y no un balneario) lo cierto es que sumergidos en ellas, disfrutando de los chorros y las camas de hidromasaje, es bien fácil perder la noción del tiempo. También en las cabinas individuales para tratamientos de belleza y masajes.

Foto: Monasterio de Valbuena.

Tanto el centro termal como el alojamiento están anejos al antiguo Monasterio de Vabuena, construido a partir del siglo XII para los mojes del Císter. Luego, con el tiempo, este centro religioso vivió numerosas ampliaciones y modificaciones, que lo han convertido en un auténtico catálogo de arte e historia.

Quizás, por ese motivo, la Fundación Las Edades del Hombre lo eligió como sede hace décadas, trabajando en la recuperación del rico patrimonio del lugar, hasta el punto de que hoy es uno de los monasterios (con su iglesia parroquial) mejor conservados del país.

El paseo por el claustro, compartido por la fundación y el hotel, permite paladear los atractivos del silencio meditativo. Tampoco habría que perderse la contemplación de los frescos que se conservan en la Capilla de San Pedro, con sus vivos colores y una factura algo naïf pero realmente expresiva.

Claustro del Monasterio de Valbuena.

En cuanto a la arquitectura del hotel, como tal, incluso en los espacios más nuevos, ha mantenido el uso de la piedra y la madera como elementos arquitectónicos definitorios. Un estilo que también caracteriza a las 79 habitaciones (32 de ellas suites), muchas de ellas con vistas a los campos circundantes, a la vega del río Duero y a las instalaciones monásticas.

Un paseo gastro por la Milla de Oro

Hay también aquí un agradable restaurante, ideal para degustar lo mejor de la gastronomía castellana tradicional, aunque interpretada. Por ejemplo, su versión del lechazo asado, que aquí se cocina a baja temperatura y se presenta en la mesa completamente deshuesado.

El elemento gastronómico es, sin duda, uno de los grandes reclamos de la Milla de Oro vallisoletana. De hecho, aquí se produce un “fenómeno” realmente particular en el panorama vitivinícola del país: tres restaurantes reconocidos con estrella Michelin en tres bodegas separadas por muy escasos kilómetros.

Sala con vistas al castillo de Peñafiel. Foto: Ambivium.

Se trata de Ambivium, en Bodega Pago de Carraovejas (Peñafiel); Taller Arzuaga, en Bodegas Arzuaga (Quintanilla de Onésimo); y El Refectorio, en Abadía Retuerta LeDomaine (Retuerta).

Difícil decantarse por uno de ellos: desde luego lo ideal sería (quien pueda permitírselo, claro) probar los tres y luego sacar conclusiones propias. Al fin y al cabo, en sus cartas hay platos para todos los gustos y tipos de comensales.

Las mesas más exclusivas

Ambivium, por ejemplo, da un protagonismo principal al vino. De hecho, sus cartas (Armonías) se modifican constantemente en función de la entrada en bodega de nuevas referencias nacionales e internaciones (hay más de 3.000 etiquetas diferentes). Pero, incluso sin tomar vino, el espectáculo sensorial está garantizado.

Aquí la creatividad parece no tener límites: todo el equipo de cocina y sala, con una formación multidisciplinar, trabaja de una forma casi mancomunada bajo la dirección de David Robledo y de Cristóbal Muñoz, éste como jefe de cocina.

Chuletillas de lechal. Foto: Taller de Arzuaga.

Por su parte, Taller Arzuaga apuesta por una curiosa fusión entre la cocina castellana y la peruana a partir de productos locales. Tanto que muchos de ellos se crían y/o elaboran en la propia finca de la bodega.

La integración de este restaurante, comandado por el chef Víctor Gutiérrez, con su entorno vinícola y empresarial siempre depara alguna sorpresa. Incluso la conocida diseñadora Amaya Arzuaga, uno de los miembros más destacados de la familia propietaria, atiende de vez en cuando a los comensales.

En cuanto a El Refectorio, el sobrio (solo en apariencia) restaurante gourmet de Abadía Retuerta LeDomaine, es la excusa perfecta para que el chef Marc Segarra derroche toda su creatividad, que es mucha e impactante, pero sin perder nunca de vista la tierra donde se encuentra.

Como vemos, hay bastantes opciones para sacarle el máximo partido a esta Milla de Oro vallisoletana. Una zona que, por cierto, se puede disfrutar en cualquier época del año: te guste o no el vino.

a.
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