Compensar emisiones: separar el grano de la paja

Las empresas se olvidan de la parte más importante de la ecuación, que es la de minimizar sus emisiones de CO2, lo que supone un gran riesgo de cara a los objetivos climático

Un indígena siembra una planta en Colombia. EFE/Leonardo Muñoz

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Hace unos años, un famoso portal pornográfico sorprendía a su audiencia anunciando que plantaría un árbol por cada 100 videos visualizados para compensar por el impacto debido al consumo de electricidad. Desconozco el número de árboles plantados gracias a esta iniciativa (cuya extrapolación sería cuanto menos sugerente), pero resulta un caso paradigmático del uso publicitario que se está haciendo de los llamados offsets, o mecanismos de compensación de emisiones de carbono.

Los offsets son certificados que se comercializan en la forma de créditos de emisiones de CO2 y que suponen evitar o eliminar el equivalente a una tonelada de emisiones de dióxido de carbono. Cada crédito se genera en la realización de determinados proyectos como, por ejemplo, proyectos de reforestación o de instalación de energías renovables en países en vías de desarrollo. Para conseguir uno de estos certificados simplemente hay que pagar una suma de dinero para la realización del proyecto. Por ello no es de extrañar que en los últimos años muchas organizaciones estén empleando estos créditos de forma que poco tiene que ver con minimizar el impacto ambiental, sino y más bien ganar visibilidad o atraer más clientes.

La demanda creciente de áreas en donde plantar árboles hace que en determinados países se acabe expulsando a comunidades indígenas

Hay dos factores principales por los que este fenómeno de greenwashing se haya potenciado recientemente. Por un lado, los objetivos de París de mantener el incremento de temperaturas por debajo de 2 grados centígrados y la consecuente necesidad de reducir emisiones, que se ha trasladado al entorno corporativo. Por otro, la existencia de un mercado voluntario de emisiones cuya falta de transparencia, integridad y rigor hace que a una empresa le resulte mucho más barato, por ejemplo, subcontratar a un tercero la reforestación de un determinado número de hectáreas que cambiar sus propios procesos productivos o decisiones de compra.

Desgraciadamente no es solo la industria del porno (que por lo demás tiene un impacto ambiental limitado) la única que se ha unido a esta moda tramposa. Empresas de sectores mucho más contaminantes recurren a ellos de forma constante. Por ejemplo, usted puede compensar su huella de carbono de un vuelo Londres – Alicante con British Airways abonando unos 2 euros. Ese es el precio que le costaría tener la conciencia ambiental tranquila y evitar que las gretas thunbergs de este mundo le señalen con el dedo.

No podemos confundir estos offsets, que se comercializan en los llamados mercados voluntarios de emisiones, con mercados obligatorios y regulados como el ETS europeos (European Trading System, por sus siglas en inglés) que establecen un máximo de emisiones a empresas de ciertos sectores de la economía, por encima del cual se ven obligados a comprar créditos de emisión. Por ejemplo, en Europa los ciclos combinados de gas tienen que pagar unos 60 euros para emitir una tonelada del CO2 resultante de la quema de dicho gas, lo que es uno de los motivos del reciente aumento del precio de la electricidad. Por el contrario, en el mercado voluntario se compite por ofrecer créditos de emisiones baratos, lo que resulta en precios como los 2 euros del vuelo de Londres a Alicante, que debería de ser unas 6 veces más caro si se aplicaran los precios que se están viendo en el mercado obligatorio.

Esta diferencia de precios se debe a la falta de regulación y transparencia de ese mercado voluntario, el cual se traduce en una miríada de proyectos de dudosa efectividad para eliminar o compensar CO2. Incluso se llega a dar la paradójica situación de que estos proyectos sean perjudiciales para el medioambiente o las comunidades locales en donde se ejecutan. Por ejemplo, casi el 50% de estos proyectos tienen que ver con la conservación o plantación de árboles, lo que puede ser positivo en algunas circunstancias, como en terrenos recientemente deforestados en selvas tropicales. Sin embargo, la demanda creciente de áreas en donde plantar esos árboles hace que en determinados países con conflictos alrededor de la propiedad de la tierra se acabe expulsando a comunidades indígenas para la realización de estos proyectos.

El mercado de los offsets movió 750 millones de dólares entre 2017 y 2019, y se estima que en 2030 podría alcanzar 50.000 millones de dólares

Además, en muchas ocasiones no se suele exigir a los proyectos un factor crítico como es el de adicionalidad: no se deberían contabilizar créditos de proyectos que iban a suceder de forma orgánica o por otros motivos. Por ejemplo, si en España el número de árboles ha aumentado desde un 8% del territorio en 1900 a un 25 % en 2020, resulta difícil justificar la venta de créditos obtenidos por medio de proyectos de reforestación en nuestro país.

El problema con la baja calidad de estos proyectos y de un mercado tan fragmentado y poco estandarizado es que desincentivan la acción efectiva contra el cambio climático. Las empresas se olvidan de la parte más importante de la ecuación, que es la de minimizar sus emisiones de CO2, lo que supone un gran riesgo de cara a los objetivos climáticos. Además, este mercado atrae cuantiosos recursos que podrían ser mejor utilizados de una forma efectiva: según el Financial Times, el mercado de los offsets movió entre 2017 y 2019 750 millones de dólares, y se estima que en 2030 podría alcanzar 50.000 millones de dólares, ya que los algunos estados estarían estudiando participar, como es el caso de Suiza, Suecia o Japón.

Tener un mercado de CO2 voluntario que funcione correctamente es fundamental para lograr los objetivos climáticos. Entre los temas clave a tratar y acordar en la 26 Conferencia de las Partes que comenzará en unas semanas en Glasgow, estará el definir las reglas de juego de un verdadero mercado voluntario de CO2 a escala internacional, algo en lo que ya se ha venido trabajando en el último año en distintas iniciativas como la liderada por el exgobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney (aunque con críticas por la gran influencia del sector privado). Ojalá que de esta cumbre salga un mercado transparente, riguroso y que ayude realmente a las empresas a hacer lo correcto, y a los consumidores a elegir qué vuelo coger.

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