El plástico

El problema fundamental es, irónicamente, que los plásticos se han convertido en víctimas de su propio éxito: son tan baratos y adaptables que han permitido la existencia de una cultura del “usar y tirar”

Cientos de botellas de plástico. EFE/EPA/RUNGROJ YONGRIT

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Durante el siglo XIX el billar se convirtió en un juego viral, hasta el punto de que estuvo a punto de provocar la extinción de los elefantes, con cuyos colmillos se fabricaban las bolas blancas y resistentes características de este juego. Los paquidermos fueron finalmente salvados gracias a una revolucionaria invención de la época: el celuloide, un plástico. Este material, versátil y barato, no solo sustituyó al marfil en la producción de masas sino también a innumerables materiales que provenían de la naturaleza, como los corales o las conchas de las tortugas.

Nuestra percepción del plástico es ahora muy otra. Se ha convertido hoy en un gran problema ambiental, y se halla en el punto de mira de empresas y gobiernos. En España, el Gobierno está diseñando una ley con la que se le declarará oficialmente la guerra a un enemigo que está en el punto de mira también de las empresas en sus políticas de sostenibilidad. ¿Pero es realmente tan malo?

El plástico es un material increíblemente adaptable que puede convertir cualquier idea de diseño en realidad. Su contribución a la tecnología, la medicina y al diseño es inmensa. El portátil que estoy usando para escribir estas líneas está hecho de plástico; como la botella de agua que tengo en mi escritorio. También el salpicadero de mi coche o la camiseta que llevo puesta. Es difícil mirar alrededor y no ver plástico o componentes plásticos en cualquier entorno humano civilizado. No obstante, este material extremadamente útil se ha convertido en el símbolo de la producción en masa y la economía lineal. ¿Qué ha salido mal?

«El plástico está siendo atacado por políticas, a menudo facilonas, tanto gubernamentales como corporativas»

El primer problema del plástico es que es un material que tarda décadas o incluso siglos en biodegradarse. Si no se gestionan correctamente, pueden terminar contaminando el océano, donde muchas especies lo confunden con comida (todos tenemos en mente la fotografía de la tortuga con la pajita perforándole la nariz, o peces atrapados por anillas de cerveza). En segundo lugar, los plásticos son un subproducto del petróleo, lo que significa que su fabricación depende de una economía basada en combustibles fósiles de la que queremos escapar. Pero el problema fundamental es, irónicamente, que los plásticos se han convertido en víctimas de su propio éxito: son tan baratos y adaptables que han permitido la existencia de una cultura del “usar y tirar”. Hay pocos materiales que merezcan la pena comprar y usar solo una vez. Esto ha dado pie a una cultura del desperdicio nunca vista.

El plástico está siendo por ello atacado por políticas, a menudo facilonas, tanto gubernamentales como corporativas. Una clásica táctica empresarial en materia de sostenibilidad es lanzar una iniciativa que cuente con la aprobación de la opinión pública, pero sea totalmente irrelevante para el modelo de negocio. Esta obsesión marquetiniana ha alcanzado niveles casi cómicos. Aerolíneas cuyos vuelos low-cost emiten CO2 a raudales que prohíben las pajitas en su servicio de catering. Marcas de ropa que abusan del poliéster cuyos procesos productivos contaminan ríos y acuíferos allá donde se fabrican que cambian las bolsas de plástico por otras de papel. Los ejemplos son numerosos.

El caso de las bolsas de plástico sirve como ejemplo para representar un error común muy presente en las discusiones sobre sostenibilidad: que cualquier cosa que parezca «natural», como el papel o el algodón, es necesariamente mejor para el medio ambiente que algo sintético. Esta es una forma de pensar instintiva, romántica y muy popular, pero no muy científica. Sin ir más lejos, diversos estudios han demostrado que las bolsas de plástico son mucho mejores que las de papel desde un punto de vista medioambiental. Y no hablemos de esas bolsas fashion de algodón, las tote bags, cuya producción en masa en lugar de utilizar las bolsas de plástico normales es una aberración ambiental, incluso aunque el algodón sea de cultivo orgánico. Similar es el caso de las pajitas de cartón. Después de prohibir con gran fanfarria las pajitas de plástico (reciclables) de sus restaurantes, McDonald’s tuvo que reconocer que las nuevas de papel eran tan endebles que solo se podían utilizar una sola vez.

La ley que el Gobierno pretende aprobar, que particularmente esta enfocada a los plásticos que envuelven los alimentos, sigue un patrón similar, de no buscar la mejor solución para el medio ambiente sino soluciones rápidas con el marketing en mente. Por mucho que nos repugne ver todas esas frutas y verduras envueltas en los supermercados, en ocasiones en paquetes individuales, está estudiado y demostrado que esto aumenta su vida útil en seis días como media. Esto hace que el plástico sea una buena herramienta para evitar el desperdicio de alimentos, fenómeno que, además de ser moralmente rechazable, representa un 8% de los gases de efecto invernadero de origen antropogénico.

«Es imprescindible mejorar la trazabilidad de los residuos y subir los impuestos a las empresas que ponen en circulación plásticos difícilmente reciclables»

¿Qué deberíamos hacer para solucionar el problema? En primer lugar, hay que establecer políticas para incentivar a los consumidores y empresas a mejorar la separación de residuos. Sistemas como el alemán, en el que a los ciudadanos se les devuelve un pequeño depósito cuando entregan el envase a la tienda, son un ejemplo de éxito. En combinación con esta medida, es imprescindible mejorar la trazabilidad de los residuos y subir los impuestos a las empresas que ponen en circulación plásticos difícilmente reciclables.

En el modelo actual, una vez se desechan, los plásticos se mezclan con diferentes corrientes de residuos que se acaban exportando a terceros países, en donde finalmente se vierten de forma descontrolada, acabando en ríos que desembocan en el océano. De hecho, se estima que más del 90% de los plásticos que terminan en el océano provienen de solo diez ríos. Por desgracia, en España, todo esto está en manos de una organización fuertemente politizada como Ecoembes, puesta en entredicho por su poca transparencia y eficacia por distintas organizaciones.

Los plásticos son un invento de gran éxito que han ayudado no solo a los elefantes y tortugas, sino también a las personas: las mascarillas a las que estamos tan acostumbrados y que tantas vidas han salvado están hechas de polipropileno, un plástico. El reto será saber gestionar con inteligencia nuestros inventos más que simplemente desecharlos en cuanto pasan de moda.

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