Zahera que algo queda

En Xan, ese es el personaje de Luis Zahera en “As bestas”, se condensa mucha de la historia del aldraxe a una tierra donde muchos han querido encontrar el paraíso, pero sin tetas

El actor Luis Zahera posa durante el pase gráfico de la serie "La última"

El actor Luis Zahera posa durante el pase gráfico de la serie «La última». EFE/ Mariscal

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En el complejo arte de habitar en los escenarios se gastan lugares comunes que, a ojos de los espectadores, anidan en el recuerdo como impactantes interpretaciones que merecen reconocimientos varios. Un gesto, Marlon Brando cayendo cual fardo desde una mesa en La jauría humana; un golpe, Dustin Hoffman, soliviantado, encajando la ira en Perros de Paja o el husmear de Alfredo Landa en el humillante suelo de Los Santos Inocentes, muestran hasta dónde lo físico acompaña en la ficción. Pero el cine, en su esencia, se concentra en la mirada, no en la que deposita el espectador en la pantalla sino en la que el actor fija en el espectador. Y eso, la mirada, es lo que inquieta en Luis, en Luis Zahera.

Mirar desde abajo

En cualquiera de sus interpretaciones, Luis saca petróleo. Líquido para la combustión, Zahera no necesita de alardes interpretativos con movimientos exagerados. Actor de físico rotundo y predestinado, gracias a esa mirada nos hace olvidar que, un día, fue, por un momento, sosias del presidente Feijóo. En aquel papel, en realidad, el homenajeado fue Luis y el actor, Alberto.

Su penúltima interpretación, siempre será para alivio del cine que resulte la penúltima, en As Bestas es ya, hoy, un clásico de antología, acompañado como fiel escudero por un Daniel Anido inmenso. Zahera mira constantemente al espectador sin fijar los ojos, desde abajo, reconcentrado en la ira manifiesta de un personaje trasunto del vilipendio al rural. En Xan, ese es su personaje, se condensa mucha de la historia del aldraxe a una tierra donde muchos han querido encontrar el paraíso, pero sin tetas. Uno de los numerosos méritos de su interpretación es haber evitado, en todo momento, una sonrisa, patrimonio de su persona y signo de su identidad, inquietando con su voz, su presencia y, sobre todo con su mirar. Trabajo le habrá costado dado su reconocido amable carácter.

El rural, el lugar de dónde nunca nos fuimos

Cuenta una más de las leyendas atribuidas a Camilo, nuestro Camilo, no hay otro que el de Iria, que, en realidad, no era muy imaginativo y que solía sentarse en cualquiera de las tabernas de su Padrón a escuchar para luego meramente transcribir; así parece que lo reprodujo en Mazurca para dos muertos. Aunque falso, no deja de corroborar que, en ocasiones, la ficción es superada por la realidad, salvo en los personajes de Zahera, donde la ficción es la realidad. Pura artesanía elevada a la categoría del arte escénico más depurado.

Cualquiera que no siendo gallego pueda acercarse a nuestro universo aldeano a través de los ojos de Sorogoyen dejará de advertir pequeños detalles que nos son innatos; será por eso que, nos reconocemos. A poco que nos rasquen, nos sale un arado y, rascando un poco más, somos familia o, como poco, vecinos. El rural no es violento, más violento es el urbano, que la defensa de lo propio siempre fue oficio de dignidad. Los parlamentos de Xan con el francés están llenos de sentido común, sí, cierto es, rurales, pero acertados. Y la hija del francés se lo echará en cara a Margo, transmutada en Olga, cuando le recriminará su superioridad moral. “Olemos a merda”. Dicho así, arrastrando la última palabra en boca de Xan, es mucho más que un improperio; es una declaración de identidad.

El rural no es violento, más violento es el urbano, que la defensa de lo propio siempre fue oficio de dignidad

Entrevistados Zahera y Anido, relatan, como dos eventuales aloitadores con presa humana, resultarles llamativo que algunos espectadores les trasladasen como, por momentos, sus personajes den miedo, que la película pareciera de terror. No es miedo lo que provocan, es temor, ese sentimiento de que algo va a ocurrir y que, en este caso, sea que la interpretación, en manos de Luis, no defraudará, trasunto real de un “era visto!” tan gallego. Acabará convirtiéndose si no lo es ya, en uno de esos supuestos secundarios imprescindibles en el cine español quienes, sin buscar el estrellato, como artesanos de la ficción, hacen grande al cine, el cine con mayúsculas, distante sideralmente de esas efectistas producciones de la factoría Marvel más propias de un videojuego que no de un arte, el séptimo, abocado al asedio y el desgaste, como el de caballería. Que tiemble Bardem.

Y Luis Zahera, como el rural, “é un dos nosos”, y se nos mete tan dentro, como el temor y la mierda, porque nunca estuvo fuera. Xan y Zahera, Loren y Diego, forman parte de una Galicia que no puede dejar de ser como es, siendo de interior, rural y, en consecuencia, por su propia violencia, auténtica.

La expresión “calumnia que algo queda” procede de una cita del filósofo Francis Bacon aparecida en su libro De la dignidad y el crecimiento de la ciencia donde refiere, como consejo, “calumniad con audacia: siempre quedará algo”. Pues bien, sustituyendo la maledicencia por el buen arte, recomendamos a los jóvenes actores, actuales y del futuro, que repasen, una y mil veces, la interpretación de Luis Zahera en As Bestas hermanada con la de Diego Anido. Algo les quedará.

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