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Un ejemplo para la Policía Local
José Antonio Brandariz no es solo el jefe de la Policía Local de A Coruña que durante tantos años ha velado por nuestra seguridad; es también, y sobre todo, una buena persona

José Antonio Brandariz
¡Ey Tecnófilos! Hoy no vengo a hablaros de tecnología, ni de inteligencia artificial, ni de algoritmos, ni siquiera de emprendimiento. Hoy vengo a hablaros de algo que a veces parece olvidado, pero que sigue siendo la columna vertebral de cualquier sociedad que aspire a ser decente: la entrega, la integridad y la bonhomía de un servidor público. Y ese servidor público tiene nombre y apellidos: José Antonio Brandariz.
Este 23 de abril celebramos una comida en su honor. Pero, en realidad, lo que celebramos es mucho más profundo: celebramos una trayectoria, una vida profesional ejemplar, un carácter templado y un corazón firme. Porque Brandariz no es solo el jefe de la Policía Local de A Coruña que durante tantos años ha velado por nuestra seguridad; es también, y sobre todo, una buena persona. Y creedme cuando os digo que eso no es poca cosa.
Lo conozco desde que yo tenía apenas 19 años. Yo recorría las calles de A Coruña al volante del taxi de mi padre, y él, ya con esa mirada serena y decidida que le caracteriza, comenzaba su andadura en el cuerpo de policía local tras superar la oposición. Pronto se notó que estaba hecho de otra pasta. No solo cumplía con su deber, sino que lo hacía con un respeto por el ciudadano, una vocación de servicio y una humanidad que dejaban huella.
Años después, cuando muchos se conforman con lo que ya han conseguido, Brandariz decidió seguir estudiando. Se licenció en Derecho y ejerció como abogado, demostrando que el conocimiento de la ley y la búsqueda de la justicia no son caminos separados. Podría haberse acomodado, pero no. Porque hay personas que, sencillamente, no saben hacer las cosas a medias.
Tuve el honor de compartir con él muchos operativos de emergencia y seguridad. Y en todos ellos —repito, en todos— fue un ejemplo de templanza, diligencia y liderazgo sereno. Nunca una voz más alta que otra. Nunca un gesto fuera de lugar. Siempre midiendo, evaluando, ejecutando. Como debe hacerlo quien tiene sobre sus hombros la responsabilidad de proteger a los demás. Pero lo que más me impresiona de él no son sus galones, ni su currículum, ni siquiera su admirable trayectoria profesional. Lo que más me impresiona —y emociona— es su bonhomía. Esa palabra antigua que hoy suena a rara avis, pero que define a la perfección lo que es: un hombre bueno.
No buenista, no. Bueno. En el sentido más noble, más fuerte y más difícil del término. Porque ser bueno en este mundo, y en según qué profesiones, no es una muestra de debilidad, sino de una valentía descomunal. Y José Antonio Brandariz lo ha sido siempre. Con los suyos, con los ciudadanos, con los compañeros. Y también con los que no lo merecían. Porque hay códigos que no se negocian, y él los ha llevado siempre tatuados en el alma.
Hoy, querido amigo, te rendimos este humilde homenaje. Quizás no salgas en los titulares ni tengas una estatua en la plaza, pero sabes —y lo sabes bien- que has dejado una huella imborrable en quienes te hemos conocido. En mí, sin duda. Y en una ciudad que ha dormido más tranquila gracias a ti.
Gracias por tu ejemplo. Gracias por tu lealtad. Gracias, Brandariz, por ser faro cuando más falta hacía luz.
¡Se me tecnologizan!