Precio de la luz, cambio climático y energía nuclear

Una de las fuentes de energía eléctrica que ayudarían a una transición energética efectiva y socialmente justa, la nuclear, no está siendo contemplada por motivos estrictamente ideológicos

Central nuclear de Garoña, en Burgos

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Este verano, uno de los debates políticos y económicos ha sido y sigue siendo acerca del incremento en el precio de la luz. El debate se ha dado en los ejes clásicos de cualquier conversación mediática: el político y su derivada económica. Sin embargo, se ha hablado poco de los nexos que existen entre este problema con uno de los mayores retos que tiene la sociedad en las próximas décadas: la lucha contra el cambio climático.

La discusión energética española se produce junto con la publicación del último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), que nos recuerda que, si bien ya hay efectos del cambio climático que son irreversibles, aun podríamos mantener la subida de temperaturas bien por debajo de los dos grados centígrados (tal y como nos comprometimos en el acuerdo de París) si actuamos con la premura y urgencia que el momento requiere.

En España, la generación de electricidad es el tercer sector por emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), representando el 13,5% del total de emisiones causados por el hombre.  Este porcentaje irá a más a medida que electrificamos otros sectores como el transporte (recordemos, por ejemplo, que el coche eléctrico es uno de los tótems de la nueva “España resiliente”). La descarbonización de la generación de electricidad será entonces crucial para poder cumplir nuestros objetivos.

No deja de ser extremadamente preocupante que una de las fuentes de energía eléctrica que ayudarían a una transición energética efectiva y social y económicamente justa, la nuclear, no esté siendo contemplada por motivos estrictamente ideológicos. Este veto, con origen en mitos importados de mediados del siglo pasado, es promovido por gran parte del activismo ecologista y han acabado permeando en la narrativa dominante.

El diseño de la transición energética nos hace más vulnerables económica y geoestratégicamente, al depender de incómodos compañeros de viaje como Rusia o Argelia

El aumento del precio de la electricidad en el mercado mayorista (el precio de la luz) se debe, sobre todo, al incremento del precio del metano (gas natural), así como al de los derechos de emisión de CO2 (un impuesto diseñado, en principio, para penalizar las fuentes de electricidad con mayores emisiones de GEI). Esto nos demuestra el impacto que aun tienen las energías fósiles en nuestra economía.

Combustibles como el carbón y el gas natural siguen siendo fundamentales en parte por las limitaciones físicas que las renovables tienen. Desafortunadamente, como todos sabemos, y especialmente los gallegos, la naturaleza actúa independientemente de nuestras necesidades y deseos, con días en los que el sol no brilla o el viento no sopla. Esto hace que se requieran alternativas que aporten energía de una forma estable y predecible, evitando por ejemplo eventos de apagones como los acontecidos en California en 2020. Alemania, por ejemplo, basa esta estabilidad en la quema de carbón, lo que desde un punto de vista ambiental no se puede categorizar como otra cosa que no sea de aberración. De hecho, el gobierno alemán ya ha admitido que no va a poder cumplir con sus objetivos de reducción de emisiones.

Y es que, por extraño que parezca, el plan para la transición energética de gobiernos como el español o el alemán tienen como línea estratégica el desmantelamiento su parque nuclear y el mayor protagonismo del gas natural. Además de intentar apagar el incendio en el que nos encontramos con gasolina, esto nos hace más vulnerables económica y geoestratégicamente al depender de incómodos compañeros de viaje como Rusia o Argelia.

Fiar toda la producción de energía limpia a las renovables requeriría una expansión agresiva y descontrolada de parques perjudicial desde el punto de vista ambiental

Además, fiar toda la producción de energía limpia a las renovables requeriría una expansión agresiva y descontrolada de parques eólicos y fotovoltaicos que sería perjudicial desde un punto de vista ambiental. Al producir mucha menos electricidad por unidad de superficie, y funcionar solo una fracción de las horas que tiene el día, las energías solar fotovoltaica y eólica requieren de una superficie mucho más extensa comparativamente, afectando gravemente al paisaje y la biodiversidad locales. Si a esto le sumamos que el beneficio económico que estas dejan en las comunidades locales es mínimo (estos parques no dan empleo como sí lo dan las centrales nucleares), no es extraño ver la contestación popular que empiezan a generar.

Seguramente estos y otros problemas de las energías renovables (¿qué hacer con las toneladas de paneles y turbinas que se generan después su corta vida útil?) se acaben arreglando con el tiempo. En un futuro las baterías y el hidrógeno verde seguro que jugarán un papel fundamental en la descarbonización; sin embargo, este es un futuro muy incierto y necesitamos soluciones ya que realmente no dejen a nadie atrás.

La energía nuclear es reconocida como la energía más limpia y la más segura, además de estable: Francia, que emite 10 veces menos GEI que Alemania, genera más del 75% de su energía por medio de sus centrales nucleares. En esta situación es descorazonador conocer los planes del Gobierno para desmantelar las centrales nucleares que quedan en España. Ojalá esta estrategia pueda ser corregida a tiempo.

Sería más audaz trabajar para mejorar la seguridad y la percepción pública de la energía nuclear que agarrarse a entelequias

La energía nuclear genera en nuestro cerebro un curioso fenómeno, parecido al que produce coger un avión: sabemos que es el medio de transporte más seguro, pero la percepción del riesgo es inmensa.  Si realmente queremos cumplir nuestros compromisos climáticos y que la transición energética sea justa, sería mucho más audaz trabajar para mejorar la seguridad y la percepción pública de esta energía para que “dé menos miedo”, que agarrarse a entelequias que poco tienen que ver con criterios reales de sostenibilidad.

Hace no mucho The Economist publicaba que la adopción generalizada de la energía nuclear a mediados del siglo pasado podría haber evitado por completo el cambio climático provocado por el hombre. Eso no sucedió, pero antes no teníamos tanta prisa. Quizás sea hora de revisar el tabú creado no solo por trágicos accidentes del pasado, sino también por la cultura pop: desde el monstruo radioactivo de Godzilla, al pez de tres ojos de los Simpsons, pasando por una ficción “seria” como Chernóbil. Una serie que, por cierto, más que sobre energía nuclear, trata sobre la incompetencia de los líderes y de las instituciones. Eso sí que debería darnos miedo.

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