El jamón no oculta el mal liderazgo

En uno de los últimos encuentros del World Economic Forum se hizo público que el 80% de la Generación Z quiere trabajar en organizaciones cuyos valores se alineen con los suyos, y que la pertenencia, propósito y valores deben estar integrados en el día a día, no solo en discursos o acciones puntuales

Imagen: Pexels

Estos días festivos, las cestas y regalos de Navidad que las empresas entregan a sus empleados vuelven a llenar de videos las redes sociales. No son campañas ni posts corporativos; son contenidos creíbles, compartidos por quienes los reciben, muy visuales, estacionales de esta época, y que plantean el reto de compararlos con los de otras organizaciones. Pero más allá de estas performances con jamones y otros productos delicatesen, me hago la siguiente pregunta: ¿siguen siendo estos gestos un verdadero ejercicio de reconocimiento o se han convertido en un ritual que tranquiliza más a la organización que a sus equipos?

Cada diciembre, las empresas repiten uno de los rituales más consolidados de la vida social de las corporaciones, el de “agradecer” el esfuerzo de sus colaboradores con comidas, cenas o regalos institucionales. Se organizan con una naturalidad casi automática, como si su utilidad estuviera fuera de toda duda. Sin embargo, en este contexto de profundo cambio generacional, convendría plantearnos si siguen cumpliendo realmente su función o se han convertido en un gesto tranquilizador para la propia organización.

Para los que ya peinamos canas, durante años estos encuentros tenían mucho sentido. Eran espacios simbólicos de pertenencia, momentos de distensión y una forma visible de reconocimiento colectivo. Funcionaron en empresas con culturas estables, trayectorias largas y modelos de liderazgo poco cuestionados. Pero el mercado laboral ha cambiado, y con él, las expectativas de quienes hoy sostienen los proyectos empresariales, especialmente los menores de 35 años.

Millennials tardíos y, sobre todo, Generación Z, no rechazan la socialización ni el vínculo emocional con la empresa. Lo que cuestionan es el ritual vacío. Para ellos, una comida anual no compensa meses de falta de escucha, rigidez organizativa o liderazgo distante. Valoran más la coherencia que el gesto puntual, más el respeto por su tiempo que la escenificación de cercanía, y más el reconocimiento cotidiano que el agradecimiento genérico. No buscan una cena con cava; buscan sentido y propósito.

En uno de los últimos encuentros del World Economic Forum se hizo público que el 80% de la Generación Z quiere trabajar en organizaciones cuyos valores se alineen con los suyos, y que la pertenencia, propósito y valores deben estar integrados en el día a día, no solo en discursos o acciones puntuales.

Desde la perspectiva de gestión de la cultura de la organización, el problema no es la comida de empresa en sí, sino la expectativa que se deposita en ella. Cuando se utiliza como sustituto simbólico de políticas reales de reconocimiento, desarrollo o flexibilidad, el gesto pierde valor y se convierte en un recordatorio incómodo de lo que falta el resto del año. Como señala Peter Drucker en una de sus frases más célebres, “la cultura se desayuna a la estrategia cada mañana”. Hoy podríamos añadir que también la cena o los regalos de empresa.

En términos de cultura organizacional, estas acciones no crean valores: los amplifican. Si la empresa escucha, cuida y confía, el encuentro refuerza el vínculo. Si no lo hace, se vive como una obligación fuera del horario laboral, una representación forzada de una cercanía que no existe. Las nuevas generaciones, especialmente sensibles a la incoherencia, detectan rápidamente esa disonancia.

Por eso, la cuestión no debería ser si hay o no comida de Navidad, sino qué sentido tiene. Algunas organizaciones están empezando a ofrecer alternativas más alineadas con esta nueva mentalidad, como los encuentros o acciones voluntarias dentro del horario laboral; días libres a elección de los empleados; presupuestos destinados a formación o bienestar, o flexibilidad para aquellos que están desplazados. No se trata de gastar más, sino de decidir mejor.

El verdadero reto para los líderes de las organizaciones no es mantener rituales heredados, sino construir experiencias coherentes. Hemos pasado del management del evento al management de la experiencia. Y las nuevas generaciones, lejos de pedir menos vínculo con la empresa, están exigiendo algo mucho más incómodo: escucha activa y autenticidad los 365 días del año.

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