La fotografía de calle o cómo contar historias anónimas en un instante
En el libro 'Street Photography' el experto David Gibson propone un viaje por ciudades y pueblos del mundo para descubrir los mejores talentos de la fotografía urbana

Hay tres palabras claves para definir a este tipo de fotografía. Pongan una, coloquen las tres en el orden que quieran, pero a la hora de hablar de este género es inevitable caer en los términos historia, icónico y, por supuesto, calle.
Así lo postura David Gibson, autoridad en el mundillo de la fotografía de calle, miembro del colectivo In Public, y autor del fundamental Street Photography: A History of 100 Iconic Images (Fotografía de calle: la historia de 100 imágenes icónicas), quien ya confirma su tesis de las tres palabras en el título de libro, publicado por la editorial Prestel.
COMPRAR Street Photography: A History of 100 Iconic Images de David Gibson en Amazon
De las ciudades al selfie
La selección de los 100 fotógrafos, donde no usa (ni necesita) ningún tipo de discriminación positiva para equilibrar géneros, orígenes o estilos, es un recorrido cronológico donde, con justicia poética, que empieza en la ciudad que simboliza todo lo que una metrópolis puede tener: Nueva York.
Sí, la primera toma es del rascacielos Flatiron en Manhattan, con un par de cocheros con su sombrero de copa, de Edward Steichen (1904), mientras que la última es de Alessandra Sanguinetti, donde no se ve ningún edificio ni un adoquín: son cinco adolescentes realizando un selfie en 2017, la metáfora de la deriva de la fotografía popular.
“La fotografía de calle puede ser surrealista o tensa, humorística, luminosa u oscura”. David Gibson
Gibson quita hierro a las florituras pomposas y define a la fotografía de calle como los actos de la vida cotidiana en espacios públicos. “Puede ser surrealista o tensa, humorística, luminosa u oscura. Los adjetivos van desde elegante, bella y bizarra. Aunque tenga o no tenga gente, la vida siempre está presente”, dice.
Radiografía de la realidad
Lo que sí es condición sine qua non es que la fotografía de calle tiene que ser real. Aunque, admite, algunos posados se le han colado en la selección.
Pero cuando se ve la elegancia de las imágenes como la de Fred Lyon, con un matrimonio adulto caminando en la niebla en San Francisco, se entiende que hay motivos para hacer la excepción.
En este recorrido se descubren las imágenes de Bert Hardy sobre la pobreza de Glasgow en la postguerra, el famoso salto de una persona en un charco en Saint Lazare de Henri Cartier-Bresson, la chica americana apresurada ante el acoso que retrató Ruth Orkin en Florencia (1951), como se ve en la apertura; la icónica foto de James Dean bajo la lluvia en Nueva York (Dennis Stock, 1955) y la madre con su hija negra esperando entrar en un teatro de Mobile, Alabama, bajo el cartel que dice “Entrada para gente de color”, de Gordon Parks.
Escenas de la vida cotidiana
Hay niños jugando al fútbol en Londres (Roger Mayne), Roma (William Klein) y en las playas de Río de Janeiro (Thomaz Farkas); mujeres elegantes como la de Vivian Maier en Florida o W. Eugene Smith en Nueva York; y personas que destilan soledad como la anciana de Sevilla de George Kraus o el hombre del País Negro en las West Midlands, de John Bulmer.
Y claro, como se espera en cualquier calle, también hay margen para el surrealismo y el toque de humor, como la chica en vestido de gala jugando con una bola saltarina en las afueras de Newcastle upon Tyne (de Sirkka-Liisa Konttinen), la joven elegante que pasa por delante de un militar entre defensas de sacos de arena en la Bosnia de 1993 (Tom Stoddart), la del niño apuntando con su pistola a un escuadrón de policías indiferentes (Paul Trevor) o la niña india en equilibrio en un palo de dos metros sostenido por un pulgar (Dario Mitidieri)
Solo es necesario el talento
También hay que destacar que Gibson eligió a tres fotógrafos españoles, como son Ricard Terré (con una niña con un ojo enfermo en su primera comunión en Sant Boi de Llobregat, 1958), Ramón Masats (con una señora pintando una línea en su casa en Tomelloso, 1960) y Cristina García Rodero (con el retrato de siete mujeres de luto, con sus rostros tapados en Puglia, 2000).
Gibson recuerda que no hace falta grandes equipos para lograr las mejores composiciones, sino la capacidad de atrapar una historia
Gibson recuerda que no hace falta grandes equipos para lograr las mejores composiciones. Sí es cierto que en la gran mayoría de estas tomas urbanas el fotógrafo bordea el límite entre la sorpresa y la indiscreción, pero en algunas hay planos abiertos que dan idea de lo que es la vida en una metrópolis, como la imagen de René Burri de cuatro hombres en una azotea de San Pablo que remite a la estética de Mad Men.
O sea: lo que importa es contar historias. Tener el talento para capturarla en el instante en que se presiona el botón de la cámara, un microsegundo efímero pero que dura toda la vida.
Foto de apertura: Ruth Orkin