La Costa Bermeja: relax con estilo francés a pasos de la frontera

Banyuls-sur-mer, Colliure y Port-Vendres combinan la cultura francesa con la herencia catalana. Y con el Mediterráneo como telón de fondo

El campanario, la postal más famosa de Colliure. Foto Fabien – Pixabay

El litoral de los Pirineos Orientales, en la región francesa de Occitania, con sus 60 kilómetros no es muy diferente a la Costa Brava que se extiende del otro lado de los Pirineos: calas, aguas claras y pueblos de pescadores con su iglesia y residencias que presumen de elegancia; un paisaje que cuanto más se asciende al norte va cambiando por playas de arena, humedales y lagunas.

Entre la Costa Radiante septentrional y la Costa Bermeja meridional elegimos esta última, el sector que tiene como protagonistas a las localidades de Banysuls-sur-mer, Collioure y Port-Vendres; encantadores sitios que justifica una escapada del otro lado de la frontera.

Son sitios donde la lengua catalana resiste, más o menos, entre los pobladores y comercios, donde el rugby puede despertar más pasiones que el fútbol, en que la tramontana es asumida con desdén y que concentra una variada geografía de mar, montaña y llanura.

Para saber qué ver y hacer seguimos los pasos de la Guía Pirineos Orientales de Alhenamedia. Y ponemos el coche en marcha.

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Banyuls-sur-mer

En esta región los Pirineos se encuentran con el Mediterráneo. La abundancia de días de sol bautiza a Banyuls-sur-mer como ‘la luminosa’, un paraje rodeado de calas que son buscadas por los bañistas por su tranquilidad y por estar protegida de los vientos.

Además de conocer su pueblo con sus pendientes y escaleras el lugar merece una visita por ser la cuna de un vino dulce que, si es posible, hay que disfrutar mirando al mar. O en la bodega Terres des Templiers, que ofrece visitas guiadas a sus instalaciones

Por sus calles se pueden conocer la sencilla capilla de Notre-Dame de la Salette, que domina el paisaje

Rincones de Banyuls-sur-mer. Foto Jorge Franganillo – CC

En Banyuls-sur-mer, llamada ‘la luminosa’, los Pirineos se encuentra con el Mediterráneo

Uno de los atractivos de Banyuls es el Jardín Mediterráneo de Mas de la Serre, un parque de tres hectáreas con 500 especies de plantas, que se presentan en senderos y terrazas.

Este jardín forma parte del Biodiversarium, un acuario creado en 1885 que solo cuenta con especies marinas locales como los meros y las doradas, espacio que también funciona como centro de investigación de biología marina.

Pero si se trata de conocer la flora y fauna que se oculta bajo el mar por cuenta propia se puede ir a la playa de Peyrefite, donde está la Reserva Natural Marina de Cerbère-Banyuls, donde con el equipo de esnórquel se conocen cinco ecosistemas a través de un recorrido balizado, con el toque adicional de recibir explicaciones por audioguía.

La cuna de Maillol

El pueblo es la cuna del escultor Aristide Maillol, quien también transitó por la pintura y la tapicería.

A cuatro kilómetros del pueblo, en pleno valle de Roume se encuentra una casa rural que bautizó como la métairie (granja), que se convirtió en su lugar de retiro, donde además de crear le gustaba pasear por las montañas y cocinar.

Arte y relax en Banyuls-sur-mer. Foto Thierry Llansades | CC

Transformado en museo, allí se pueden ver 36 estatuas de bronce y terracota, así como objetos personales y fotografías del artista.

Colliure

Diez kilómetros al norte, tras seguir una carretera serpenteante de gran belleza, se llega a Colliure, sin duda la joya de la corona de la Costa Bermeja.

Seguramente al llegar hay una sensación de familiaridad. Es que su puerto y el centro histórico, con el famoso campanario con su reloj, ha sido retratado por artistas como Matisse y Derain.

Varias galerías de arte y ateliers heredan su espíritu bohemio, que se pueden visitar mientras se combina con la degustación de productos locales como las anchoas y los vinos autóctonos.

El castillo y la iglesia de Colliure. Foto Fabien – Pixabay

La presencia de esos dos pintores dio origen en 1905 al movimiento fauvista, corriente que se puede conocer en un museo y en un circuito de 20 paradas que presentan reproducciones de cuadros inspirados en la localidad.

Rincones históricos de Colliure

Colliure es un pueblo donde continuamente hay que subir y bajar, con sus casas con balcones llenos de flores, con el castillo que vigila las pequeñas playas y las coloridas barcas de pescadores encajadas entre las pequeñas piedras.

Ese castillo perteneció a los condes de Rosellón, luego a la Corona de Aragón hasta que en 1642 quedó en manos de los franceses; que en 1939 fue usado como centro de detención de los españoles que cruzaban la frontera huyendo del franquismo.

Colliure fue la cuna del movimiento fauvista que impulsaron Matisse y Derain, como se puede ver en el museo y en varios circuitos urbanos

En la visita hay que prestar atención a sus salas con bóvedas ojivales, la capilla y la muralla que parece desproporcionada a juzgar el tamaño del pueblo.

Calle de Colliure. Foto Guy Dugas – Pixabay

Ahí nomás está la iglesia de Notre-Dame des Anges, que parece querer lanzarse al mar, y cuyo campanario es el símbolo de Colliure. Y como es fácil adivinar, en un principio fue un faro.

Otro sitio histórico a tener en cuenta es el fuerte de Saint-Elme, ubicado en monte entre Colliure y Port-Vendres, del siglo XVI, actual centro de cultura medieval y de Renacimiento, rodeado de un jardín con plantas exóticas.

Port-Vendres

Tres kilómetros al sur, protegido por un acantilado donde está el Fuerte de la Mauresque, está Port-Vendres, el puerto pesquero más importante de los Pirineos Orientales, que turísticamente fue eclipsado por Colliure.

Dado que es el único puerto de aguas profundas del departamento es común ver grandes yates y cruceros atracados, y en la visita, hay que probar sus pescados en los restaurantes que están frente a la cala.

Port-Vendres vista desde un barco histórico. Foto Ludyxa – Pixabay

Rodeada de viñedos está la ensenada de Polilles, donde se encontraba la fábrica de dinamita de la familia Nobel (sí, el mismo del premio), ahora convertida en un museo.

Además de desconectar en sus tres playas rocosas también se puede visitar el taller de barcos que recuerdan cómo era la fabricación artesanal de las embarcaciones; uno de los tantos detalles que parecen detenidos en el tiempo en la Costa Bermeja.

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