Los ‘teledirigidos’ de PSOE y Podemos se juegan el legado de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Ambos impulsaron las primarias de sus partidos con el argumento de la “democracia interna”, pero las han convertido en el mejor mecanismo para ampliar su influencia orgánica

Pedro Sánchez durante una reunión en Moncloa con Pablo Iglesias./EFE

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Juan Espadas e Ione Belarra afrontan las primarias de este domingo de forma muy diferente. El candidato de Sánchez para liderar el PSOE andaluz prevé una votación ajustada frente a Susana Díaz, mientras que la ministra impulsada por Iglesias tiene la victoria garantizada. 

Ambos, no obstante, tienen una característica clave en común: haber sido elegidos por el presidente del Gobierno y el exvicepresidente para ampliar su influencia orgánica, tanto en el PSOE como en Unidas Podemos. Díaz, de hecho, trató de sacar rédito de esa circunstancia en el debate con Juan Espadas de esta semana, acusándole de estar “teledirigido” desde Ferraz. 

Pedro Sánchez es consciente de la contestación interna que tiene en feudos históricos del socialismo, como Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura. Por ese motivo, controlar la federación andaluza, la más numerosa del PSOE, se ha convertido en un objetivo fundamental. 

A ello, además, hay que añadirle la oportunidad de derrocar definitivamente a Susana Díaz. La expresidenta de la Junta pasó de auparle a la secretaría general en 2014 a forzar su cese en octubre de 2016. Las primarias de 2017, no obstante, cambiaron el guion escrito por la sevillana. 

Desde esa victoria en las elecciones internas, Sánchez se ha convertido en el máximo defensor de las primarias en el PSOE. Lo cierto es que él se impuso al aparato hace cuatro años, pero ahora ha convertido esas votaciones en su mejor baza para tener un control total del partido. 

En Andalucía tratará de dar un golpe de mando definitivo a través de una victoria, la de Juan Espadas, que no está tan clara como la de Ione Belarra en Podemos. La ministra de Derechos Sociales será designada casi por aclamación, después de que Iglesias la señalara como su sucesora. 

El PSOE, a rebufo de Podemos 

La formación morada nació en enero de 2014 defendiendo la “democracia interna” en el proceso de elección de los cargos del partido. Aquel año, la confianza en los partidos políticos estaba por los suelos. Según la Encuesta Social Europea, los ciudadanos tan solo les otorgaron una nota de 1,8 sobre 10 el nivel más bajo de la última década.  

Su fórmula de dar todo el poder a la militancia fue imitada después por el PSOE. No obstante, a diferencia de lo ocurrido en las primarias socialistas de 2017, en Podemos siempre se ha impuesto el candidato oficialista

Pablo Iglesias, de hecho, nunca tuvo un rival de peso que le disputara la secretaría general. Su enfrentamiento con Íñigo Errejón en Vistalegre II fue por el proyecto político, y no por el liderazgo. En todo caso, también acabó imponiéndose y, desde entonces, siempre ha pasado el ‘rodillo’. 

Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en un acto de Podemos en Valencia, en enero de 2015. Foto: EFE/JCC

El liderazgo absoluto de Iglesias desde la aparición de Podemos ha provocado, además, una ausencia de control a la directiva central relacionada con la rendición de cuentas, uno de los aspectos que la ciencia política destaca para medir la democracia interna de los partidos. 

Ejemplo de ello son el ‘caso Neurona’ y todas las denuncias que han presentado los ex abogados de la formación Mónica Carmona y José Manuel Calvente, que fueron expulsados cuando quisieron investigar presuntas irregularidades de la formación. 

Las primarias, entre el descrédito y el desgaste 

La “democracia interna” y las primarias de Podemos, por tanto, han acabado por convertirse en un acto de confirmación de liderazgos más que unas elecciones internas al uso. Por ese motivo, han perdido todo el crédito y la participación en esos procesos cada vez es más baja. 

En el PSOE, sin embargo, las primarias provocan más desgaste que descrédito. Enfrentamientos como el que están protagonizando Juan Espadas y Susana Díaz abren grietas que después son difíciles de cerrar. Sánchez, de hecho, no ha logrado ‘coser’ el partido tras su victoria en 2017. 

Las elecciones internas, en definitiva, y pese al objetivo con el que fueron concebidas, ya no suponen un punto a favor de los partidos de cara a la opinión pública, sino un proceso que propios y extraños ven con desconfianza.  

El caso de PP, Vox y Ciudadanos 

La participación de la militancia en la elección de los cargos se ha convertido en un mecanismo más de los líderes para legitimar su continuidad en el poder y, en el caso de PSOE y Podemos, también para avalar algunas tomas de decisiones. 

Ambos partidos recurren a las llamadas “consultas a la militancia” para avalar programas de gobierno o pacto de coalición como el sellado por Sánchez e Iglesias en diciembre de 2019. El resultado de esas consultas, no obstante, siempre ha sido el esperado por las direcciones. 

Esta fórmula empleada por PSOE y Podemos ha sido descartada por PP, Vox y Ciudadanos. El partido naranja, que dio el salto en 2014 a la política nacional coincidiendo con la irrupción de Podemos, se colgó el papel, junto a los morados, de “la nueva política”, pero sus procesos de participación interna son mínimos. 

Todas las decisiones se centralizan en su Comité Ejecutivo. Además, apenas tienen peso las delegaciones territoriales. En cuanto a las primarias, en 2017 se celebraron las de la reelección de Rivera con el 50% de los afiliados sin poder votar por no estar al corriente de pago. Un problema que se repitió en 2020, con las elecciones internas que auparon a Inés Arrimadas

En pleno auge de las primarias, el PP cambió sus estatutos para que el presidente del partido fuese elegido mediante esta fórmula. No obstante, la elección de la militancia debía ser ratificada después por los compromisarios del congreso nacional.  

Ese ‘matiz’, de hecho, permitió a Pablo Casado alzarse con la presidencia en 2018 pese a haber quedado segundo en las primarias. Soraya Sáenz de Santamaría, la más votada por los militantes, vio cómo los compromisarios que respaldaban a María Dolores de Cospedal pactaron un apoyo en bloque a Casado que dejó sin efecto la voluntad de los afiliados. 

Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría en el congreso extraordinario del PP en 2018. EFE/Zipi

En el caso de Vox, destacan las trabas para presentarse como candidato a la presidencia. Además, en la última asamblea, celebrada en marzo de 2020 pudieron participar únicamente los cargos electos y orgánicos del partido, dejando fuera del proceso a la militancia. 

Santiago Abascal es líder absoluto. La estrategia política queda en manos de una delegación del Comité Ejetucito y las personas que deseen formar parte del partido tienen que aceptar su programa, pero no pueden participar en la definición de políticas

La “democracia interna” no da votos 

Finalmente, cabe destacar que la llamada “democracia interna” tiene una escasísima relevancia en el ámbito electoral. Los votantes no se decantan por un partido u otro por el nivel de participación de la militancia, sino por la empatía de su líder. 

El nivel de democracia interna es una cuestión que solo tiene relevancia frente a los miembros del partido, pero no para los votantes.  

Por ello, una vez pasada la euforia de la participación en política y el incremento de democracia interna, ésta pasa a un segundo plano porque, por una parte, los cargos del partido ven que no sacan beneficios y, por otra, los afiliados ven incrementar su responsabilidad y no siempre disponen del tiempo que necesita el partido si no hacen carrera en él. 

Jesús Ortega Echevarría
Noelia Tabanera

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