Nunca tan pocos llegaron tan lejos

Sánchez está a punto de pactar los independentistas de ERC, como ya ha hecho con Podemos y el PNV. Toca esperar para saber cuál será el coste

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A medida que se van conociendo los detalles que los pactos entre el PSOE, Podemos, los nacionalistas del PNV y los independentistas de ERC han fraguado, más aumenta la sospecha de que la arrogancia de las mencionadas fuerzas ha batido récords inauditos en la política española. Y puestos a empezar a contabilizar víctimas de semejante actitud señalemos ya la primera: el espíritu del 78, el que alumbró la Constitución.

La política de consensos, de amplias mayorías que auspiciaban acuerdos políticos estables, del triunfo de la centralidad sobre los extremos… ha muerto. De los dos bloques en que se estaba dividiendo la representación política española ha triunfado uno y lo que los pactos van destilando es que ese bloque quiere imponer su programa cueste lo que cueste, moleste a quien moleste, aunque sea fruto de una suma de heterogéneos intereses particularistas, izquierdistas y antiespañoles.

¿Quién le iba a decir a Pablo Iglesias que en el momento más bajo de su formación, en la legislatura con menos escaños, roto geográficamente, aislado en su feudo de Madrid con los más íntimos, conseguiría imponer un rejón de muerte al régimen del 78? Y, sobre todo, ¿quién le iba a decir que lo iba a lograr con la aquiescencia del líder del PSOE, el gran partido de la alternancia democrática en España?

El bloque de la izquierda busca imponerse al de la derecha a cualquier precio

Provocar un terremoto de semejante magnitud no se explica en unas cuantas líneas de un artículo editorial. Tiempo habrá, si desgraciadamente el tiempo nos va dando la razón, para desgranar el alto coste que esta mayoría de gobierno contra natura tendrá para la democracia y para algunos de sus insignes protagonistas. De momento hagamos un recorrido por los hechos más recientes que han desembocado en la actual situación.

Sánchez enmascara su naufragio electoral

El pacto de gobierno tejido entre el PSOE y Unidas Podemos, con los adornos nada banales de ERC y el PNV, es fruto de la debilidad y la desesperación de sus firmantes más que del vigor de una determinada apuesta política. Mal terreno para que fructifiquen bienes para el país que se pretende dirigir.

Los últimos comicios fueron una bofetada humillante para Pedro Sánchez. Llegado al poder gracias a una mayoría Frankenstein, la amalgama y ausencia de intereses comunes de ese conjunto híbrido le derribó a los primeros presupuestos. Estamos hablando de febrero de este mismo año 2019.

Las elecciones de abril le dieron vencedor, pero fue incapaz de construir una mayoría de gobierno y forzó la repetición de las elecciones en noviembre para no tener que convivir con Podemos. No es necesario revisar la literatura sobre las relaciones folletinescas entre Sánchez e Iglesias.

Convocadas las nuevas elecciones con el interesado propósito de lograr una cifra de escaños más confortable y pese al circo montado con la exhumación de los restos de Franco, las urnas dejaron su grupo de escaños reducido a 120. Aún más, perdió la mayoría absoluta que tenía en el Senado. Las pérdidas de la formación de Iglesias  fueron mucho mayores: en apenas unos meses se dejaron 800.000 votos y nueve escaños.

Pues bien, esta pareja de derrotados, lejos de asumir las dificultades que sus mensajes políticos tenían para penetrar en el electorado, deciden dar un salto hacia delante, olvidar las profundas diferencias que les habían marcado, llegando al insulto personal, en los meses recientes y firmar un acuerdo para el gobierno de España. Un acuerdo, eso sí, insuficiente, pues su propia debilidad les obligaba, si querían instalarse en la Moncloa, a buscar aliados aunque fuera en aquellos que habían sido recientemente condenado por el Supremo por sedición.

Ante las pocas posibilidades de dar un nuevo giro, Pedro Sánchez se ha arrojado a los brazos de Unidas Podemos

Parecía a simple vista un acuerdo imposible, pero la desesperación obra milagros, se sacan fuerzas de flaqueza donde apenas queda aliento. Pedro Sánchez tenía otras opciones, aunque debía trabajarlas, pero también sabía que ya no le quedaba circunferencia para un nuevo giro y el fracaso del abrazo con Unidas Podemos suponía su muerte política. Pablo Iglesias ya no tenía nada más en la chistera que ofrecer a sus seguidores.

La situación política de ambos líderes es que la lleva su arrojo a límites insospechados. Sánchez, sabiéndose contra las cuerdas desde la misma noche del 10 de noviembre, no está dispuesto a caer. Pero la sangre de este boxeador groggy es fácilmente detectada por rivales como Gabriel Rufián, tan directo como simple, lo dice claramente: es fácil negociar con un político vencido; Iglesias es más sibilino, prefiere no catalogar la situación y apretar hasta la extenuación la soga que ata al rehén.

Sánchez, cada vez más hermético

Pedro Sánchez va cediendo en todo: vicepresidencia, reforma laboral, impuestos, Abogacía del Estado, competencias, mesas bilaterales entre gobiernos… No tiene otra salida, ya no tiene más cartas. Por no quedarle, no le queda ni la capacidad de explicarlo a sus votantes, a sus militantes. Rehúye a la prensa. No hace comentarios.

Sánchez no responde ante nadie, ni siquiera ante su Comité Federal, desmantelado en competencias, a favor del César socialista.

El acuerdo esbozado ayer es un programa de máximos. En lo social asume casi enteramente, al menos en los postulados, el programa de Podemos. En lo identitario, compra las tesis más urgentes de los soberanistas: el conflicto, las relaciones bilaterales, el reconocimiento nacional… El coste puede ser altísimo. Pese a las fotos de abrazos y apretones de manos, gobernar será otra cosa. Pero de momento debemos reconocer que nunca tan pocos llegaron tan lejos.

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