Dicotomía minera

Cada vez que me paro a reflexionar en una dicotomía tal y como la que se produce en la mina de Touro acabo llegando a la misma conclusión: maldita política

Un trabajador en el interior de la mina subterránea de A Fraguiña. EFE/Brais Lorenzo

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Vivo en un mundo en el que las cosas ya estaban hechas cuando llegué. Recuerdo que en la escuela me hablaron del sector primario, que era aquel que se situaba inmediatamente anterior al secundario, y que era en el que trabajaban los obreros de los monos azules que salían en las fotos de los libros de texto. Éste era el sector de las materias primas, el de las cosas de comer y el de excavar para luego hacer cosas de las de tener. La idea que adquirí también entonces era que se trataba del sector de aquellos que no estudiaban, así que si querías tener muchas cosas ricas de comer y muchos objetos, debías estudiar para no ser un mono azul de esos con vidas simples y rutinarias propias del sector primario.

No culpo a mis docentes, aunque tampoco he detectado a lo largo de mi amplia formación, llena de horas de vacío presencialismo, más que un par de profesores de los que ves que disfrutan enseñando. Ni culpo al sistema, o sí.

He vivido un montón de años sin prestar atención a lo que me rodea, no pensando más allá de que el hormigón salía de una fábrica en la que entraban camiones de arena y de cemento, y que con él se construían las casas que no son de piedra; que los coches más molones son los americanos, aunque los más duraderos son los de los alemanes, y que hay que agradecer a ciertas empresas de coches europeas que se instalen aquí en España, proporcionándonos miles de puestos de trabajo.

Lo cierto es que simplemente por cómo venden el pescado unos y otros, me quedo con los monos azules, cuyas caras empiezo a ver como van desapareciendo bastantes años después

Tampoco me había parado a pensar demasiado cómo se conduce toda esa energía desde aquel embalse (del que tanto yuyu da pasar por encima por si se rompe) hasta el interruptor de mi habitación; ni cómo se quema el queroseno del avión cuando me voy de vacaciones mientras no se caiga; ni cuántos elementos de la tabla periódica lleva mi teléfono mientras no me quede sin batería, sea de litio o de titanio.

Sin embargo, una mañana me vinieron a pedir una firma en contra de la mina de Touro en Santiago y a punto estuve de firmar sin más a aquel sonriente muchacho, que el pobre estaba invirtiendo su tiempo en satisfacer su conciencia medioambiental… ¿Qué mal puede hacer a nadie firmar? Entonces pensé en los monos azules, en esas personas que posaban en mis libros de texto con las manos en los bolsillos, con sonrisas algo forzadas, y le pregunté: “¿Cuál es el motivo de la oposición?”. Su repuesta larga y bien preparada estaba llena de palabras como colonialismo, depredación, capitalismo, opresión, y de prefijos como mega, macro, etcétera. Esto me hizo dudar, y decliné para pensar.

Llegué a mi casa y empecé a mirar a mi alrededor, y comencé a ver monos azules por todas partes: la freidora, la lámpara, el azulejo del suelo, los cuchillos, los platos, el cisne de cerámica con dos cordones de Loctite en el cuello. Salí de la cocina y por el pasillo me fijé en los enchufes y pensé en los cables que los unen tras las rozas, llegué a mi habitación y ahí estaba mi Fender reluciente con sus cuerdas de bronce, mi ordenador, mi televisor, el router

En qué mundo vivimos que son los unos y los otros los que han de presionar a los otros y los unos para que las cosas salgan o no salgan ¿No hemos creado una sociedad repleta de leyes?

Empecé a buscar en internet información detallada sobre la cuestionada mina de Touro y me encontré con infinidad de noticias cruzadas sobre todo lo positivo o negativo del proyecto. Los contrarios muestran sus reivindicaciones sobre fondos rojos, calaveras, esqueletos, paisajes lunares y guadañas, y hablan poco menos que del fin del mundo. Los partidarios piden trabajo, industria, progreso y sostenibilidad. Lo cierto es que simplemente por cómo venden el pescado unos y otros, me quedo con los monos azules, cuyas caras empiezo a ver como van desapareciendo bastantes años después, como en la foto de Michael J. Fox en Back to the Future, y reaparecen con una sonrisa más sincera, con prosperidad, con buenos convenios colectivos, con empleos de calidad cerca de sus casas, llenando de vida la Galicia vaciada y siendo la envidia de aquellos que, tras años de bucear en engorrosos apuntes universitarios, ven como han de pedirle la paga de treintañeros a sus padres para las cervezas del fin de semana; sin imaginarse algunos de ellos, que serán compañeros.

Pero aún así me pregunto en qué mundo vivimos que son los unos y los otros los que han de presionar a los otros y los unos para que las cosas salgan o no salgan. ¿No hemos creado una sociedad repleta de leyes y de normas para que estas cosas no tengan cabida y sea el bien común lo que prevalezca? Y si es así, como creemos todos… ¿por qué no se aplican y ya está?, ¿o es que no nos fiamos de cómo se aplican? ¿o de quién las aplica?

Cada vez que me paro a reflexionar en una dicotomía tal y como la que se produce en la mina de Touro acabo llegando a la misma conclusión: sea por la mina, o sea por cuál va a ser la orquesta que tocará este año en el pueblo… ¡Maldita política!

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