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¿Y si el problema no fuera solo de los políticos?
Una democracia sana no solo necesita mejores políticos, también necesita ciudadanos exigentes, instituciones robustas y una cultura cívica que se construye cada día

Escena de The West Wing (El ala oeste de la Casa Blanca) / Warner Bros (1999-2006)
¿Por qué tantos ciudadanos sienten que la política se ha alejado de la gestión real de sus problemas? Y otra pregunta que incomoda, pero que merece hacerse. Cuando el 72% de los españoles considera que los políticos no se preocupan por sus problemas, no hablamos de una percepción pasajera. Hablamos de una alerta estructural. En un contexto de polarización y desafección creciente, necesitamos formular una pregunta honesta, aunque moleste: ¿Tenemos los políticos que merecemos?
No se trata de culpabilizar sin matices ni de caer en la antipolítica. Se trata de mirar con lucidez la relación entre ciudadanía y poder, y preguntarnos cómo regenerarla. Porque una democracia sana no solo necesita mejores políticos, también necesita ciudadanos exigentes, instituciones robustas y una cultura cívica que se construye cada día. España avanza gracias al empuje silencioso de quienes emprenden, educan, cuidan, innovan. Esa España real merece una política a su altura.
Diagnóstico sereno: del poder a la gestión
En la práctica, muchos ciudadanos perciben que quienes gobiernan dedican más energía a mantenerse en el cargo que a gestionar los problemas del país. Esta sensación no es infundada, la lentitud en las reformas, la mentira sin castigo, el uso partidista de las decisiones, la escasa evaluación de políticas públicas, el marketing electoral permanente…
Nos falta una cultura del «servicio público» visible, tangible. La política se ha convertido en una carrera de imagen, no de resultados. Y eso erosiona la confianza.
También fallan los engranajes técnicos financieros. Las subvenciones, por ejemplo, podrían ser palancas de transformación para pymes, entidades sociales o municipios. Pero mal diseñadas, farragosas y lentas, muchas veces se convierten en oportunidades perdidas.
La hipertrofia del marketing político —que ha sustituido el relato de gobierno por el electoral—, la ausencia de organismos como una Oficina Presupuestaria del Congreso como en otros países y la pérdida de la cultura del “servicio público”, casi ausente en la narrativa de partidos y medios, forman parte del escenario público habitual.
Corrupción y puertas giratorias
La corrupción no es un accidente aislado. Es una constante histórica. Desde los GAL a la Kitchen, pasando por los ERE y la Gürtel, hasta la situación increíble que estamos viviendo ahora, la sensación de impunidad persiste. Más allá de los escándalos, preocupa la falta de mecanismos eficaces de prevención, control y sanción. Y también las puertas giratorias que conectan gobiernos con grandes empresas, debilitando la imparcialidad del sistema.
Hace falta voluntad política real para cortar con estas inercias. Con leyes efectivas, con transparencia radical y con una cultura de ética pública que hoy brilla por su ausencia. Mientras las raíces del problema permanezcan intactas, los casos de corrupción seguirán reapareciendo con nuevas formas, pero con la misma lógica de impunidad.
La sociedad civil, un poder dormido
Sin contrapoder ciudadano, la democracia se empobrece. En España, la sociedad civil sigue siendo débil, fragmentada y dependiente del Estado. Muchas entidades viven más preocupadas por sobrevivir administrativamente que en ejercer una voz crítica. Necesitamos fomentar una ciudadanía activa y organizada, con plataformas de participación digital, con financiación independiente, con formación en valores democráticos. Sin esa base, todo cambio institucional es frágil.
Es también momento de dar paso a nuevas generaciones. La generación Z aporta otra mirada más colaborativa, más transparente, más conectada con lo colectivo. Integrarla no es una opción, es una necesidad. No basta con criticar. Es hora de proponer, y hacerlo con criterio técnico y viabilidad política.
¿Qué perfiles atrae hoy la política?
Uno de los grandes debates pendientes es cómo atraer talento a la política. No basta con hablar de salarios. Lo importante es el sistema: ¿Es meritocrático? ¿Valora la gestión? ¿Premia la excelencia? Hoy, la respuesta suele ser no. Listas cerradas, fidelidad interna, rotación de nombres sin cambios de fondo… Todo ello dificulta que perfiles brillantes del mundo empresarial, social o académico den el salto a lo público.
Necesitamos otra narrativa diferente, la del político como servidor, como gestor eficaz, como referente ético. Y también, estructuras que permitan que esa narrativa sea real, no un eslogan. Se deben establecer criterios mínimos y homogéneos de formación, experiencia y desempeño para acceder a altos cargos públicos.
Propuestas concretas, no discursos
Para regenerar la democracia no hace falta utopía, sino voluntad. Algunas propuestas:
- Profesionalizar la función pública: criterios de acceso técnicos, evaluación de resultados, estabilidad directiva.
- Transparencia radical: indicadores de gestión accesibles al ciudadano, auditorías externas, portales comprensibles.
- Reforma de la financiación política: menos subvención directa, más micromecenazgo con incentivos fiscales.
- Pactos de Estado estratégicos: educación, sanidad, justicia, transición digital. Y seguimiento real.
- Impulso a la sociedad civil: deducciones por donaciones ciudadanas, plataformas de participación, regulación simple y garantista.
- Implementación de las nuevas tecnologías en los procesos de la administración para reducir su descomunal e ineficiente tamaño.
La pregunta final es inevitable: si España ha llegado hasta aquí con una clase política lastrada por carencias de gestión, ¿qué no podríamos lograr si todos —ciudadanía, partidos, instituciones, empresas— remáramos en la misma dirección?
Una esperanza exigente
No necesitamos milagros. Necesitamos sistemas bien diseñados. Políticas con alma. Ciudadanos con voz. Y una política que recupere su razón de ser: mejorar la vida de la gente.
España es un país que crece, innova y resiste. No gracias a sus gobernantes, sino gracias a sus ciudadanos. Empresarios, profesionales, trabajadores que cada día empujan hacia delante. Esa España merece instituciones a su altura.
La buena política no se improvisa. Se construye con reglas claras, con ética, con datos, con escucha. Y con la voluntad colectiva de cambiar lo que no funciona.
Quizá el problema no sean solo los políticos. Quizá el problema sea que no exigimos lo suficiente. Pero la buena noticia es que siempre estamos a tiempo. Y que cuando la ciudadanía se activa, el sistema responde.