Catalanes de sangre azul

Cuántos títulos nobiliarios hay en Catalunya, cómo viven y cuáles son sus privilegios

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Que los nobles catalanes sean noticia es algo inusual. No salen en los medios, pero existen. Unas 300 familias catalanas pertenecen a la aristocracia. “Algunas de ellas son de nobleza inmemorial, lo eran antes de 1311, fecha de la primera concesión de un privilegio nobiliario por parte de un soberano catalán, como los Despujol, Montcada, Montoliu, Sentmenat o Vilallonga”, señala el genealogista y heraldista Armand de Fluvià i Escorsa, autor del recientemente publicado Manual de Nobiliaria Catalana y del tercer volumen del Repertorio de grandezas, títulos y corporaciones nobiliarias de Cataluña, de próxima aparición.

Fluvià asegura que en Catalunya hay también otros títulos antiquísimos e importantísimos que están fuera del Principado: el Ducado de Cardona, Condado de Empuries, Marquesado de Pallars, Vizcondado de Rocabertí…

“La mayoría pertenecen ahora a la Casa de Medinaceli –dice Fluvià– porque durante la época de unificación de las coronas de Castilla y Aragón muchos castellanos hicieron el gran braguetazo casándose con pubillas catalanas». Además, señala, «lo que la gente no entiende es que se puede ser noble sin tener un título nobiliario, y hay personas con título que no son nobles”. 

Grandeza de España

En cualquier caso, los títulos nobiliarios hace ya mucho tiempo que no comportan ningún privilegio. El último, abolido en 1984, permitía a los Grandes de España, máxima dignidad en la nobleza española, obtener pasaporte diplomático. Hoy los Grandes de España, al margen de ser tratados de “excelentísimo señor”, la única prerrogativa que mantienen es la de ser considerados primos del rey, lo que implica tutearle y permanecer con la cabeza cubierta en su presencia.

Es un privilegio del que goza el Conde de Godó, Javier Godó y Muntañola, presidente del Grupo Godó y editor de La Vanguardia, a quién el Rey Juan Carlos I le otorgó, en el año 2008, la dignidad de Grande de España para unirla a su título.

También puede tutear al rey el aristócrata catalán Luís María de Gonzaga de Casanova, Duque de Santángelo y Grande de España, uno de los títulos más antiguos y de mayor rango de la Alta Nobleza Española. Casado con la archiduquesa Mónica de Habsburgo Lorena, el Duque de Santángelo, preside el Real Cuerpo de la Nobleza de Catalunya y tiene su residencia habitual en el Castillo de la Rápita (Lleida), desde donde dirige las explotaciones agrícolas de la familia.

Patrimonios muy costosos

Ser noble y vivir en un castillo es un clásico que apenas se da en Catalunya, ya que gestionar este patrimonio no es fácil. Carlos Montoliu, Barón de Albí, propietario del Castillo de Montsonís (Lleida) abre el suyo al turismo para costear su mantenimiento.

Francisco de Asís de Moxó, Marqués de Sant Morí, ha trasformado el Castillo de Sant Morí (Girona) en hotel, y su hermana, Inés Moxó, que vive en el Palau Moxó, en la Plaza de Sant Just de Barcelona, alquila para bodas y eventos esta propiedad señorial que pertenece a su linaje familiar desde hace más de 200 años. Vivir aquí tiene para ella un significado de continuidad y se siente satisfecha ante el reto de intentar mantener el legado de su familia.

Ser noble en el siglo XXI

“La nobleza es algo que se hereda y se lleva con toda naturalidad. No es bueno ni malo, depende del uso que le des. A mí me ha abierto puertas, pero también me ha cerrado otras, porque la gente te juzga de antemano, presuponiendo cosas que no son ciertas.” Lo dice Carmen Güell Malet, miembro de una de las más notables familias de la aristocracia catalana. Hija primogénita de Eusebio Güell y Sentmenat, Marqués de Gelida y Vizconde de Güell, Carmen es autora de varias novelas históricas, una de ellas, El mecenas y el artista, dedicada a su antepasado, el Conde de Güell y Gaudí.

“Por lo general los nobles catalanes no hacen ostentación de su título, son discretos y les gusta pasar desapercibidos. En la sociedad actual esto de la nobleza va a menos y no siempre va acompañada de una buena posición económica. Yo he tenido una educación muy austera, el glamour del título no es lo importante, el valor está en ser noble de espíritu,” asegura.

La igualdad de la mujer

Representantes de un tiempo pasado que nada se parece al actual, algunos nobles empiezan a tener conciencia de que son un colectivo muy debilitado socialmente, los últimos acontecimientos han salpicado sus filas e incluso la Casa Real se encuentra en entredicho. Sin embargo, las familias de la aristocracia andan en continuos pleitos por defender sus títulos o adquirir otros nuevos desde que la ley de 2005 acabó con la primacía del hombre sobre la mujer en el orden sucesorio.

Entre los promotores de dicha ley de igualdad está el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, que consiguió para su esposa, la diseñadora Agata Ruiz de la Prada, uno de los títulos más importantes de Catalunya, el marquesado de Castelldosrius con Grandeza de España y la baronía de Santa Pau, arrebatándoselos a su tío, Santiago de Sentmenat.

Pleitos entre familias

Sin tanta repercusión mediática pero igual de virulentos, los pleitos han enfrentado a otras familias nobles catalanas: los Gonzaga de Casanova por el título de Marqués de Maqueda o los Delàs y los Camps por el de Conde de Galiano.

Lo que no es habitual es el caso de la familia Milá-Mencos, ya que tanto la primogénita, la periodista Mercedes Milá, como las dos hermanas que le siguen en orden sucesorio, han querido renunciar al título de Condesa de Montseny que les correspondía tras el fallecimiento de su padre, José Luís Milá Sagnier, a favor del cuarto hermano, José María Milá Mencos.

“Mi vida no ha cambiado en absoluto, –explica el nuevo conde de Montseny– acepté el título porque es algo que va con mi familia y es lo que quería mi padre. A pesar de ser puramente simbólico, conlleva una manera de hacer para la que he sido educado. La ostentación del título ha sido siempre muy baja en nuestra familia”, añade. “No conocí a mi abuelo, murió en 1955, y mi padre luchó por el retorno de la monarquía a la jefatura del Estado, por lo que no quiso heredar el título hasta hacerlo de manos del Rey en 1985. Es evidente que a mí, el ser Conde de Montseny, no me reporta nada más que el orgullo de llevar un apellido.”

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